jueves. 25.04.2024

Tomás Gómez, la izquierda y los pactos

El pasado 20 de junio, el secretario general del PSM, firmó, en el diario Expansión, un artículo titulado "Se acabó la herencia recibida" cuyo eco en algún medio digital de la derecha cobró la forma de

El pasado 20 de junio, el secretario general del PSM, firmó, en el diario Expansión, un artículo titulado "Se acabó la herencia recibida" cuyo eco en algún medio digital de la derecha cobró la forma de un rapapolvo a Rubalcaba por su política de invitación al Pacto de Estado para salir de la crisis (el títular era ilustrativo "Gómez arremete contra Rubalcaba y lo compara con un “boxeador desorientado"). Posteriormente, en un desayuno de TVE, vino a dejar, con pretendida sutileza (digo pretendida porque la sutileza no apareció por ningún lado), una idea en el aire: el PSOE no tiene credibilidad y no la tiene porque no la tiene su lider. Más o menos. Pude leer, al día siguiente, un lúcido artículo de Rafael Simancas en este diario digital y advertir, con estupor, el silencio de la totalidad de los líderes regionales, en Madrid municipio y en la Asamblea de Madrid, ante las afirmaciones de GómezEse silencio puede ser cautela mal entendida (la libertad de expresión es básica en un partido y si con ella se puede desmontar un error político e intelectual, más básica aún), pero también puede revelar comodidad, miedo a opinar o, peor aún, desgana política.

¿Cuál es el planteamiento de fondo del artículo de Gómez? Pues que el PSOE, en su política de oposición, no debe proponer Pacto de Estado alguno para salir de la crisis y debe orientarse a elaborar ("armar", escribe) un modelo alternativo, "un nuevo pacto con las capas medias y el capital productivo frente al capital financiero". La verdad es que da pereza entrar en este debate cuya raíz está en las posiciones extremas que los más maduros (no diré viejos) del lugar recordamos del debate sobre los pactos de la Moncloa, esenciales en la construcción de la democracia, que vivimos en España a finales de los años setenta y primeros ochenta. También en relación con pactos posteriores de ámbito nacional por el empleo y para superar situaciones económicas difíciles.

Ante la crisis más dura y dramática que están viviendo España y Europa en el último medio siglo, un partido de izquierdas que, como el PSOE,  ha gobernado y aspira a gobernar de nuevo tiene que proponer, como obligación moral y como obligación ante los ciudadanos, un gran Pacto de Estado para salir de esa crisis, algo que desborda el ámbito partidario para convertirse en una necesidad objetiva del conjunto de la sociedad. Me refiero a un pacto que no sólo comprometa e implique a gobierno y oposición mayoritaria, sino también a otras fuerzas políticas, a sindicatos, a empresarios, a las más diversas organizaciones sociales, a las comunidades autónomas. Esté en el gobierno o esté en la oposición. Y ha de hacerlo del mismo modo que en cada Comunidad ha de demandar Pactos por el Empleo y contra la crisis que comprometan a los mismos protagonistas en el nivel autonómico y promuevan la confluencia de esfuerzos de todo el tejido productivo. Eso es lo que espera de ese partido la sociedad. Es más: ese mensaje es, en sí mismo, un instrumento esencial para ganar espacio político y electoral, para cargarse de razón ante los ciudadanos y trabajadores, para aparecer ante la sociedad como un partido útil, responsable, con sentido de Estado y con claridad política.

Otra cosa es el contenido y la naturaleza del pacto: obviamente, para los socialistas habría de descansar en la defensa de las políticas del bienestar, en la creación de empleo, con planes especíalmente dirigidos a los jóvenes, en la dedicación de más recursos a la innovación, al I+D+I, en la inversión pública en infraestructuras, en una política tributaria que cargara, ante todo, sobre las rentas más altas y sobre las grandes fortunas y en una política europea basada, en lo esencial, en el reforzamiento de la unidad política y fiscal y en el abanico de medidas que socialistas franceses y alemanes (menos éstos que aquellos) han venido planteando en las últimas semanas, desde la atribución de nuevas competencias al Banco Central Europeo hasta la creación de eurobonos, pasando por el destino de grandes recursos a una política inversora que incentive el crecimiento. Ése sería, desde un punto de vista progresista, del PSOE, el Pacto de Estado ideal, lo que no quiere decir que tuviera que contener todas las medidas (un pacto es un pacto entre dos o más interlocutores). Por el contrario, los contenidos que le daría la derecha están claros: recorte, recorte y recorte en la dirección del desmantelamiento del Estado del Bienestar.

