jueves. 28.03.2024

Ya es primavera

Reinaba en España José Luis Rodríguez Zapatero, aunque resulte insólito que un rey se apellide Rodríguez. Eran tiempos de guerra. Disparaban los mercados, la prima de riesgo, los especuladores. Y la autora intelectual residía en Alemania bajo el sospechoso nombre de Angela Merkel. Berlusconi la despreciaba por “infollable de culo seboso” Sarcozy le ponía alzas al los besos y rozaba el moflete de la emperatriz teutona.

Reinaba en España José Luis Rodríguez Zapatero, aunque resulte insólito que un rey se apellide Rodríguez. Eran tiempos de guerra. Disparaban los mercados, la prima de riesgo, los especuladores. Y la autora intelectual residía en Alemania bajo el sospechoso nombre de Angela Merkel. Berlusconi la despreciaba por “infollable de culo seboso” Sarcozy le ponía alzas al los besos y rozaba el moflete de la emperatriz teutona. Se arrodillaban a su paso los cortesanos europeos. José Luis rey se abría dos hoyuelos para enterrar una izquierda y echar arena sobre pensiones y funcionarios.

Se drrumbaban las dictaduras por el norte de Africa. Cansados de ser súbditos, algunos aspiraban a una ciudadanía negada durante demasiados años. Destruyeron la jaima de Gadafi y Gadafi sin jaima era como Sansón sin peluca. Gadafi podía matar sin escrúpulos, pero era incapaz de romper la virginidad de sus muchachas bajo el exclusivo testigo de la luna. Rarezas de los grandes que regalaban caballos a José María Aznar o de un Mubarak dictador-cliente adorable. Y llegó la primavera al norte africano antes que al Corte Inglés y se fueron todos los países a pisotear pirámides y profanar vírgenes morenas de un Gadafi sin jaima. Despreciable desde siempre, pero despreciados sólo cuando el grito del pueblo se puso de pié con la estatura de un monte.

Anadaba Pons por todas partes. Delante de Mariano, detrás, a los costados. Fiel Sancho-Pons, escudero con sillón ministerial guardado en la cartera. Cabalgaba Rajoy a lomos de Rodríguez rey y empujaba Arenas. Cospedal, Soraya. Moncloa al fondo a la derecha, siempre a la derecha. Pons diseñaba tres millones de empleos de manera fácil: bastaba con que tres millones de españoles atrevidos crearan tres millones de empresas. Cada empresa creaba un puesto de trabajo y las matemáticas hacían el resto. Sencillo, tan sencillo que sólo a él se le podía haber ocurrido una teoría tan revolucionaria que estudiarían los futuros economistas y que desbancaba a Darwin o Einstein.

Pero Pons, el de la Camisa Blanca (no me hagan caso, a lo mejor era azul) intuyó algo que sólo los genios vislumbran: Si en el norte de Africa florecía la primavera, por qué los españoles nos íbamos a encerrar en el invierno triste y plomizo de Rodríguez rey. Había que destronar al impostor, volarle la jaima y proclamar que ya era primavera en la calle Génova. El partido de los parados pondría rebajas en los puestos de los trabajadores, bajarían los impuestos por insoportables, destruirían el IVA que impedía la playa-suegra-pájaro-incluido, le dirían a Merkel que era infollable y sebosa y permanecerían de pie al paso alegre de la paz.

Pons intuyó la primavera. Y alentó a las masas. Había que salir a la calle, como en Egipto. A reponer pirámides. Como en Libia. A reponer jaimas. Y a golpe de flores blancas caería derrocado Rodríguez rey y podría ser entronizado Rajoy-Primero-soberano, que era cosa de hombres. Repatriaría a los defraudadores con una amnistía propia de su magnanimidad y con ocasión de su coronación ante Gallardón-Notario-Mayor y Botella-suplente-titular plantando peras y manzanas, eurovegas de prostitutas inocentes y ruletas centrípetas de euros negros de humo.

Veinte de noviembre. Nubes de luto en Cuelgamuros. Alegría en Génova con Esperanza botando, Cospedal, botando, Soraya botando, Rajoy botando. Dos gays botando besos entre mástiles machos y banderas heteros y monjas bailando la conga con minifaldas vírgenes y mártires.

Pons-primavera-en-bandeja. Ofrenda ante Rajoy-emperador. Mariano le dio un autógrafo y Pons se esfumó con su camisa blanca (no me hagan caso, a lo mejor era azul) y se encerró en un convento para servir a un dios que no morirá nunca.

Dicen las malas lenguas que lo han visto merodeando por los suburbios de Camps. Mentira, seguramente mentira. Son sólo las lenguas de doble filo que me dijeron anoche que te veías con otra y me quedé tan tranquilo. Pons, nuestro jardinero primaveral, seguro que anda por un andamio de flores subiendo al puesto que tiene allí.

Ya es primavera
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