jueves. 28.03.2024

Zaplana o el paradigma del poder Popular

Una de las virtudes maravillosas de la democracia –decía Abraham Lincoln– consistía en que cualquier ciudadano, independientemente de su posición social, de su riqueza, de su sexo o religión, podía llegar a ser Presidente de los Estados Unidos, sólo hacía falta que obtuviese los votos necesarios para ello.

Una de las virtudes maravillosas de la democracia –decía Abraham Lincoln– consistía en que cualquier ciudadano, independientemente de su posición social, de su riqueza, de su sexo o religión, podía llegar a ser Presidente de los Estados Unidos, sólo hacía falta que obtuviese los votos necesarios para ello. Los hechos no han desmentido a Lincoln del todo, pues ese país ha tenido presidentes a quien uno jamás confiaría ni la administración de su cajetilla de pitillos.

Eduardo Zaplana Hernández-Soro es un caso paradigmático de lo expresado por el gran político norteamericano. Uno, que adora a José Alfredo Jiménez y a Chavela Vargas, cada vez que lo ve no puede por menos que rememorar aquella hermosísima canción mejicana que decía: “El día que tu naciste, nacieron todas las flores y en la pila del bautismo cantaron los ruiseñores...”. Y es que no creo que, aquel día de 1956, hubiese flor dormida, ni ruiseñor con afonía. Eduardo Zaplana vino con un pan debajo del brazo, predestinado a pasar en letras grandes a la pequeña historia de este país.

Estudiante brillante de Derecho en Valencia y Alicante –tuvo una dilatada vida universitaria–, Don Eduardo Zaplana era un joven ambicioso que no se conformó nunca con el destino soso que le deparaba la vida. Decidido a dar un paso al frente, se presentó a la Alcaldía de Benidorm con la poca fortuna de que ganó otro. No obstante, nuestro intrépido hombre no se amilanó y lo que perdió en las urnas se lo proporcionó la diosa fortuna de manos de una concejal tránsfuga del Partido Socialista. Benidorm es una ciudad bella, ideal para vivir, con muchos constructores y muchas cosas por hacer. No era, empero, suficiente. Hábil y astuto, Zaplana se había apuntado a la corriente “renovadora” de su partido liderada por Manuel Fraga y, poco después, por José María Aznar, quien luego sería Presidente del Gobierno de España y de todos los españoles. Poco a poco fue haciéndose con un nombre y un sillón entre los grandes del Partido, llegando, puede ser que con la ayuda de los también exsocialistas Rafael Blasco y Consuelo Císcar, al cargo más honorable de la política valenciana, la Presidencia de la Generalitat. Cartagenero de nacimiento, alicantino de adopción, valenciano de vocación, es don Eduardo Zaplana un ejemplo para las nuevas generaciones de lo que una persona puede conseguir con tesón y buena alimentación.

Pero no todo iban a ser flores y ruiseñores en este mundo lleno de envidias y rencores. Don Eduardo tuvo que pasar lo suyo cuando gentes malintencionadas y de lenguas viperinas intentaron mezclarlo en un extraño asunto conocido como “Caso Naseiro”. Corría el año del Señor de 1990 y nuestro hombre todavía no había dado el gran salto, seguía en Benidorm aunque con la mirada puesta en montañas más elevadas. Sin saber el daño que podía causar, alguien filtró unas grabaciones en las que Salvador Palop y Eduardo Zaplana hablaban de riquezas, de la situación económica familiar, de compras y ventas, en fin de cosas de las que habla todo el mundo sin salir en los papeles. Aquellas grabaciones, pensaron algunos, serían el final de su carrera política y un duro golpe para el partido al que pertenecía. Sucede que Dios, todo poderoso, siempre ayuda a los buenos y a los limpios de corazón, y un juez justo declaró nulas las grabaciones y cuanto en ellas se contenía porque vio que con su decisión hacía Justicia . Las mentiras tienen las patas muy cortas y la honradez de don Eduardo quedó perfectamente demostrada pese a las maquinaciones aviesas de celestinos y trotaconventos.

Persona agradecida donde las haya, Don Eduardo Zaplana –liberal a fuer de liberal, y en pleno predominio de las corrientes privatizadoras– decidió construir en la ciudad que lo había lanzado al estrellato un parque de atracciones mítico sobre unos terrenos donde alguna vez hubo árboles. Puso toda su voluntad en el empeño, todo su pundonor, todo su amor por esta bendita tierra, pero el parque, cosas de la vida, no ha dado hasta ahora los resultados por todos apetecidos, ni mucho menos…

Hoy nadie duda de que Don Eduardo Zaplana ha sido el mejor Presidente cartagenero de la historia de la Generalitat valenciana, su paso por tan alta magistratura imprimió carácter a la política y a la ciudadanía de ese país como nunca antes había ocurrido. Don Eduardo buscó y encontró a lo mejor de cada casa. No fue tarea fácil dar con administradores tan expertos que fuesen capaces de liquidar dos de las mayores cajas de ahorros de España en unos cuantos años; tampoco construir un parque temático con dinero público en el que se alcanzaban los cuarenta grados a la sombra, caso de haberla que no la había; ni encontrar a un hombre providencial como Francisco Camps para ocupar su sitial el día que las circunstancias así lo aconsejasen, en la seguridad de que todo seguiría por el camino que Él, tan altruistamente, había diseñado; ni construir cientos de miles de viviendas que hoy están vacías para que los alemanes vean que aquí nos sobra de tó; ni lograr tener en su regazo a un hombre tan éticamente envidiable como Rafael Blasco, un consejero que lo ha sido todo, desde miembro del FRAP hasta gran muñidor celestial de cuanto pasa en este sacrosanto lugar. No, no fue nada fácil, Don Eduardo Zaplana, justo es reconocerlo, se sacrificó por todos los valencianos y enseñó a sus sucesores que para hacer política con mayúsculas es necesario dejar el interés personal a un lado y dedicarse en cuerpo y alma al interés general.

Zaplana salió de la política tal como entró, es decir, sin el más mínimo remordimiento, sin que su moral de cabina de rayos UVA se resintiese un ápice. Quiso crear la california europea en su querida Valencia y nos aproximó un poco más al Magreb poniendo las bases para la desaparición del tejido industrial de la Comunidad valenciana para evitar que la contaminación lesionase irremediablemente nuestras vías respiratorias. Días y noches de desvelo, sin ver a su familia, ni a su suegro, tuvieron su recompensa y Don Eduardo fue llamado al Gobierno de España por el mejor Presidente del Gobierno de España que ha tenido España desde Recaredo: Don José María Aznar. Tras desempeñar ministerios y portavocías como jamás vieron los tiempos, al fin alcanzó la paz de los justos con un magnífico cargo en Telefónica, que intentó rehusar pero que al final aceptó por patriotismo. Ahora vive comodiosmanda, orgulloso de su obra valenciana, de haberse convertido en un referente político mundial, de haber dejado legiones de pupilos magníficamente adiestrados, de que a su amigo Fabra le haya tocado tantas veces la lotería de Navidad y de que la Comunidad que tanto amó –junto a Federico Trillo Figueroa, también natural del cantón de Cartagena– esté en la mejor de las situaciones para llegar a la nada.

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