jueves. 28.03.2024

Sobre la reforma de los estudios de economía (y otros) y de las cátedras públicas

Una de las pocas ventajas que tienen los períodos de crisis es que son los momentos más propicios para los cambios que se exigen desde el punto de vista de la fuerza de la razón, y ello a pesar de la oposición de los poderes fácticos a esos cambios.

Una de las pocas ventajas que tienen los períodos de crisis es que son los momentos más propicios para los cambios que se exigen desde el punto de vista de la fuerza de la razón, y ello a pesar de la oposición de los poderes fácticos a esos cambios. No me refiero con poderes fácticos a los poderes militares, claro, sino a ese poder blando –en la jerga procedente de los países anglosajones- que tiende a reproducirse por inercia a pesar de su inutilidad. Son muchos, pero uno de ellos es sin duda los sistemas y programas educativos universitarios. En concreto, en los estudios de economía es algo que resulta insoportable. Cualquiera que vaya a una universidad pública a estudiar economía puede salir licenciado y no haber necesitada emplear las palabras crisis, ciclos, especulación, depresión en la explicación del análisis económico (antes teoría económica). Parece increíble, pero  es así. Es verdad que lo oirá, pero como comentarios ad hoc, como cosas propias de la historia de los fenómenos económicos o de la historia del pensamiento económico, pero no incardinado en los modelos, en los fundamentos. Muy al contrario, oirá hablar de asignaciones eficientes, flexibilidad de rentas, equilibrios competitivos o no tanto, monopolios, teorías del crecimiento, pago de los factores según productividades, escasez, costes marginales crecientes, precios como indicadores de la escasez, etc. Pero cuando salga con el título bajo el brazo no tendrá ningún esquema analítico –salvo que lo estudie por su cuenta- que le permita abordar el estudio y comprensión de la crisis actual, ni de ninguna de la historia. Parece increíble, pero es así. Me refiero a los estudios de economía, a los fundamentos. Dejo aparte a los que estudian economía de la empresa o en las escuelas de negocios, porque eso sólo acaban licenciados en contabilidad y poco más, aunque su título diga otra cosa y ellos no lo sepan.

Recomiendo un magnífico libro reciente (2010) que se llama “La crisis de la macroeconomía”. En él, su autor, el economista Norberto E. García, nos hace un retrato de la historia de las aportaciones del análisis económico desde la crisis de los años 30 del siglo pasado hasta nuestros días. También es un relato de hechos y no sólo de explicaciones. Va desgranando el autor el porqué los economistas que están en las instituciones y en las universidades han sido incapaces de preveer esta crisis, salvo alguna excepción. El economista y premio Nobel que más ha desbarrado ha sido sin duda el Sr. Robert Lucas, cuyas teorías de las expectativas racionales son incompatibles con la existencias de crisis económicas y depresiones. Decía este autor -por ejemplo- que “el problema central de las recesiones ha sido resuelto”(American Economic Association, 2003). Según el Sr. Lucas, las expectativas racionales son comportamientos que darían lugar a mercados eficientes que darían lugar a su vez al pleno empleo. El que fuera economista-jefe del FMI -y que ha escrito un magnífico libro de macroeconomía-, el Sr. Olivier Blanchard, sostenía en el 2008 que el estado actual de los conocimientos macroeconómicos no tenía discusión. Lástima –para él- que el propio FMI haya reconocido muy recientemente que no fueron capaces de preveer la crisis actual. Y ello a pesar de un ejército de economistas y burócratas a su servicio. Por cierto, que ahí estuvo de presidente hasta hace un año el Sr. Rodrigo Rato y no se olió una. El Sr. Alan Greespan, que fue un brillante profesor y presidente de la Reserva Federal de USA (la FED), reconoció en octubre del 2008 en el Congreso de USA que “la teoría que el manejaba presentaba serias fallas que habían incidido para no entender la gestación y anticipar el riesgo de una crisis global”. Dice el autor de este libro que el que dicen que es un brillante profesor -ya aquí en nuestra piel de toro-, el Sr. Xavier Sala i Martin, sostenía que “la crisis financiera no implicaba un riesgo de una gran depresión similar a la de 1929”. Señalaba 6 diferencias de la situación actual con respecto a la de entonces que, concediendo que sean ciertas, no han impedido la crisis. Lo único que le salve a este supuesto brillante profesor es que si la actual no ha sido tan catastrófica como la del 1929 no es por la ideas que el defiende –más mercado, menos Estado, menos intervencionismo, más privatización, menos regulación-, sino porque los gobiernos han implementados las medidas contrarias: ayudas a los sectores financieros y de la economía real (automóviles), créditos blandos desde los bancos centrales, compra de bancos y empresas con dinero público, etc. Es decir, keynesianismo de derechas, pero keynesianismo. Lo decente sería que el Sr. Lucas renunciara simbólicamente al premio Nobel –aunque no devolviera el dinero-, y que los señores Greespan y Sala i Martin se buscaran la vida en el sector privado y fuera de la enseñanza. Son 3 ejemplos de los miles y miles de profesores que en el mundo están enseñando con dinero público (al menos el español mencionado lo hace en la Pompeu Fabra, privada) fundamentos, análisis, teorías, modelos, que adolecen de tres defectos insuperables: o son inconsistentes en su estructura interna o son irrelevantes o son falsos porque la realidad va por otro lado. Lo que se enseña en las cátedras de microeconomía hace tiempo que se ha demostrado su inconsistencia interna. El núcleo duro de la micro es la teoría del capital y la retribución de los factores –del trabajo y del llamado “capital”- de acuerdo con sus productividades marginales. También que lo que se produce se hace en función de los costes marginales, siempre que estos sean crecientes. Desde que Joan Robinson preguntó por los años 30 –que ya ha llovido- qué es eso del capital, cómo se mide y cómo se agrega, hasta las aportaciones de Sraffa, Kaldor Garegnani, Pasinetti, etc., se ha demostrado que ese núcleo duro no necesariamente va a tener las propiedades acordes con los deseos y explicaciones que dieron y que aún se dan y que justificaron el surgimiento  e implantación de esa corriente de pensamiento que es el marginalismo. Ya Samuelson fracasó en su intento de mantener el paradigma neoclásico con su función subrogada de producción. Todo el que se acerca a estos fundamentos lo sabe y, sin embargo, se sigue estudiando por una cuestión meramente ideológica: porque con ello se justifican la retribución de esa cosa llamada capital, que unas veces se presenta como suma de dinero y otras como medios de producción físicos. La macroeconomía, por su lado, se ha relegado en la praxis económica, aunque se estudie. Además, no se estudia la macro en versión keynesiana-kaleckiana, sino una versión almibarada, la versión Hicks-Hansen de equilibrio conocida como modelo IS-LM, donde lo que importa es mantener esta idea de equilibrio a toda costa, propiciada por una supuesta y suficiente flexibilidad de precios y salarios. Este fue el caballo de batalla de Keynes, que si escribió este especulador de bolsa inglés la “Teoría General…” fue precisamente para señalar la posibilidad de equilibrio con para indeseado (involuntario).

