sábado. 20.04.2024

Standard & Poor's, los tiburones de la crisis

NUEVATRIBUNA.ES - 7.5.2010El Partido Popular llegó al poder, tras una campaña furibunda contra el último gobierno de González, cuando el país comenzaba a salir de una recesión que nada tenía que ver en importancia con la actual, ni por su agudeza ni por el contexto global de una y otra.
NUEVATRIBUNA.ES - 7.5.2010

El Partido Popular llegó al poder, tras una campaña furibunda contra el último gobierno de González, cuando el país comenzaba a salir de una recesión que nada tenía que ver en importancia con la actual, ni por su agudeza ni por el contexto global de una y otra. A estas alturas no es posible negar que el modelo económico que resultó de la política del gobierno del Partido Popular (1996-2004), se cimentaba sobre unas premisas que tenían los pies de barro y comprometían el futuro del entramado productivo del país.

“Grosso modo”, la política económica llevada a cabo en aquellos años por los señores Aznar y Rato, dentro de las más pura ortodoxia neoconservadora, consistió en privatizar completamente las empresas públicas más rentables de España -Endesa, Argentaria, Tabacalera, Repsol, Telefónica…-, hecho que nadie puede decir haya servido para mejorar su eficiencia o rebajar el precio de los servicios que prestan, antes al contrario, hoy pagamos bastante más por ellos que cuando eran empresas públicas, lo que demuestra sin lugar a dudas que privatizar no es sinónimo de mejorar. De aquellas operaciones el Estado sacó importantes réditos que sirvieron para rebajar la deuda y beneficiar a una serie de señores, nombrados a dedo, de cuyos nombres no quiero acordarme aunque no tenga más remedio que hacerlo: Alierta, Villalonga, Blesa, Martín Villa, Pizarro, Aggag y un sin fin de manijeros y mozos de espada que vieron como sus vidas cambiaban como si hubiesen encontrado la lámpara maravillosa.

Pero no paró ahí la cosa, con el recetario de Milton Friedman en la mano, que al parecer, pese a la catástrofe en la que ha sumido a la economía mundial, sigue siendo el único catecismo válido para quienes consideran que la explotación es un derecho inalienable del explotador, congelaron las pensiones, tanto las altas como las bajas, las plantillas y los sueldos de los funcionarios de la Administración central mientras subieron el de los asesores y arrimados; comenzaron a “externalizar” servicios sanitarios y sociales, a concertar hospitales y escuelas a mansalva con el único objetivo de controlar el pensamiento y acrecer las fortunas de los beneficiados a costa de lo público y a potenciar los planes de pensiones privados bajo la amenaza de la futura quiebra de la Seguridad Social: La estrategia estaba clara: El Estado controlaba un porcentaje alto del PIB, no se trataba de disminuirlo excesivamente, se trataba de asaltarlo, de entregárselo a gestores privados, de convertir la Escuela, la Sanidad y las Pensiones en el gran negocio del siglo XXI, estrategia que sigue adelante en comunidades como la madrileña o la valenciana, que a nivel estatal se ralentizó tras la llegada de los socialistas al poder, pero que sigue siendo el principal objetivo de la derecha mundial.

Empero, aquellas dos legislaturas quedaron marcadas por dos hechos fundamentales que tienen mucho que ver con la crisis actual, la ley del suelo Aznar-Rato de 1997 que permitía edificar en cualquier parte del país y habría de par en par las puertas a la economía especulativa en su grado más excelso, por tanto a la corrupción, la degradación del tejido productivo del país y la destrucción del paisaje natural y urbano: Todos nos podíamos hacer ricos en unas horas sin dar un palo al agua, España iba a acoger a la mitad de los habitantes de medio continente, no había duda; y la entrada de España en la invasión de Irak en espera de un botín que nunca llegó.

