Substituir la historia por la memoria

Observó Raymond Aron en Dimensiones de la conciencia histórica que “conservamos del pasado lo que nos interesa. La selección histórica está dirigida por las preguntas del presente hacia el pasado”. Este pensador francés, que vivió de pleno la época final de las grandes narraciones, era perfectamente consciente que las sociedades necesitaban patrones de inteligibilidad para su cohesión y articulación.

Observó Raymond Aron en Dimensiones de la conciencia histórica que “conservamos del pasado lo que nos interesa. La selección histórica está dirigida por las preguntas del presente hacia el pasado”. Este pensador francés, que vivió de pleno la época final de las grandes narraciones, era perfectamente consciente que las sociedades necesitaban patrones de inteligibilidad para su cohesión y articulación.

Historia magistra vitae est, y como tal, produce relatos elaborados bajo presupuestos metodológicos. “La Historia no es una ciencia que trate de los hombres en el pasado lejano sino tan sólo de ellos en el tiempo y en el cambio” dejó escrito Javier Tusell. Historiar es establecer una relación significativa entre hechos. Ahora bien, para no transmutar conocimiento empírico por ideología, la Historia ha de construir un relato que incluya hechos y además, ha de indagar – en la medida de lo posible -, en las etiologías. Nada de lo anterior conjuga ninguna mediación ideológica. Así se debería funcionar en cualquier actividad intelectual. Así se funciona en la biología, así se funciona en la medicina, así se funciona en la física, así se funciona en la psicología… No sería una conducta adecuada – si entendemos por tal una respuesta de un ser vivo a su situación, o más exactamente, su modo de existir en el medio-, es decir, una respuesta honesta; utilizar, por ejemplo, el significado de los índices de cefalización para legitimar un partido político, o la acción de un cualquiera. Del modo que también es razonable pensar que no es adecuado establecer un razonamiento histórico sobre un partido si el que lo establece es parte o está mediado por él. La ideología alude a argumentos muy distintos de los que emergen del empirismo y se interiorizan (se incorporan a la propia manera de ser, de pensar y de sentir, ideas o acciones ajenas).

Pero aún evitando los riegos que comportan en la conducta y en la objetividad del historiador las mediaciones ideológicas, el peligro de transmutar conocimiento empírico en ideología no habría desaparecido. El uso potencial de la vivencia de manera consciente o inconsciente no explica totalmente el estado real en que se encuentra la recepción del pasado. Es sólo un síntoma de algo más profundo. Hoy por hoy, es innecesario esperar a que cambie la sociedad para que se trasforme la escritura de la Historia. La Historia es hija de su tiempo pero antes de eso es, o mejor dicho, debe ser, hija de sí misma. Pero no es así. Prácticamente cualquier manifestación del pensamiento de ninguna manera se desliga de su representación, es decir, de su escritura (la condición postmoderna).

Además, existe otro problema más importante y de consecuencias poco previstas: con las nuevas tecnologías (el flujo de la red), la Historia-Pasado ha perdido su valor de continuum y explicativo para producir valor simbólico. La recepción de la Historia se deshistoria producto del valor de la información como cimiento material de la nueva sociedad. Sufrimos una transformación en la recepción del pasado; o para mejor decir, se han ampliado la descontextualización y el aislamiento. Como ha expresado el historiador Tony Judt en Sobre el olvidado siglo XX: “La historia tradicional, tal como se enseñó a generaciones de escolares y estudiantes, daba significado al presente por referencia al pasado: los nombres, los lugares, las inscripciones, las ideas y alusiones de hoy podrían ubicarse en una narración memorizada del pasado. En el presente este proceso se ha invertido. El pasado ya no tiene una forma narrativa propia. Cobra significado sólo por referencia a nuestras presentes y frecuentemente conflictivas, inquietudes”.

