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Sobre qué hacer con el sistema financiero

NUEVATRIBUNA.ES - 13.07.2009La parte más importante del sistema financiero –bancos y cajas- está en los medios de comunicación en estos días no sólo por su contribución a la crisis, sino por 2 motivos: 1) por la pretensión de la patronal de reducir el número de oficinas; 2) por los fondos que van a alimentar desde lo público (Fondo de Restructuración Ordenada Bancaria) el proceso de concentración bancaria.
NUEVATRIBUNA.ES - 13.07.2009

La parte más importante del sistema financiero –bancos y cajas- está en los medios de comunicación en estos días no sólo por su contribución a la crisis, sino por 2 motivos: 1) por la pretensión de la patronal de reducir el número de oficinas; 2) por los fondos que van a alimentar desde lo público (Fondo de Restructuración Ordenada Bancaria) el proceso de concentración bancaria. Resulta sorprendente que los patronos bancarios se hayan dado cuenta ahora que hay un exceso de oficinas –aunque no necesariamente de empleados- cuando cualquier ciudadano que salga a la calle se tropieza continuamente con ellas, cuando también sabemos que ha habido una explosión de apertura de oficinas por parte de las cajas en los últimos años. Tal ha sido ese ímpetu aperturista de las cajas que se ha invertido las tornas, y si en tiempos pasados los depósitos por empleado en las cajas era casi el doble que el mismo “ratio” en los bancos, hoy casi es al revés.

Sin embargo el tema de este artículo no es esta cuestión, que por otro lado los sindicalistas y empleados del sector darán la réplica correspondiente. El tema es otro. Cada vez son más las voces críticas que se levantan en torno al papel que ha jugado el sistema financiero en la crisis, llegando incluso algunos a pedir la nacionalización de los bancos (véase declaraciones del rector de la U. Complutense, Sr. Berzosa). Ganas no quedan y algo de razón tampoco falta, porque lo más suave que se puede decir del sistema financiero es que ha jugado un papel “procíclico” en todas las crisis, otorgando créditos por encima del riesgo aceptable hasta hace menos de 2 años y restringiendo el crédito casi sin solución de continuidad a partir de esas fechas. El trinomio especulación del suelo (ley de Aznar sobre el suelo), construcción de viviendas merced a la especulación del suelo (más que Alemania, Reino Unido y Francia juntas en el 2006) y caída vertiginosa de los tipos de interés (entrada en la Unión Monetaria) –y todo ello en menos de 2 décadas-, ha acentuado sobremanera en nuestro país una crisis mundial desatada en menos de 2 años, aunque larvada desde el “crunch” de las tecnológicas. La cuestión que se plantea es el qué hacer con bancos y cajas (dejamos aparte el resto del sistema financiero) para evitar que esos comportamiento procíclicos -que no son fruto de ningún error sino de una gestión bancaria ortodoxa para los intereses de las empresas del sector-, para evitar, decía, que no se repitan. Y por ello mismo es una cuestión difícil de abordar, porque si se tratara de un error se buscaría los medios institucionales (Banco de España, BCE, etc.) y/o legales (nacionalización) para subsanarlo.

En mi opinión son 4 los requisitos básicos que debiera cumplir en los tiempos actuales un sistema financiero, dejando aparte las obvias de tomar dinero con una mano (depósitos) y prestarla con la otra (créditos), y la de ofrecer unos servicios a cambio de una retribución: 1) debería ser capaz de devolver en cualquier momento el dinero depositado por sus clientes de pasivo (cuentas corrientes, depósitos) sin necesidad de más afectación y con sus propios medios (con interbancario incluido); 2) debería responder de la calidad de sus inversiones financieras (títulos, acciones, bonos, obligaciones, cédulas, fondos, etc.) de tal manera que se conozca el riesgo cierto y se dé a conocer a sus clientes para que estos sepan decidir entre solvencia y rentabilidad de sus inversiones con conocimiento de causa; 3) el sistema debiera mantener unos niveles de competencia, tanto en las operaciones de depósito y crédito como en la de prestación de servicios bancarios, de tal manera que los ciudadanos tuvieran posibilidades reales de elegir entre opciones distintas; 4) su comportamiento debería ser en su conjunto al menos neutral en el ciclo y en las crisis, y nunca coadyuvando a las mismas.



