jueves. 28.03.2024

Wert, Rouco y Mato: una Troika muy nacional

La vuelta del adoctrinamiento católico al sistema público de enseñanza con todas las de la ley, era la crónica de una muerte anunciada. La Conferencia Episcopal y el Ministerio de Educación no han encontrado obstáculo alguno en la tropelía constitucional de devolver la religión a las aulas.

La vuelta del adoctrinamiento católico al sistema público de enseñanza con todas las de la ley, era la crónica de una muerte anunciada.

La Conferencia Episcopal y el Ministerio de Educación no han encontrado obstáculo alguno en la tropelía constitucional de devolver la religión a las aulas. Pero contrariamente a lo que pudiera parecer ni Wert, ni Rouco han sido los artífices del acuerdo, ha sido en realidad Ana Mato quien desde su “ministerio” ha realizado el trabajo sucio y ha servido el acuerdo en bandeja.

Solo con lo hecho hasta ahora por la titular de Sanidad, no tiene nada de profético pronosticar que en las próximas décadas, en España, nos moriremos antes, si añadimos todo lo sugerido por Angela Merkel, que Rajoy ha obedecido a pies juntillas, no solo nos moriremos antes, también seremos mucho más pobres.

Nadie dijo que el proceso de secularización, sería un proceso exitoso guiado por la razón y el ansia de conocimiento, un proceso lineal y ascendente que proporcionara a hombres y mujeres plena consciencia de si mismos y de su libertad. Max Weber identificó la secularización con la idea central de Modernidad y la caracterizó como el “desencantamiento” de las imágenes del mundo, lo que significa que no existen poderes ocultos imprevisibles que intervengan sobre las condiciones de vida de cada uno. Los medios mágicos para aplacar a los espíritus ceden su preponderancia a los conocimientos científicos en esa función.

La secularización es el proceso por el cual el avance de la ciencia arrebata paulatinamente el monopolio absoluto que la Iglesia ostentaba hasta hace escasos 200 años, sobre la vida y la muerte de las personas.

En efecto, el progreso ha posibilitado, sobre todo a lo largo del siglo XX, el aumento espectacular de la esperanza de vida, que ha comienzos de 1900 era apenas de 50 años y, un considerable avance en las condiciones de vida sobre la tierra. Hasta ahora, lo digo con aprensión, vivimos mucho más y nuestra vida ha sido significativamente más confortable que la de nuestros padres y no digamos la de nuestros abuelos.

Estos dos logros han proporcionado un tremendo impulso al proceso de secularización, de “desencantamiento” de las imágenes del mundo en palabras de Weber. Cuando solo se vivían 50 años y en la miseria, no era difícil ofrecer otra vida, sobre todo si era eterna y el cielo garantizaba todo aquello que la tierra se obstinaba en negar.

En estas condiciones de ausencia de competencia no es extraño que la Iglesia haya monopolizado el mercado de los cuerpos y las almas durante siglos. Pero cuando la tierra aparece como fuerte competidor con el cielo, capaz de ofrecer una vida decente y que dura mucho, es humano preguntarse para que queremos otra e iniciar un proceso de conversión al relativismo. Sí, ya sé que el marginal de la trascendencia no es despreciable, pero como todo lo importante a la Iglesia le viene grande para reconquistar las posiciones perdidas.

La Iglesia necesita aunque pueda parecer contradictorio algo más de este mundo. Viene implorando por ello desde hace décadas y ha sido una vez mas España, la reserva espiritual de Occidente quien ha acudido fiel a renovar sus votos. A su nueva cita con la Historia.

Gozamos de un acendrado prestigio planetario como retardatarios de los procesos que tienen que ver con la libertad y la felicidad de los hombres, jamás fuimos convocados a ser motores de progreso. Tuvimos nuestra oportunidad pero cedimos a la magia de la “Cruz” para aplacar a los espíritus.

Desde entonces para acá, nuestros mayores logros han consistido en ser los que mas herejes hemos quemado y torturado. Quinientos años de aprendizaje parecen suficientes para ser competitivos, porque razón habríamos de tirarlos por la borda.

Se trata de devolver a la Iglesia el monopolio perdido, por fortuna con métodos mas sutiles que aquellos, pero no menos eficaces y sabe dios que conseguirlo es tan fácil como que un camello entre por el ojo de una aguja. Solo hacen falta pobres y enfermos o si se prefiere, miseria y muerte temprana para que alguien vuelva a reinar en el reino de los cielos.

Al menos que recen, estarán pensando.

Wert, Rouco y Mato: una Troika muy nacional