Es obvio que de no contener una parte importante de las políticas citadas, no podría haber Pacto. De hecho, no lo habrá porque el PP opta, sin más, por el "amén" a la políticas  restrictivas: ésa es su concepción del Pacto. Por eso, las preguntas que Gómez se hace en su artículo son mera retórica porque sólo tienen una respuesta: "¿Es posible un Pacto de Estado con la determinación del gobierno de destruir el Estado del Bienestar?" "¿Es posible un Pacto de Estado con quienes defienden una reforma financiera que responde exclusivamente a los intereses de quienes nos han llevado a esta crisis?", La respuesta es clara: rotundamente no. Pero, aun siendo consciente de que ésa es la respuesta, Gómez formula las preguntas de tal modo que, lejos de la mera retórica, se convierten en arma arrojadiza contra la posición de Rubalcaba y de su Ejecutiva. Sutilmente se deja entrever (el citado medio de la derecha lo aprovechó en condiciones) que el PSOE sí estaría por ese Pacto de Estado, algo fuera de lugar cuando en todos los ámbitos ha quedado claro que es un problema de contenidos y que el Pacto de Estado, en los términos que el PP lo pone sobre la mesa, no es ni será posible. Pero tener esa certeza no significa que políticamente no sea necesario, que el principal partido de la oposición no deba seguir insistiendo en ello ante los ciudadanos al tiempo que defiende sus propias alternativas en todos los ámbitos. ¿O acaso el PSM debería renunciar a exigir en Madrid un Pacto regional por el empleo y la salida de la crisis que implique a sindicatos y otras fuerzas sociales y a los ayuntamientos, ante las políticas de recorte de Esperanza Aguirre al tiempo que expone ante los ciudadanos sus alternativas? Otra cosa, sería el contenido del pacto.

Hemos escuchado al secretario general del PSOE , Alfredo Pérez Rubalcaba, decir, por activa y por pasiva, que si gana las elecciones echará abajo la reforma laboral, que es preciso impulsar políticas de defensa de las conquistas sociales y de incentivación del crecimiento, que el cumplimiento del objetivo de déficit debe aplazarse y que en su logro no pueden tocarse la educación, la sanidad o las políticas de protección social. El apoyo a las propuestas de Hollande ha sido constante (es más, buena parte de las propuestas de Hollande en su campaña fueron las mismas que presentó Rubalcaba en las elecciones del 20-N). Pero Gómez no ha debido leer esos posicionamientos. Y si los ha leído y escuchado, es como si no lo hubiera hecho.

¿Quiere eso decir que la demanda pública de un Pacto de Estado de salida de la crisis está en contradicción con el diseño y la difusión de una propuesta alternativa? En absoluto. Es más: son iniciativas complementarias que tienen, además, una relación dialéctica. El Pacto es una estrategia a corto plazo, coyuntural, para hacer frente a situaciones críticas; la propuesta alternativa es una propuesta estratégica, a medio y largo plazo, que responde a la definición de un modelo de sociedad diferenciado de la derecha.

Por último: sería bueno que el líder madrileño, cuando se le pregunta ante las cámaras de TVE, sobre la credibilidad del PSOE y de su líder federal, en vez de cuestionarlas (¿por qué lo hace?) mirara hacia el PSM y hacia sí mismo. En Madrid, tenemos la presidenta y la alcaldesa más derechistas del PP, más ultraliberales, más insensibles hacia los derechos sociales de los ciudadanos, y más “hinchas” de los recortes de toda España. Y tenemos, en autonómicas y municipales, la cuota electoral más baja desde que se inició la transición. ¿De qué estamos hablando?

Lamentables los tiempos en que hay que seguir argumentando lo obvio. 

Tomás Gómez, la izquierda y los pactos
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