viernes. 19.04.2024

Yo también soy un corrupto

Andaba yo por Sevilla cuando lo de Juan Guerra. Desayunando por bares mollete con manteca colorá. O calentitos con un café calentito. Paladar de Sevilla. Sabores de Giralda, cintura Guadalquivir. Y hablaba la gente. Serios y entre risas. Felipe presidente. Vicepresidente Alfonso. Y Juan Guerra entre molletes, calentitos y manteca colorá. Periódicos hartos de hermano vicepresidencial. Despacho en Plaza de España.

Andaba yo por Sevilla cuando lo de Juan Guerra. Desayunando por bares mollete con manteca colorá. O calentitos con un café calentito. Paladar de Sevilla. Sabores de Giralda, cintura Guadalquivir. Y hablaba la gente. Serios y entre risas. Felipe presidente. Vicepresidente Alfonso. Y Juan Guerra entre molletes, calentitos y manteca colorá. Periódicos hartos de hermano vicepresidencial. Despacho en Plaza de España. Circunvalando el cuello hasta ahogar del que pedía construir un puente, una estación ferroviaria, una colonia de viviendas. Pasaban sus proyectos por el despacho elegante de Juan Guerra. Les daba el visto bueno el soborno abonado. No había licencia sin pesetas que acumulaba Juan Guerra. Lo decían las lenguas de doble filo, las de triple, las de múltiples.

En los bares las gentes tiraban las colillas sobre la corrupción de Juan Guerra. Las pisaban rabiosos con una decencia endeble. Juan es un sinvergüenza. Y el estrambote final: Claro que si yo estuviera en su lugar haría lo mismo. Se atragantaba el mollete, el perfil de la Giralda y se convertía en erial el Parque de María Luisa. El señor que desayunaba a mi lado era un Juan Guerra imposible. Y la chica-minifalda. Y el abogado-toga-nueva. Y la señora con velo misa-de-doce. Envidiaban a Juan Guerra aunque le escupían primero. Toda Sevilla era un despacho envidioso, un Juan Guerra imposible, manchado por la deshonra, por la deshonra envidiado. Resulta que no somos lo que despreciamos porque no tenemos la oportunidad de serlo. ¿Es esa la causa por la que en ciertas comunidades han votado mayoritariamente a candidatos corruptos, sabiendo que lo eran? ¿Absuelven las urnas los pecados de ayer o resulta criticable esa redención? ¿No se corrompen los votantes cuando votan corrupción? ¿O la convicción de que obraríamos como ellos nos lleva a prescindir de criterios más dignos? ¿Nos perdonamos a nosotros mismos, corruptos sin solución?

Es verdad que los españoles somos con frecuencia montes que repiten los ecos de exposiciones repetidas sin ningún tipo de críticas y hasta con una ignorancia que lastima. Alguien dice que los políticos ganan sueldos astronómicos y todos repetimos la misma canción sin pararnos a constatar la veracidad del aserto y sin ni siquiera conocer lo que gana por ejemplo el Presidente del Gobierno o un Diputado. Según el CIS, el 85 % opina que la corrupción está muy extendida. La bola de nieve rueda y terminamos por creer lo que oímos. Pons dice que los relacionados con el asunto SGAE son íntimos de Zapatero y todos damos por verdadero lo que no es más que una desfachatez de alguien que no tiene nada de verdad que decir y acude a la calumnia. Cospedal asegura que vivimos en un estado policial y nos empezamos a sentir inseguros en lo que creíamos un estado de derecho.

Nos revolvemos contra la corrupción, pero en el fondo la toleramos porque nos gustaría tener la oportunidad de ser corruptos como pensamos que son los otros. Es cierto que hay políticos corruptos. Parece cierto que nuestro voto no sirve para castigar a esa corrupción. Pero también es cierto que envidiamos la oportunidad que ellos tienen de serlo y la desilusión que nos provoca no estar en su lugar para convertirnos en sus copias.

Lo decía San Agustín: “Perdóname los pecados que no he cometido” Si no soy corrupto simplemente porque no tengo oportunidad de serlo, ya estoy podrido por dentro. Yo también soy corrupto.

Yo también soy un corrupto
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