jueves. 25.04.2024

Vírgenes y francesas

Un tribunal de Lille, en la Francia laica, republicana y feminista, acaba de anular un matrimonio celebrado en el verano de 2006 porque la novia no era virgen el día de la boda. El tribunal ha considerado que la virginidad de la chica �francesa musulmana ella- era una “cualidad esencial” para la validez del contrato, que había entrado en vigor con una “mentira”.
Un tribunal de Lille, en la Francia laica, republicana y feminista, acaba de anular un matrimonio celebrado en el verano de 2006 porque la novia no era virgen el día de la boda. El tribunal ha considerado que la virginidad de la chica �francesa musulmana ella- era una “cualidad esencial” para la validez del contrato, que había entrado en vigor con una “mentira”. Así que, aplicando el artículo 180 del código civil de la vecina Galia, ha dado la razón al marido �también francés y musulmán- considerando el matrimonio como no celebrado y generando la consiguiente polémica en todos los medios de comunicación, donde han aparecido desde voces airadas que hablan de “regresión discriminatoria” hasta eso que, en nuestra siniestra posguerra, los clérigos católicos llamaban “posturas tibias”; o sea, no pero quizá sí. No en la Francia moderna del siglo XXI, pero un respeto por las minorías. Esta polémica es un “déj� vu”, que se vivió con creces cuando el asunto del “velo” en los colegios. Solo que ahora se trata de algo mucho más grave, que afecta a la más recóndita intimidad de una joven francesa (sean cuales sean sus creencias).

Lo de que se trata de una regresión resulta evidente. Lo de discriminatoria va en el sentido de que jamás, y en ningún sitio, un hombre ha tenido que probar su virginidad para dar por bueno un matrimonio. Y, en el caso de que alguien se lo hubiera pedido, su palabra habría sido más que suficiente. Lo de respetar a las minorías, vale; pero no hasta el punto de que pongan en cuestión el sistema jurídico del país de acogida. Algo que la Secretaria de Estado francesa para los derechos de las mujeres, Valérie Létard, ha definido como una “interpretación obscurantista de algunas de nuestras disposiciones”.

Y menos mal que el caso se ha juzgado en Francia, y no en algún otro país donde a la chica la habrían, cuando menos, lapidado. Otra Secretaria de Estado, Fadela Amara, que en su día fue dirigente de la organización “Ni putas ni sumisas”, lo ha explicado muy bien: “Creí que me estaban hablando de un sentencia dictada en Kandahar”. Resumiendo: que el juez francés ha validado el repudio.

Es cierto que el artículo de ley en cuestión existe; pero también es cierto que, en los tribunales, las leyes se interpretan para adecuarlas a cada caso. Así que, lo siento, pero el culpable es el juez. Ese juez de Lille que ha hecho suya la causa de un marido cabreado porque no pudo exhibir, ante los invitados a la fiesta, la prueba de la virginidad de su esposa. Como fue culpable aquel juez español que exoneró a un violador porque la violada “llevaba minifalda” y le provocaba. Como son culpables los jueces que no se ocupan de que se apliquen las sentencias, mientras individuos condenados siguen amenazando, y a veces matando, a sus víctimas.

Aunque la sentencia de Lille es un hecho sin precedente en la jurisprudencia gala, al parecer no es tan infrecuente que la virginidad sea un problema aquí al lado. Entre los cientos de testimonios aparecidos en los últimos días en los medios de comunicación franceses he expurgado el de un médico “del Norte” (por razones obvias, no quiere dar su nombre) que confiesa haber “recosido” el himen de un número considerable de mujeres jóvenes, musulmanas pero también católicas. Piensa que esas mujeres cometen un acto “revolucionario” �hacer el amor antes del matrimonio- que castiga no solo su religión, sino también su familia, y que posteriormente se arrepienten; él simplemente les ayuda a disimular esa “marca que las pone en peligro”.

La opinión mayoritaria es que convendría recurrir la sentencia de Lille. A mí me parece que bastante hemos hablado ya de la chica musulmana y sus intimidades. Y que, afortunadamente, y aunque no hubiera querido tener que pasar nunca por esto, le ha servido para no verse obligada a compartir su vida con un espécimen indeseable. Lo que no es poco.

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