Pues bien, nada de esto se ha cumplido en el sistema español -y menos aún en el internacional-, a pesar de ser el que mejor reputación tiene en el orbe financiero: 1) la confianza sobre la liquidez tuvo que ser apuntalada desde lo público con cambios legales sobre los depósitos (el 7-13-08 se aprueba un fondo de 50.000 millones), con declaraciones de las autoridades monetarias y con las del mismo presidente de Gobierno; 2) la calidad de las inversiones es una incógnita, porque no sabemos que habrá detrás de los fondos, de los fondos de fondos, de los “hedg funds”; cómo serán los “subyacentes”, los “derivados”, las hipotecas “subprime”; si habrá más activos “tóxicos” aparte de los del Santander y Caja Madrid por mor de las “actuaciones piramidales” del venerable y venerado Sr. Magdoff; 3) cómo quedarán los niveles de competencia cuando se produzca la concentración de bancos y –sobre todo- de cajas anunciada (véase el cuadro estadístico); 4) y, por último, qué medidas se tomarán desde la política para cambiar o, al menos, paliar el lamentable comportamiento procíclico de cajas y bancos. Y todas esas incógnitas quedan a pesar de la excelente labor del Banco de España con su política anticíclica de los coeficientes (reservas en el B. de España) exigidos desde hace ya tiempo. La cosa es grave, porque ni con esas se ha evitado que bancos y cajas españoles hayan cabalgado sobre la ola primero en los períodos de bonanza, para estrellarse después en la costa con ruido y furia.

La dificultad se agranda porque no toda la culpa la tiene el sistema financiero español en España; también la tuvo el retraso y la timidez con que las autoridades monetarias del Banco Central Europeo (BCE) han actuado con los tipos de interés y con el retraso también en la provisión de liquidez al sistema directamente. De tal manera fue así que hasta la segunda semana del mes de mayo no se decidieron en el BCE a realizar “operaciones de mercado abierto”, comprando activos financieros en los mercados para proveer de liquidez a sus vendedores (bancos). Hasta ese momento, se comportaron sólo como banco de bancos, facilitando las operaciones de crédito y su inversa (la de depósito) al recoger los excesos de liquidez. Hay que puntualizar que esos excesos lo eran desde el punto de vista de las necesidades de los bancos y de sus cuentas de resultados, y no de la economía real, que seguía con el grifo del crédito ralentizado. La figura del banquero de las películas, seco, soso, estirado y con nula vida conyugal (por decirlo finamente) aún perdura en el comportamiento del Banco Central Europeo cuando las necesidades y los tiempos son otros; también con lo que podríamos llamar “el síndrome de Weimar”, con un miedo cerval a la inflación.

Pero es que además hay una dificultad intrínseca del sistema que no depende de los comportamientos de banqueros (privados y los del BCE). Algo de culpa inevitable tenemos los propios usuarios y no es por exonerar de culpas a quien las tiene, sino para evitar excesos injustos en el juicio. Me explicaré. Las autoridades monetarias (BCE y Banco de España) pueden proveer de liquidez al sistema a través del crédito directo a los bancos; también con las operaciones de mercado abierto aludidas. Eso constituye y origina la “Base Monetaria” (efectivo en manos del público más las reservas de los bancos y cajas en el Banco de España), pero lo que importa de verdad a la hora de engrasar de dinero la economía real (la que produce bienes y servicios) es la “Oferta Monetaria”, que está constituida por lo que se entiende vulgarmente por dinero (el “efectivo en manos del público” de antes) más los “depósitos” de los clientes en bancos y cajas. Entre ambas, es decir, entre “Base Monetaria” y Oferta Monetaria” se da la siguiente relación:

Oferta Monetaria={(1 + a) / (a + b)} x Base Monetaria

Los misteriosos coeficientes “a” y “b” son, respectivamente: 1) la relación entre los deseos de los clientes por mantener una relación entre el dinero efectivo en sus bolsillos y sus depósitos (“a”); 2) la relación entre, las necesidades y/o deseos de liquidez de bancos y cajas y reservas legales de estos en el Banco de España, y los depósitos (“b”). Todo esto viene a cuento porque puede ocurrir –y de hecho ocurre- que, pese a que las autoridades monetarias quieran expandir la “Oferta Monetaria” –para dotar con ello de liquidez al sistema real-, aumentando la Base Monetaria mediante operaciones de “mercado abierto”, con operaciones de crédito, o variando en parte el coeficiente “b”, puede ocurrir, decía, que sean los propios ciudadanos los que lo echen para atrás, aumentando la “a”, es decir, retrayéndose de llevar el dinero a bancos y cajas, ahorrando en exceso y/o haciéndolo fuera del sistema; también los propios bancos y cajas contribuyen a ello indirectamente al no proporcionar crédito suficiente a clientes y a aspirantes a clientela, evitando la multiplicación del dinero (proceso algo más complejo que no entro a explicar); también declaraciones como las del Sr. Rajoy cantando las virtudes del ahorro y de la austeridad en plena crisis, cuando más necesario es el gasto para provocar su efecto multiplicador a través del flujo circular de la renta, ya en la economía real (Producción-Renta-Consumo-Producción); igual con iguales o parecidas declaraciones de algunos periodistas en su oceánica ignorancia en estos temas (declaraciones de la subdirectora de “La Razón” en la televisión).

