viernes. 19.04.2024

Marx ha vuelto y nos necesita despiertos

Bancos, políticos, gobiernos nacionales, dirigentes de la Unión Europea, compañías financieras, BCE...

Bancos, políticos, gobiernos nacionales, dirigentes de la Unión Europea, compañías financieras, Banco Central Europeo, agencias de calificación, empresas multinacionales y FMI. Son, por este orden, los culpables de la crisis económica según los españoles (1). Y están en lo cierto, aunque acabaríamos antes llamándolos a todos juntos clase dominante. Sin embargo, cuando preguntamos sobre el origen de la crisis, es decir, no el quién, sino el cuándo y el cómo, parece que no nos ponemos de acuerdo.

Gran parte de la responsabilidad de esta confusión recae en el statu quo, el establishment, los de siempre. Recordemos el “España está en la Champions League de la economía mundial” de Zapatero en 2007 o “el problema del decrecimiento del PIB es que el término es masculino” de Leire Pajín en 2009. Tampoco olvidemos el “somos la cuarta potencia europea, España no es Uganda” de Rajoy a Luis de Guindos en 2012 o el “la reforma laboral y el PP son la ideología que más progreso ha traído a la historia de la humanidad” de Ana Botella en noviembre de 2013. Todos ellos atentados al sentido común, a lo que respondemos recordando las palabras de Julio Anguita: “me gustaría volver a ser diputado por un solo día y decir desde el estrado: ¿y ahora qué, hijos de puta?”. A todos nos gustaría.

Estos discursos no se habrían deslizado tan cómodamente por el recto mental de las masas sin la ayuda de la vaselina que aplican los mass media. Ya dijeron Noam Chomsky e Ignacio Ramonet en Cómo nos venden la moto que “la propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al Estado totalitario”, o lo que es lo mismo, lo que las balas de goma a los Mossos d’Esquadra. Y es que tras más de seis años, el origen de la la crisis ha tenido explicaciones de distintos géneros: empezando por la debilidad humana -los instintos depredadores, el ansia de dominio o la codicia- y siguiendo por los fracasos institucionales y por las idiosincracias culturales, como la fascinación por la propiedad de la vivienda. Pero más allá de estas explicaciones, lo cierto es que la raíz de la crisis actual se encuentra en la forma en que se salió de la crisis anterior: disciplinando a la clase dominada mediante la doctrina neoliberal.

El neoliberalismo, esa corriente ideológica que invoca al Dios de los mercados como el único capaz de garantizar nuestras libertades, esa vocecita de ultratumba que nos dice: confía en el mercado, él regulará todos los ámbitos de tu vida hasta dirigirte a la felicidad. Esta doctrina se escuda un conjunto de principios que se pueden resumir en tres dogmas: el capital debe prevalecer sobre la fuerza del trabajo, el sector privado debe prevalecer sobre el sector público y el libre comercio debe prevalecer sobre los aranceles. Desde su nacimiento en brazos de la clase dominante estadounidense durante la primera mitad del siglo XX, la formalización de sus principios en la conferencia de Bretton Woods en 1944 y su aterrizaje en Europa mediante la Comisión Trilateral en 1973, lo que es evidente es que se ha impuesto como la ideología hegemónica en gran parte del mundo y, como era de esperar, también en nuestro país.

El caso de España fue trágico, ya que tras 35 años de dictadura, la libertad política se confundió con liberalización económica y se vislumbró la entrada a la comunidad internacional como sinónimo de progreso y modernidad. La aceptación de nuestro país por parte de un sistema económico global fue considerada como un milagro, ignorando que tal sistema económico aceptaría a cualquier país sobre la faz de la Tierra que se comprometiera a cumplir sus directrices sin cuestionarlas. Así, tras el fallecimiento de Franco el 20 de noviembre de 1975, España perdió la oportunidad de implementar un modelo de democracia autónomo y se conformó con ser aceptado en el club neoliberal, lo que dirigió la estrategia política del país hacia la aplicación de los tres grandes dogmas del neoliberalismo. Este fue el origen de la flexibilizando de nuestro mercado de trabajo por medio de las reformas laborales de 1984, 1994 y 1997, todas ellas caracterizadas por diversas fases de conflicto y concertación que consiguieron sosegar gracias a la traición de los sindicatos pactistas. También fue quien nos condenó a la privatización de más de 140 empresas públicas entre 1985 y 2001 -entre ellas SEAT, Indra, Repsol, Gas Natural, Telefónica, Endesa e Iberia-, todas ellas a precio de saldo. Por último, nos obligó a eliminar las fronteras económicas (que no humanas) en aras de la globalización mundial mediante la adhesión la OMC, la OTAN, la OCDE o el FMI; sin olvidar la adhesión a la CEE y la entrada a la Eurozona.