Un caso:

“El espíritu de la Transición, que por cierto, no está impidiendo a algunos, re-escribir la historia y exhumar, blanqueada, la figura de Franco, y beatificar a cientos de sus mártires, y denostar, desde ese pasado, al partido actualmente en el poder, porque regresar al franquismo será pecado de Lesa Transición, pero, Indalecio Prieto, Negrín, Largo… etcétera, son fusilados cada amanecer en los medios de la nueva CEDA, del Nacional Catolicismo renovado. Esos mismos hoy están cantando victoria y se están riendo… en fin, a grandes carcajadas de Baltasar Garzón. Un país no tiene futuro si no administra bien su memoria y su olvido, es cierto, hay que saber recordar y hay que saber olvidar; y en la España actual, no es que esté sobrando memoria histórica, es que está sobrando olvido. Por eso ha podido ocurrir, por ejemplo, que los restos de Alfonso XIII, exiliado después de la victoria de la república en las urnas, pudieran regresar del exilio en 1980, y ser enterrados con honores en el Escorial; mientras que los restos de Manuel Azaña, Presidente democrático, derribado por un golpe militar, siguen en el exilio de Montauban desde 1940”.

La cita es del periodista Iñaki Gabilondo hace 2 años en el informativo de cuatro. Más allá de los juicios de valor, muy discutibles, el hecho cierto es que el Senado aprobó el 19 de octubre de 1977 y por iniciativa de la Agrupación Independiente, una proposición no de ley solicitando al Gobierno que se realizaran las gestiones necesarias, de conformidad con las respectivas familias, para el traslado a España de los restos de los tres jefes de Estado enterrados en el extranjero: don Alfonso XIII, don Niceto Alcalá-Zamora y don Manuel Azaña. Los restos de los dos primeros fueron repatriados, no así los de Azaña, que permanecen en el cementerio de Montauban por deseo personal y familiar.

La cultura (donde está situada la Historia) se concibe cada vez más como instrumento ejemplificador y nuestra sociedad está cada vez más organizada en torno a la producción, distribución y manipulación de símbolos y signos. La brecha abierta entre el ser de las cosas y su significado es cada vez más amplia y mutable en el tiempo. Asistimos, con el movimiento por la recuperación de la memoria histórica, a un intento de substituir la Historia por la memoria (siempre subjetiva y parcial). En una sociedad como la española que no encuentra presente ni hay expectativas futuras, se vuelve al pasado como manera de buscar explicaciones a la incertidumbre en que se vive. Eso es lo que está pasando ahora mismo: los nietos de la guerra, sienten la necesidad de recuperar (traer al presente) el pasado, pero no cualquier pasado, el pasado rememorado en la memoria, siempre parcial y subjetivo, su pasado, el que substituye a la Historia, hecha por fuentes y siempre con pretensión de verdad. Y como el pasado historiado no tiene nada que ver con su proyecto ideal de pasado, hay que recuperar la memoria histórica, y corregirlo (anular los juicios del franquismo, juzgar penalmente a los que están muertos, etc), como si eso fuera posible. Asistimos por tanto, a una obsesión por el pasado, dirigida por grupos políticos minoritarios (Izquierda Unida, Asociaciones de la Recuperación de la memoria, etc). Ya ha empezado (e irá a más a partir de la próxima semana) la campaña en defensa de Garzón. Los cuatro reduccionistas de siempre, ya están poniendo en un pedestal al juez, con el abracadabrante discurso de que, nada menos, es la última víctima del franquismo... (cuando hay democracia desde hace 34 años) y el primero de la Gürtel. Dicen defender a Garzón, pero lo que en realidad están haciendo es convertir la memoria - su memoria- en arma arrojadiza de la democracia. Solo ellos creen defender la integridad de la justicia, solo ellos se autoproclaman adalides contra la corrupción, cuando es la sociedad entera la que debe combatir todas estas lacras. Garzón no ha sido condenado y en todo caso, se le va a juzgar por prevaricación. Es decir, por investigar asuntos en los que sabía no tenía competencia y posibilidad legal. No se puede iniciar un proceso penal a personas que ya no están vivas. Y por supuesto, no es tolerable pasar por encima de la ley, (utilizando el método de las grabaciones para el asunto del Gürtel) cuando no está permitido. No señores no es una persecución, es simple y llanamante, cumplir con los procedimientos de un Estado de derecho. Nada más que eso.