Pues bien, después de todo lo anterior -y alguna cosa más que pueda pasar por alto- queda la cuestión del título del artículo: ¿qué hacer con el sistema financiero? Esto es así porque todo análisis desde la izquierda queda siempre cojo –yo diría que inútil- si no se hace esa pregunta leninista por excelencia. Hay que decir que no se percibe –o yo no lo percibo- una preocupación por los efectos procíclicos del sistema financiero en las autoridades monetarias, tanto europeas como mundiales. No parece que este sea un tema de preocupación por parte de esas “autoridades” por aquello de que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, es decir, cuando estamos en plena crisis. En todo el orbe financiero han fallado o han sido insuficientes los controles, legislaciones, normativas, circulares, directivas, coeficientes, que han estado y están en vigor; tampoco han servido las agencias de “rating” o de calificación por insolvencia intelectual o, directamente, porque en muchos casos son juez y parte; tampoco se han evitado quiebras de bancos de inversión (Lehman Brothers), rescates desde lo público de compañías de seguros (AIG), estafas piramidales (Magdoff), insolvencias bancarias (el Northern Rock en el Reino Unido), quiebras de hipotecarias y luego nacionalizadas (Fannie Mae y Freddie Mac en USA). Ahora, en España, pretenden los banqueros y directores de cajas la ayuda desde lo público (FROB) para su gestión, para acometer su reestructuración y volver a las andadas en el futuro, en la próxima crisis. No creo que haya errores de bulto en la gestión de los banqueros (de bancos y cajas), sino ortodoxia. Ocurre que esa ortodoxia choca –aunque no sea contraria- con los intereses del sistema productivo y de servicios, porque nunca como en las crisis se percibe el inmenso error del paradigma smithiano, ese que dice que “buscando el interés particular se consigue el general”. La verdad es que ese escocés debería haberse dedicado a lo suyo, a la moral (“Teoría de los sentimientos morales”). Claro que peor que los intentos de antaño de justificar a la luz de la religión los negocios y la usura, peor son –decía- los acólitos de hogaño que toman como catecismo lo que escribía aquel incansable viajero en 1776 y lo quieren aplicar en el mundo del siglo XXI: ¡casi no ha llovido y cambiado el mundo desde entonces! ¡Y tanto que el pobre Smith ya no se enteró en su momento de la revolución industrial que ya había comenzado en su tiempo en el mismo suelo inglés!

Y a pesar de todo esto creo que la nacionalización de la banca y cajas sería un error hoy por hoy. Creo que lo sería al menos por 2 motivos: 1) porque es imprescindible que en el sistema financiero se mantengan los menguados niveles de competencia actuales para acercar los tipos de interés de las operaciones de activo (créditos) a los de pasivo (depósitos) y abaratar los servicios, y eso no lo garantiza sin más una banca nacionalizada; 2) porque a pesar de la nacionalización, el sistema financiero no podría hacer una política de izquierdas sin más. Me explico. Una política de izquierdas exige una redistribución de la renta y riqueza, dar más al que menos tiene, impartir justicia, asegurar unos mínimos de subsistencia y una igualdad de oportunidades. Para esto está el Estado de Bienestar, para esto están los presupuestos generales de la Administración Central y –sobre todo y no hay que olvidarlo nunca- de las Comunidades Autónomas (también, aunque en mucha menor medida, los de los municipios); para eso están –decía-, para financiar la educación pública, la sanidad pública, las pensiones, para las ayudas no discriminatorias y universales, para llevar a cabo de forma digna el mandato constitucional de una vivienda también digna para todos los españoles, etc. La labor de la banca es tomar dinero ¡ajeno! con una mano y prestarlo con la otra, y esto hay que hacerlo discriminando la demanda mediante la ponderación del riesgo, casi sin conciencia, con dureza de corazón. La banca y cajas no prestan dinero a quien más lo necesita, sino a quienes prevén que lo van a devolver sin costes no cobrados. Esto es así desde que se fundó los sistemas bancarios por venecianos en el siglo XV, y luego por holandeses y alemanes más tarde. Eso no lo puede cambiar nadie.

