viernes. 29.03.2024

Tortura y nuevo orden mundial

NUEVATRIBUNA.ES - 16.11.2010Entre nosotros son muchos los historiadores –Francisco Casanova, Mirta Núñez, Matilde Eiroa, Francisco Moreno, Ángeles Egido, Enrique Moradiellos, Ángel Viñas, Josep Fontana, Alicia Alted o Reig Tapia- que en los últimos años se han emboscado entre los archivos y los manantiales de información ocultos para darnos a conocer los usos y costumbres del régimen franquista durante la posguerra.
NUEVATRIBUNA.ES - 16.11.2010

Entre nosotros son muchos los historiadores –Francisco Casanova, Mirta Núñez, Matilde Eiroa, Francisco Moreno, Ángeles Egido, Enrique Moradiellos, Ángel Viñas, Josep Fontana, Alicia Alted o Reig Tapia- que en los últimos años se han emboscado entre los archivos y los manantiales de información ocultos para darnos a conocer los usos y costumbres del régimen franquista durante la posguerra. Ellos están descubriendo, sobre cimientos sólidos, como aquel Estado basaba su existir, entre otras cosas, en la tortura y el exterminio. O sea, que estamos acostumbrados a ese ominoso instrumento de poder, a ese repugnante método totalitario que hunde a verdugos y víctimas, por distintos motivos, en la escala más baja de la degradación humana.

Fue hace años Pilar Miró, en aquella película tan formidable como horrenda y polémica, quien nos descubrió las imágenes del dolor maquinado en la mente simple de los sádicos. Luego lo hizo Pedro Costa en “El Caso Almería”. Abunda la literatura que se refiere a ese crimen, pero las catacumbas del Estado siguen ocultando fantasmas ensangrentados que alguna vez habrá que sacar a la luz. Todos, en cualquier pueblo, en cualquier ciudad, hemos escuchado –con los oídos cerrados- hechos y casos que nos han llevado hasta los confines del horror. Pero hemos callado. Seguimos callando. Siempre el temeroso y sumiso silencio.

Matías “El Colorao” tenía en la Plaza Mayor de Caravaca una peluquería francesa: “Salón Nanay. Barbería Tibiri in sole”. Buen barbero, borracho vocacional, cuando terminaba la jornada se iba al bar más cercano y cogía una curda de impresión. Salía tambaleándose del local y comenzaba a cagarse en Azaña y en todos los políticos republicanos. Ganaron los buenos, pero él, absorto en su barbería y en sus cogorzas, ni se dio cuenta. De modo que siguió con los hábitos adquiridos en los anteriores años de libertad: Me cago en Franco y en la madre que lo parió. Inmediatamente era detenido, llevado a los calabozos y apaleado brutalmente. Inasequible al desaliento, Matías volvía a repetir sus gritos cada noche. Una de ellas, un grupo de valientes muchachos, con el permiso gubernativo, lo convencieron para que montase en una camioneta so pretexto de llevarlo a una finca donde se estaba celebrando una fiesta. A unos tres kilómetros del pueblo le dijeron que bajara. Lo mataron a palos, entre risas. La impunidad era tan grande que apenas se molestaron en enterrarlo, descubriendo horas después los perros los restos de aquel desgraciado que nunca había hecho daño a nadie. A la mañana siguiente, varios chuchos aparecieron por el pueblo con sus restos. Así fue la dictadura pese a las mamarrachadas insultantes que cuentan el grapo Pío Moa, Sánchez Dragó, César Vidal, Zavala o José María Marco, historiadores e intelectuales oficiales de la época aznarí.

La democracia –palabra que quieren dejar vacía de contenido quienes no creen en ella- es un sistema de garantías, de pesos y contrapesos, en el que el pueblo tiene que estar vigilante para que no se cometan excesos de ningún tipo, para que no se detenga y se regenere constantemente. Siempre ha habido abusos del Estado democrático, también ha existido la tortura, lo puedo afirmar con conocimiento de causa, pero hasta hace bien poco quien torturaba corría el riesgo de ser descubierto y dar con sus huesos en las cárceles. Sin embargo, desde que el Trío de las Azores –tal vez antes, desde que decidieron que el miedo y la seguridad mal entendida eran mejor negocio que la libertad y la justicia- anunciaron al mundo la construcción de un nuevo orden mundial, las cosas han ido de mal en peor. Sabemos que sólo una sexta parte del mundo vive en “democracia”. De las otras quintas parte sabemos también muchas cosas pero hacemos lo que el mono: ver, oír y callar. La destrucción de Irak por parte de las potencias democráticas ha originado un desastre tan colosal que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que en aquel país los civilizados occidentales instalaron el infierno bíblico. Ahora salta a la palestra –fotografías, videos y wikileaks lo demuestran- que los soldados norteamericanos y británicos torturaron a destajo. Los pacatos y seudodemócratas se sorprenden hipócritamente de que ejércitos de las grandes democracias utilizasen prácticas tan vejatorias. ¿De qué se sorprenden? ¿Por qué se sorprenden? ¿No es la guerra en sí misma la mayor de las torturas, el más inmenso de los crímenes? ¿A quién quieren engañar? Torturan en su casa, en sus cárceles, en sus comisarías, en Guantánamo, torturan desde que decidieron que los pájaros de fuego incendiaran hasta el último rincón de aquellas y otras tierras. No hay ninguna sorpresa: la guerra es la guerra, y la democracia cuando ha perdido el alma, el contenido político, el respeto a las leyes, nacionales e internacionales, se parece cada vez más a una dictadura. Estados Unidos –ya he repetido muchas veces que admiro profundamente a Norteamérica en muchas de sus facetas- tiene siete millones de presos en condiciones tales que de ocurrir aquí hoy no quedaría un solo funcionario de prisiones sin expedientar, cuarenta millones de pobres de solemnidad y unos tribunales donde a uno se le condena a la silla eléctrica o no dependiendo del dinero que tenga para buscarse un buen abogado. El método de enseñanza de sus academias militares es el bestialismo, ¿cómo sorprenderse de que torturen?, ¿por qué extrañarnos de que un piloto de un B-52 que está lanzando toneladas de infierno sobre la población, al verlas estallar diga: “Que bonito parece un árbol de Navidad? ¿Cómo no comprender la aparición de un partido como el del té que reivindica todo eso y presenta a Obama como hijo de Satanás? No seamos hipócritas, por favor. Irak ya pasó para los medios, no es noticia, tampoco lo es mucho Afganistán, dónde están las mayores reservas de Coltán del mundo y también la muerte y la pobreza, mucho menos el Sahara Occidental, dónde Marruecos inició hace una semana el exterminio del pueblo saharaui en medio de la complacencia de los civilizados.

Sin embargo, pese a esta realidad apabullante, no todo está perdido, ni mucho menos. Es preciso recuperar la utopía, el pensamiento crítico, la imaginación y la alegría, desterrar la resignación y la apatía. La izquierda nunca fue abúlica ni se creyó aquello del valle de lágrimas. Por muy duro que nos parezca el presente y el futuro, hubo tiempos peores y personas que se enfrentaron a él para conseguir un mundo mejor. Hoy tenemos medios para combatir la tortura, la explotación y la destrucción del planeta, más que nunca. Sólo necesitamos tirar la televisión por la ventana y ponernos a andar, juntos, hombro con hombro, para acabar de una vez por todas con esa rémora medieval que son los señoríos feudales que han montado de nuevo los caballeros de la orden neocon.

Pedro Luis Angosto

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