Pero la substitución de la Historia por la memoria, la búsqueda del recuerdo sin mediación sin contar con la investigación histórica, provoca que idealicemos el pasado y que desconozcamos valores, sentidos y finalidades de los hechos. Como dice Tony Judt, ahora, con la aceleración del tiempo, hemos olvidado pensar históricamente.

La Transición se hizo bajo la premisa de superar todo el pasado – el de ambos bandos. Y ese discurso parte nada menos que en 1938 con el discurso en las Cortes en Barcelona de Manuel Azaña: Paz, piedad y perdón. Continuó muy pronto con las conversaciones entre socialistas (encabezadas por Prieto) y los monárquicos (San Juan de Luz 1948), en donde ya se incluía una amnistía para los presos políticos. Igualmente el Partido Comunista, fijó la reclamación de amnistía para los presos políticos en su discurso de reconciliación nacional de 1956. Así, las cosas, precisamente porque está sobrando olvido todo el mundo habla pero nadie dice nada sobre la Proposición de la Ley de Amnistía que se discutió en el Parlamento 14 de octubre de 1977, y donde Marcelino Camacho, Portavoz del Grupo Comunista, expresó: “tantas heridas tenemos, tanto hemos sufrido, que hemos enterrado a nuestros muertos y nuestros rencores”. Y añadió tras rememorar los sufrimientos padecidos por Horacio Fernández Inguanzo, condenado a veinte años en 1956, y a Simón Sánchez Montero: “Hoy no queremos recordar ese pasado, porque hemos enterrado a nuestros muertos y nuestros rencores”. Camacho recordaba para afirmar que no recordaba. Sólo desde la voluntad humana de superar el pasado, se explican las palabras de Marcelino Camacho aquel día. Así se aprobó una amnistía (votada por todos menos por AP) en la que cancelaba los delitos por los que había sido encarcelada la oposición (nada hablaba del franquismo). Precisamente porque está sobrando olvido todo el mundo habla pero nadie dice nada sobre la conmemoriación del 50º Aniversario de la Guerra Civil ya con el Gobierno de Felipe González, instalado en el poder a través de una cómoda mayoría absoluta: «Es definitivametente historia, parte de la memoria de los españoles y de su experiencia colectiva». «Pero», agrega el comunicado, «no tiene ya -ni debe tenerla- presencia viva en la realidad de un país cuya conciencia moral última se basa en los principios de la libertad y de la tolerancia». Tras felicitarse porque España ha recuperado «las libertades que quedaron bruscamente interruimpidas en 1936», el Gobierno afirma que quiere «honrar y enaltecer la memoria de todos los que, en todo tiempo, contribuyeron con su esfuerzo, y muchos de ellos con su vida, a la defensa de la libertad, y de la democracia en España», y recuerda además «con respeto a quienes, desde posiciones distintas a las de la España democrática, lucharon por una sociedad diferente, a la que también muchos sacrificaron su propia existencia». El Gobierno manifiesta su esperanza de que «nunca más, por ninguna razón, por ninguna causa, vuelva el espectro de la guerra y del odio a recorrer nuestro país, a ensombrecer nuestra conciencia y a destruir nuestra libertad». «Por todo ello», concluye la nota, «el Gobierno expresa también su deseo de que el 50º aniversario de la guerra civil selle definitivamente la reconciliación de los españoles». Precisamente porque está sobrando olvido nadie pone en valor lo que entendía también Manuel Tuñón de Lara cuando se preguntaba en la presentación de Historia del Franquismo si por formar parte de la Historia los hechos relatados en aquellos cuadernos debían ser olvidados. Y respondía: “Esos hechos y esos actos tienen que ser olvidados como condicionantes del presente y del futuro, como factores políticos. En cambio, hay que asimilarlos y explicarlos como historia”.