Yo propongo otra solución: la creación de una banca pública que compita con bancos y cajas en el mismo mercado pero, claro está, con reglas del juego cambiadas. No debe escapársele a nadie que una banca pública que compitiera en el mismo mercado con la banca privada y con las mismas reglas sería innecesaria, porque para eso ya está la privada. Las reglas, condiciones y situación de esa banca pública serían las siguientes: 1) sería una banca con muchos tentáculos, es decir, con muchas oficinas, aunque con muchas menos en términos relativos que la banca privada y con una relación de depósitos por oficina mucho mayor; 2) su comportamiento crediticio sería anticíclico: se mostraría renuente y exigente al préstamo en los períodos de vacas orondas del ciclo, dejando el protagonismo a la banca privada y a las cajas, asegurando al máximo la solvencia de los prestatarios, aumentando sus reservas y su solvencia; 3) lo contrario en los momentos del ciclo bajo o en las crisis –como la actual-, aflojando el rigor del riesgo, otorgando más crédito en términos relativos que la privada (apelando también al interbancario) con el fin de compensar la caída del crédito –si se produce- del sector privado; 4) el diferencial de morosidad que inevitablemente se produciría se financiaría con los presupuestos de la Administración Central y de las Comunidades Autónomas; 5) el director de la institución pública sería elegido por el Parlamento de la Nación y a él daría cuenta anualmente; 6) esa banca pública no repartiría dividendos porque no sería una sociedad anónima; 7) sólo se dedicaría a la tarea crediticia, atrayendo a su clientela -tanto de activo como de pasivo- por sus tipos de interés, que serían algo más favorables para esa clientela por varios motivos: a) porque su solvencia sería mayor al tener un “ratio” de depósitos por empleado y por oficina mucho mayor que el sistema privado; b) porque apenas prestaría servicios bancarios más allá de los imprescindibles para captar dinero y prestarlo; c) porque no repartiría dividendos; d) porque sus ejecutivos tendrían una retribución menor (pero sin descuidar la calidad profesional de sus empleados en el mercado laboral).

La otra gran medida sería la de limitar el número de oficinas por banco para evitar lo que ocurre ahora, que al parecer sobran oficinas cuando hasta ayer mismo las cajas y algún banco aún buscaban desaforadamente esquinas en las calles donde aposentar sus reales. Pedir ahora que se les ayude desde lo público es una inmoralidad, pero de esta pasta están hechos los patronos bancarios. Las formas y cantidades de esta restricción pueden ser múltiples y lo dejo a la imaginación del lector porque esto se está alargando demasiado.

Todo en el sistema financiero en todos los países ha fallado: inspecciones insuficientes, malas o inexistentes; coeficientes legales inadecuados, burocratizados, procíclicos o inexistentes (la nueva economía, la desregulación); inspecciones insuficientes o inexistentes, o hechas por empresas privadas; fracaso de las agencias de calificación; estafas y estafadores instalados desde hace tiempo en el corazón del sistema (Magdoff); actuaciones a destiempo y cobardes (BCE en las operaciones de mercado abierto); política monetaria pensando sólo en posibles inflaciones (BCE). En España han sido menores los efectos porque el vilipendiado por los neoliberales, "neocon" y el P.P. sistema público (el Banco de España desde su autonomía) ha actuado correctamente dentro de sus posibilidades. Aquí el efecto conjunto de la ley del suelo de Aznar, la especulación inmobiliaria, el trabajo barato merced a la emigración y la caída de los tipos de interés han tirado por la borda los aspectos positivos.

Ahora hay que sacar las consecuencias de todo ello y obrar en también consecuencia, tanto desde lo sindical como desde la izquierda. En mi opinión, sólo con una alianza implícita entre ambos –izquierda y sindicatos- podría llevarse a cabo la creación de una banca pública –cuyo germen podría ser el actual ICO- que aguante las seguras embestidas de los banqueros, de la derecha y de muchos ciudadanos, que cuando esa banca pública les niegue un crédito clamarán contra élla, contra la izquierda y contra los sindicatos, y su estulticia les llevará a votar al P.P., probablemente en contra de sus intereses objetivos.

Para más información puede verse la circular 3/1995 del 25 de septiembre del Banco de España sobre la información de los riesgos; la ley 13/1994 de autonomía del Bando de España; la excelente circular de junio de este año sobre “La instrumentalización de la política monetaria del Eurosistema y las crisis financiera”; también el n. 5 de “Le Monde Diplomatique”.

Antonio Mora Plaza es economista.

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