miércoles. 24.04.2024

Y la nave va

NUEVATRIBUNA.ES - 13.4.2010En contra de lo que pueda parecer, hay motivos para la esperanza.La coincidencia en el primer plano de la actualidad de los casos de pederastia en el seno de la iglesia católica, el repunte de los casos de violencia machista contra las mujeres y la trama “Gurtel” es una mala y una buena noticia.
NUEVATRIBUNA.ES - 13.4.2010

En contra de lo que pueda parecer, hay motivos para la esperanza.

La coincidencia en el primer plano de la actualidad de los casos de pederastia en el seno de la iglesia católica, el repunte de los casos de violencia machista contra las mujeres y la trama “Gurtel” es una mala y una buena noticia.

La mala noticia es la evidencia de comportamientos corruptos intolerables por parte de quienes utilizan su posición de poder para infringir al “otro” un daño moral irreparable.

La buena es que el ámbito de lo público, la sociedad civil, irrumpa para impedir que lo privado siga siendo la coartada que ampara ese daño moral. Dicho de otra manera que el proceso de civilización continúe.

Indudablemente, los efectos de uno y otro daño moral no son comparables. En el caso de la violencia machista y en el de la pederastia sus consecuencias son irreparables; en los primeros con la pérdida de la vida, el bien más preciado; en el segundo con secuelas psicológicas que producen un sufrimiento que en la mayoría de los casos acompaña a los individuos durante el resto de sus vidas.

Por lo que se refiere a la corrupción económica derivada del ejercicio de la representación política, sus consecuencias nos desmoralizan, que es más que desanimarnos, pero paradójicamente no nos arruinan la vida.

Sin embargo, delimitadas las consecuencias, hay un elemento común en el ejercicio de todas estas formas de corrupción moral, que debe movernos a la reflexión. El elemento no es otro que el de que todas estas manifestaciones de corrupción se producen en el ámbito privado de las relaciones sociales y siempre en aquellos en los que las relaciones de poder son asimétricas, como todo indica que son las relaciones de familia y de confesonario.

Todo lo anterior podría parecer contradictorio con la corrupción económica derivada del ejercicio de un cargo público. Nada más público y por tanto menos privado que el ejercicio de un cargo público, valga el juego de palabras.

Pero nótese que la corrupción política tiene su caldo de cultivo allí donde la concentración de poder es absoluta, de tal manera que quien ejerce ese poder llega a patrimonializarlo de tal forma que lo convierte en una prolongación de su actividad privada, que le confiere un sentimiento de impunidad semejante al que siente un hombre que maltrata a su mujer en el ámbito familiar donde se siente dueño y señor, o un cura pederasta que fuerza sexualmente a un niño en los aledaños del confesionario.

Dicho sea con todos los respetos, el problema no es, como ha dicho el Papa, que los comportamientos reprobables sean producto del relativismo moral, sino todo lo contrario: los comportamientos reprobables son producto de la impunidad de la que han gozado aquellos que los practican, precisamente por la ausencia de un relativismo moral que liberara las conciencias y las despojara del velo de la divinidad absoluta.

Esta es la buena noticia, que las lacras sociales vean la luz, que salgan a la superficie, que se desvelen en definitiva.

Existe una enorme confusión entre lo privado y lo íntimo. Por supuesto que son intransferibles y nos pertenecen absolutamente nuestros afectos y nuestras emociones y son tan privadas como nosotros deseemos. Pero el resto no nos pertenece, o al menos no nos pertenece absolutamente ni siquiera nuestros sentimientos en la medida en que provocan nuestros actos y esos actos afectan a los demás,

Cuando nuestros actos por muy privados que sean, provocan el dolor o el sufrimiento en aquellos que están indefensos, el resto de la sociedad tiene todo el derecho a impedirlo.

Es necesario que sigamos trabajando para que el ámbito privado no sea un refugio para el crimen. Tenemos la necesidad y la obligación moral de irrumpir en él cuando se quiera utilizar como coartada para dominar o para maltratar a otros. Eso y no otra cosa es el proceso de civilización.

Pedro Reyes Díez - Coordinador de Actividades FSE.

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