Creo que fue en 2006 cuando acudí a una conferencia de Ricard Torres, a la sazón Portavoz parlamentario de Economía y Hacienda del grupo socialista. Después de una brillante exposición sobre los planes del gobierno en I+D-i, se abrió un turno de preguntas. Uno de los asistentes, quizá pensando en la tremenda destrucción de la costa mediterránea y no en otra cosa, preguntó a Torres si no se daba cuenta el gobierno de que España no podía estar construyendo tantas viviendas como Alemania, Reino Unido y Francia juntas. Torres respondió que por supuesto que lo sabían, que buscaban la fórmula para un aterrizaje suave porque una medida drástica supondría poner en la calle a más de cinco millones de trabajadores y tendría unas consecuencias funestas para toda la economía española. Era una herencia –dijo- envenenada del pasado.

Bien, pasó aquel tiempo y en 2007 comenzó la actual crisis que uno no se atreve a llamar por ese nombre sino que prefiere denominarla como “Gran Estafa”. Ni Standard & Poor’s, empresa integrada en McGraw-Hill y una de las más cotizadas en Wall Street, como en su tiempo lo fue Arthur Andersen & cía, la mejor auditora del mundo que acabó sus días con el asunto Enron, ni Moody's, ni el Fondo Monetario Internacional, ni la Banca Morgan, ni el Banco Mundial, ni el Papa ni la madre que los parió fueron capaces de advertir a las empresas ni a los Estados del riesgo que la economía especulativa suponía para un crecimiento sostenible. Callaron porque sabían, también porque no tenían ni puta idea y porque al fin y a la postre lo único que interesa a esas compañías privadas e instituciones internacionales es el puto mercado, el sacrosanto e intocable mercado que rige una mano invisible pero que tiene nombres y apellidos: Tiburones de las finanzas, ingenieros contables, ejecutivos agresivos sin escrúpulos, traficantes de toda laya y condición, estrategas de la muerte y la destrucción: En dos palabras: estafadores y asesinos que se creen con el derecho a jugar con la esfera terráquea y con quienes en ella habitan como hacía Chaplin en El Gran Dictador o Welles en El Tercer Hombre cuando decía a su amigo Joseph Cotten: “Míralos, no te das cuenta, son como hormigas…”.

No, no dijeron nada, todos callaron, incluidos los ciudadanos del primer mundo satisfechos de esa edad de oro prometida en la que el crecimiento económico sería cada vez mayor gracias a la libre circulación de capitales y a la economía especulativa planetaria. Todos callados, esperando su parte del botín. Hoy, cuando es posible que de la crisis salgamos todos, menos los de siempre, muy trasquilados, las agencias de calificación, las auditoras, las asesoras, el club de Bilderberg, los bancos y las grandes corporaciones en quiebra que se chuparon los dineros de todos, que pidieron por favor que se suspendiera el mercado durante un tiempo, que alentaron a los gobiernos a endeudarse para insuflar billones de euros en el sistema financiero, ponen la soga al cuello de quienes inocentemente acudieron en su auxilio recordando aquello de la rana y el escorpión: Es mi condición dijo el escorpión a la rana tras atravesar el río y darle una picadura mortal. Le ha tocado a Grecia, como en su día, le tocó a España en los años treinta. Grecia es quien hace de rana, de laboratorio de pruebas, es Grecia, país de poco peso económico, el Estado elegido para dar una vuelta más a la tuerca de la explotación en una nueva jugada de los gurús neocon que pretende, ante el silencio suicida de la ciudadanía europea, que ese país abandone el euro al verse imposibilitado de pagar los intereses de su deuda al once, al quince o al interés que quieran los especuladores.

Pero no será sólo Grecia, después vendrán otros países, no sólo del Mediterráneo y quienes se empeñaron en destruir Europa desde la caída del muro hasta la ampliación a veintisiete -¿recuerdan quienes fueron?-, se frotarán las manos mientras Ángela Merkel se quedará sin consumidores a quienes vender los magníficos productos alemanes fabricados en China, mientras los todavía acomodados trabajadores de Europa irán engrosando poco a poco -si no responden con la rapidez, contundencia y coordinación internacional requerida- las filas de la esclavitud o las del mayor ejército del mundo: El de los parados.

Pedro L. Angosto

Standard & Poor's, los tiburones de la crisis
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