Esa memoria “de la que tanto se hablaba” y que tiene un valor y una finalidad. Es decir, lo que hoy se ha transformado con respecto a ayer, es el sentido y la finalidad del pasado tras largos años en los que nos hemos cansado de beber – según los ideólogos de la memoria- la pócima de la amnesia. De la memoria como reconocimiento del pasado violento, a la memoria como acción de justicia (olvidando el propio pasado).

Solo desde la investigación histórica podemos entender el significado político en el que se construyó la transición, en donde la amnistía, antes señalada, fue el triunfo de la memoria, es decir, el reconocimiento que había que sacar de la cárcel a los represaliados, pero que, precisamente porque en la Guerra Civil mataron los dos bandos por motivos ideológicos, había que construir un nuevo régimen político, teniendo muy presente lo que había pasado para no repetirlo. Y así, comenzaron a publicarse numerosas obras sobre la Guerra Civil, la represión franquista, la Revolución de Asturias, etc. No hubo por tanto olvido, sino el reconocimiento de lo que había pasado y la oportunidad que tenía la oposición, de cumplir su programa histórico: la reconciliación nacional, la amnistía y la construcción de un régimen democrático –como así fue-. Pero es más: fue el parlamento español en el año 2002, como se puede comprobar consultando el diario de sesiones del día 20 de noviembre, (aniversario de la muerte de Franco), en el que dice textualmente: “nadie puede sentirse legitimado, como ocurrió en el pasado, para utilizar la violencia con la finalidad de imponer sus convicciones políticas y establecer regímenes totalitarios”, además insiste en “mantener el espíritu de concordia y reconciliación que presidió la elaboración de la Constitución de 1978” reafirmando “el deber de la sociedad democrática de proceder al reconocimiento moral de todos los hombres y mujeres que fueron víctimas de la guerra civil, así como de cuantos padecieron más tarde la represión de la dictadura franquista” e insta al Gobierno a “desarrollar una política integral de reconocimiento y de acción protectora económica y social de los exiliados de la guerra civil así como de los llamados niños de la guerra”.

Este es un breve relato histórico de los hechos. Al hacer esto, estamos dando inteligibilidad a unas experiencias imposibles de juzgar penalmente porque no las hemos experimentado y porque no podemos juzgar un tiempo bajo las leyes de otro tiempo. Al no formar parte de los hechos, lo que haríamos es juzgar la Historia de esos hechos, esto es, establecer una suerte de justicia histórica. ¿Juzgar solo el franquismo, juzgar también los crímenes cometidos en la Guerra Civil? De ser posible, podíamos enjuiciar toda la Historia de nuestro tiempo y encontraríamos situaciones tan absurdas como encausar a los conquistadores por acabar con poblaciones enteras en Iberoamérica. No es posible. Lo único que sería posible es un acto simbólico, esto es, restituir mediante un homenaje su dignidad resultado del reconocimiento del pasado. Pero fundamentalmente porque en la guerra civil mataron los dos bandos y ambos movidos por motivos ideológicos. Las matanzas en el bando antifranquista durante la Guerra Civil no fueron de los republicanos, sino de los partidarios de una revolución social que, de haber triunfado, también hubiera supuesto el fin de la República.

La función que hoy tiene la Ley de memoria histórica es la de cumplir una demanda pendiente: enterrar a todos los muertos. Es decir, recuperar a los muertos de los dos bandos y darles digna sepultura. Y tiene que ser así, porque partimos del hecho histórico y no de la revancha o el juicio histórico. Partimos de la interpretación que ha forjado la investigación histórica: en una guerra civil mataron los dos bandos y una democracia tiene que tratar de recuperar a todos los muertos. Y cuando entendemos que no es posible una justicia histórica, comprendemos también que hay que recuperar todos los muertos (de cualquier bando). Precisamente porque el sentido que otorgamos a esos hechos está constituido y condicionado por códigos culturales que no podemos experimentar, no podemos actuar bajo una lógica que no incluya todas las desapariciones en España, ya que hoy este país se constituye como un Estado social y democrático de derecho. Establecer una significación de los hechos a través de las fuentes, es trabajo de los historiadores.