Y sobre la posibilidad de que se originara la crisis en los sectores financieros –bancos, seguros, fondos de inversión, etc.-,  nada se les ha ocurrido a los neoliberales de USA o de Europa. A toro pasado algunos no se sonrojan y dan la receta: más mercado, menos regulación, menos Estado, más privatización. Y tres huevos duros.

De la brillante y crítica universidad de Cambridge nada queda que no sea neoliberal. Desaparecidos ya los Robinson, Kaldor, Sraffa, Dobb, etc., sólo quedan en Europa los Garegnani, Pasinetti, Kurz, Steedman, etc., pero son islotes que ya no influyen en las instituciones. Se mantienen en corrientes del pensamiento crítico –ricardiano, esrafiana, marxiano- o se han especializado en la historia del pensamiento, pero sin más posibilidades de influir en las decisiones de los gobiernos y en los organismos internacionales. Y no es que no haya alternativas al pensamiento neoliberal dominante. Una interpretación keynesiana fuero del equilibrio y con la necesidad de un gasto público compensatorio es ahora casi una teoría revolucionaria por comparación; está el Kalecki  y su estudio de la dinámica económica; Schumpeter con los ciclos y su teoría desenvolvimiento económico; Sraffa con su Producción de mercancías por medio de mercancías como fundamento del análisis; o Marx para el estudio de las crisis y los ciclos, incluso aunque no se acepte su teoría de la explotación. Hasta el propio Samuelson desarrolló lo del acelerador a partir del modelo keynesiano y su multiplicador como una aproximación a los ciclos. También subsisten economistas o sus obras críticas, como Minsky, Kinlerberger, Krugman, Roubini, etc. Son una minoría, pero hay alternativas. Pues nada de esto parece valer. En realidad el pensamiento neoliberal supone un retroceso de varios siglos. En concreto hasta 1776 y Adam Smith, con su libro escrutador sobre el origen y causa de la riqueza de las naciones, su mano invisible y aquello de que “buscando el interés particular se consigue el general”. Todo lo que enseñan y practican los neoliberales se reduce a esto. Pura ideología, porque sus teorías no pasan la prueba del algodón de la realidad. A veces, los que saben matemáticas, las enseñan de manera formalizada hasta llegar a esa cúspide de la irrealidad que es la teoría del equilibrio general, que inventó un ingeniero francés, el Sr. Walras, y que otros (Debreu, Arrow) desarrollaron y perfeccionaron más tarde, pero siempre con la realidad en el olvido.

Ahora es el momento de remover las cátedras y los programas, porque cuando pase la crisis todo se olvidará y volveremos a las mentiras neoliberales, pero sin la evidencia mediata de la realidad. Si es ahora, en plena crisis, y hay un grupo de 100 economistas neoliberales que le dicen al gobierno español lo que tiene que hacer para combatir la crisis que sus propias ideas –la de los 100- han propiciado. Es una desvergüenza y una indignidad, pero lo hacen. Y algunos viven con dinero público desde sus cátedras.

Sobre la reforma de los estudios de economía (y otros) y de las cátedras públicas
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