viernes. 29.03.2024

Web os manda el Rey

Mire usted cómo están los tiempos que hasta Carrillo ha decidido morirse. No se ha esperado a un Sábado de Gloria ni ha encargado una gloriosa peluca para el evento, pero se ha ido dormido y sin fumar, por si acaso le perjudicaba la salud. Y anda que no ha sido de ver la retahíla de elogios, banderas tricolores y saludos que ha cosechado, que algunos le habrán dado la risa.

Mire usted cómo están los tiempos que hasta Carrillo ha decidido morirse. No se ha esperado a un Sábado de Gloria ni ha encargado una gloriosa peluca para el evento, pero se ha ido dormido y sin fumar, por si acaso le perjudicaba la salud. Y anda que no ha sido de ver la retahíla de elogios, banderas tricolores y saludos que ha cosechado, que algunos le habrán dado la risa. Menos mal que está acostumbrado, que ya lo mató Vázquez Montalbán en pleno Comité Central. Pero eran otras épocas en las que casi llegamos a creer en el socialismo. Ahora ya no, que leo que grupos de presión empresarial y diputados del PP advierten –¡como si hiciera falta!– que el Estado social está en crisis y que, más allá de la crisis, hay que renunciar a parcelas enteras de servicios universales. No se les ha ocurrido pensar que la cosa no es abstracta sino que está en la misma Constitución. Pero ya se sabe que de la Constitución, como de Santa Bárbara, algunos sólo se acuerdan cuando llueve, o cuando graniza, y que si bien está para el asunto de la unidad indisoluble de la patria, lo del Estado social, el derecho a la educación, la salud y esas monsergas, es algo notoriamente modulable, olvidable y asesinable. Que una cosa es sentirse los herederos democráticos de lo conseguido por justo derecho de conquista y otra esperar que la herencia de la lucha de la clase obrera y otros sucios demócratas pueda imponerse sobre la lógica de los que ganan 500.000 euros al año, o un poco más. O sea, que aquí hay dos Constituciones en danza: la que pretende mantener incólume la estructura del Estado, que no puede tocarse no fuera a ser que España no volviera a ganar el Mundial de Fútbol, y la que define las funciones de ese Estado, que es manifiestamente vulnerable en su espíritu y en su letra.

Y en esas que al rey le da por publicar en su web. La pregunta, reiterada esos días, sobre si el mensaje regio es constitucional o no, me ha parecido una de las estupideces con la que algunos periodistas aburridos tratan de colmar sus ocios, hartos de pesadumbres y riesgos. ¿Acaso es “constitucional” el funcionamiento de cualquier agencia de publicidad? Y si la Casa Real viene siendo eso, ahora, desde que proliferaron fracturas de todo tipo, sólo es eso. Así que algo tendrá que hacer y como su producto es la propia monarquía, pero ser autorreferencial queda mal, pues se acuerda de España, que ya tenemos consagrada a Doña Leti y refotografiado el árbol genealógico de la sucesión –de una Guerra de Sucesión vienen algunos polvos, con perdón de Su Majestad y Su Circunstancia, así que todo queda en Familia, más o menos–. Lo que me ha sorprendido es que no se hayan cortado un poco y empleen un lenguaje que, manifiestamente, no es el que usa Don Juan Carlos. Pónganle a decir “escudriñar” y verá usted el cachondeo que se arma. Y lo de perseguir “quimeras” debe llegar para que el Monarca pregunte si eso se caza. No, no han acertado con el texto: el encadenado de oraciones yuxtapuestas es demasiado literario para que un Borbón al uso lo use en las redacciones de fin de vacaciones. Por lo demás es tan elevado el tono y tan bonancible la intención que suena a recochineo. En fin, quedémonos con la alusión a “galgos o podencos”, que siempre han sido parte constitutiva de la regia Casa, al menos desde que Tiziano y Velázquez pintaron animales junto a los reyes, y viceversa. Así que espero la próxima misiva electrónica. O el discurso navideño, que la palabra de rey me es más tragadera si luego veo “Sonrisas y lágrimas” brindado con “El Gaitero”.

Con estas distracciones escuchamos como entre algodones el asunto de si España pide el rescate o no, o luego o ayer, o más tarde o nunca. Y como la laxitud nos invade miramos con solaz las inauguraciones de Curso, que son cosa distraída, tanto si son en Universidades en las que los Presidentes de Comunidad Autónoma son abucheados a golpe de gaudeamus como parte del guión, como si es algún gerifalte judicial que asegura que por él los etarras cancerosos reventarían en una angosta celda, pero que las leyes son malas, que ya se sabe que muchos jueces y fiscales opinan que el parlamento es una panda de flojos.

Ahora bien, la Caridad y la Fe se han quedado sin compañía, como metáfora de una época, y Aguirre o la cólera de Dios se va a hacer turismo. Los medios han alabado todas sus bondades, aun reservándose ese trasfondo de misterio en tan intempestiva dimisión. Es decir, han aceptado como verdad incontestable el perfecto liberalismo de la mentada. Liberalismo, por ejemplo, significa conceder en régimen de monopolio a un señor de fama infame el juego y sus barrios, cambiando si fuera preciso las leyes. Así, mire usted, también soy liberal yo. Pero es que ella y sus arcángeles dirán que liberalea porque se trata de desregularizar el tabaco, los impuestos y esas cosas. Un liberal de hoy, lo vamos descubriendo, es un Robin Hood puesto para abajo: el que roba a los pobres para dárselo a los ricos. No llevan pluma de ave en la gorrilla, sino pluma de oro entre los dedos para firmar cualquier decreto –hacen falta cientos de decretos para desregularizar–. Si uno se fija se les reconoce. Es vocacional, como ser quimera, galgo o podenco.

Pues eso: que a mí, la verdad, me daría una pena muy grande que Catalunya se independizara, que no sé a quién íbamos a insultar por lo del trasvase; pero a la vista de algunas cosas, casi me parece bien, siempre y cuando me admitan cuando me exilie. Porque, por más que me lo pida mi Rey, no pienso sentirme unido a Tamayo, Sáez y otros liberales.

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