viernes. 19.04.2024

Un análisis para cada espacio

La política, como el diablo, está en los detalles; en los matices.  El discurso político no se construye con sal gorda; aunque a veces haya que echar pimienta. Los matices en política son tan necesarios como importantes. Quizás, en estos críticos momentos, en que nos está tocando vivir, el discurso político matizado es difícilmente audible pero necesario.

La política, como el diablo, está en los detalles; en los matices.  El discurso político no se construye con sal gorda; aunque a veces haya que echar pimienta. Los matices en política son tan necesarios como importantes. Quizás, en estos críticos momentos, en que nos está tocando vivir, el discurso político matizado es difícilmente audible pero necesario. Y si me apuran, imprescindible para no caer en una demagogia populista de escasa calidad democrática. Todo ello viene a cuento de la panoplia de argumentos, discursos y debates que se están construyendo en torno a las recientes elecciones.

Cuando nos ponemos a analizar los resultados electorales de espacios ajenos,  la tentación es aplicarlos con inmediatez al común y traducirlos al nuestro. De este modo, las elecciones andaluzas de marzo fueron vistas como el inicio del declive de las políticas del PP; hoy, las elecciones gallegas son vistas como la prueba fehaciente de que se puede combinar recortes con ascenso electoral. A mi modo de ver, ni una cosa ni otra. Los andaluces y los gallegos votaron en su contexto político, ante un sinfín de factores que en muchos casos eran propios. Singular, en este argumento, es el resultado de las elecciones vascas donde los dos primeros partidos no forman parte de ninguna organización estatal. Con los años, se han creado auténticos sistemas políticos propios en prácticamente todas las Comunidades Autónomas. Sistemas políticos que aunque no aislados tienen su propia vida. Así pues, cada espacio requiere un análisis propio.

Por otra parte, tampoco es útil mezclar los planos sociales con los electorales. Excepto para evidenciar el nivel de desconfianza que nos proporcionan las altas tasas de abstención electoral. Más allá de constatar que una parte significativa de la ciudadanía no participa en las elecciones, es difícil unir la legitimidad social de las importantes movilizaciones con la legitimidad de los resultados de cada partido. Más de un político justifica sus determinadas acciones, incluso algunas fraudulentas, en base a que las urnas no le castigan. Sin embargo, las contiendas electorales tienen sus límites. Las elecciones son exclusivamente competencia partidaria, entre unos y otros. Una lid eliminatoria. Unos ganan y otros pierden; aún cuando algunos sean más proclives a las movilizaciones que otros. El triunfo del PP en Galicia o el previsible triunfo de CiU en Cataluña es el fracaso de los otros partidos, no de las movilizaciones ciudadanas. Las movilizaciones ciudadanas son una expresión de una sociedad que está reclamando ser oída y vinculada por la política.

En fin, que aprender en cabeza ajena siempre está bien; siempre y cuando esa cabeza se encuentre ubicada en nuestro propio espacio y en una misma dimensión.

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