A esta agresión ideológica es a la que nos referimos cuando decimos que la forma de la crisis actual está determinada en gran parte por cómo se salió de crisis de régimen anterior. Se salió de la crisis anterior imponiendo la doctrina neoliberal a la clase dominada como la única capaz de superar el totalitarismo del que provenía. Se aplicaron los principios neoliberales bajo el argumento tatcheriano conocido como “TINA” (there is no alternative), o su traducción al castellano: “es lo que hay”. Y pese a que pueda parecer que durante algunas etapas se consiguieron ciertos avances en términos de garantías sociales hacia un llamado Estado del Bienestar, esto no fueron más que migajas, caridades de la clase dominante para contentarnos mientras veíamos desde la barrera cómo en otras partes del mundo se estaban consiguiendo verdaderas victorias sociales. El Estado del Bienestar no fue más que el juguete que nos mantuvo entretenidos mientras ellos decidían las reglas del juego.

El resto de la historia ya la conocemos: ciclos de expansión y de contracción de la demanda, que son una característica endémica del sistema capitalista en el que se fundamenta el neoliberalismo. Y es que si algo ha demostrado la historia es que el capitalismo nunca resuelve sus crisis, únicamente las esquiva o las desplaza geográficamente. Y aún más, el neoliberalismo ha demostrado saber aprovechar estas crisis para imponer su doctrina -la doctrina del shock que describió Naomi Klein- desviando el origen del problema y conduciendo el odio de la clase dominante hacia su propia clase (ya sea en forma de machismo, racismo u homofobia). Por mucho que los dirigentes políticos digan que hay que refundar el capitalismo sobre bases éticas, el capitalismo no se puede refundar ya que su problema está en la base.

Tiene razón Pau Llonch cuando dice que la gente de izquierdas somos pesimistas pero no nos desanimamos. El pesimismo no es lo mismo que el desánimo y por eso queremos aportar con este artículo una reflexión esperanzadora. La crisis tiene un lado amargo, muy amargo, tan amargo que únicamente es necesario poner un pie en la calle para probarlo. Pero tiene otro lado dulce, y es que tras casi 25 años de la caída del muro de Berlín, parece que el fantasma del comunismo que advirtió Marx hace dos siglos está resurgiendo en la conciencia colectiva (2). La encuesta a la que nos referimos al principio del artículo advierte cinco puntos reveladores acerca de la realidad de este resurgimiento:

(1) En una escala del 0 al 10, puntuamos únicamente con un 5,2 la idea de que la economía de mercado sea el sistema más conveniente para el país, frente al 6,1 de la media europea.
(2) También somos conscientes de que la economía de mercado es la causa de las desigualdades sociales, con una puntuación de 6,6 frente a la media europea de 6.
(3) Ante la pregunta de si el Estado debe tener un papel muy activo de control de la economía, España puntúa un 7,1, sólo por detrás de Francia.
(4) Ante la pregunta “el Estado debe tener la responsabilidad principal a la hora de asegurar que todos los ciudadanos puedan gozar de un nivel de vida digno”, frente a la idea de que “cada persona debe ser el responsable principal a la hora de asegurar su propio nivel de vida”, el 74,1% de los españoles aboga por la primera, un 22% más que la media europea y sólo por detrás de Italia.
(5) Si nos preguntan si los ingresos de nuestra sociedad deberían ser más equilibrados, incluso si ello significara que los que se esfuerzan más y los que se esfuerzan menos ganen cantidades similares, el 54,7% de los españoles está a favor de la idea, algo impensable por ejemplo para los daneses (sólo el 13,8% aprueba la idea) e incluso los Países Bajos (19,2%). Y esto es otra forma de llamar al socialismo.

No se puede negar que esto son indicios, y solamente indicios, de un anhelo de cambio que es cada vez más presente. Pero lo que es cierto es que el fantasma ha vuelto y ha recuperado las enseñanzas de Antonio Gramsci: “instrúyanse, porque necesitamos toda nuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitamos todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitamos toda nuestra fuerza”. Y es que aunque el statu quo nos diga que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades o que los inmigrantes vienen a España a curarse una enfermedad porque el sistema es gratuito, los movimientos sociales se han esforzado en mantener claro el mensaje: no pagaremos la crisis que ellos han provocado. Esta vez hemos aprendido de sus errores y, sobretodo, de los nuestros. Esta vez no se lo pondremos tan fácil; y si no, que el tiempo clave cada cabeza en su estaca.


1 Según el Values and Worldviews de abril de 2013, el último estudio internacional de la Fundación BBVA sobre valores políticos, económicos y la crisis.

2 Aquellos que se estremecen al oír hablar de comunismo y lo primero que se preguntan es “¿es la idea del comunismo aún válida hoy en día?” deberían, como dijo Slavoj Zizek, hacerse la pregunta opuesta: “¿qué le parecería nuestra sociedad actual al pensamiento comunista?”

Marx ha vuelto y nos necesita despiertos