jueves. 18.04.2024

Sólo sabemos que no sabemos nada (o muy poco)

NUEVATRIBUNA.ES - 17.07.2009PARA FUNDACIÓN SISTEMALa duda metódica no es mal criterio en cualquier práctica científica.
NUEVATRIBUNA.ES - 17.07.2009

PARA FUNDACIÓN SISTEMA

La duda metódica no es mal criterio en cualquier práctica científica. Y esta es una buena ocasión para reclamar su oportunidad en el campo de las ciencias sociales, sobre todo en la Economía, un ámbito en el que las suficiencias cientifistas y pretendidamente exactas de los últimos años se están viendo confrontadas por unas turbulencias que están sorprendiendo a los más pretenciosos y les están dejando un tanto paralizados, sin que sepan muy bien lo que se nos está viniendo encima y cómo remediarlo, más allá del principio primario de “dejar hacer, dejar pasar” y esperar a ver por dónde sale el sol.

El fracaso en muchas de las previsiones que se han venido realizando en los últimos años, y la falta de ideas y propuestas claras sobre cómo proceder, en cualquier ciencia seria habría provocado un verdadero colapso y una reacción enérgica en una dirección refundacional. Pero nada de esto está ocurriendo en la Ciencia Económica, más allá de unas cuantas voces aisladas, no por minoritarias menos valiosas y dignas de reconocimiento.

En los últimos años, incluso las evidencias clásicas y elementales de que el capitalismo tiene crisis cíclicas, parecía que se habían olvidado desde una perspectiva práctica. Y muchas de las reacciones semi-críticas de estos momentos apenas van más allá de intentar explicar ese notable “olvido”.

Si en estos momentos alguien se ocupara de poner una detrás de otra las principales aportaciones a la Ciencia Económica de los premios Nobel de los últimos lustros resultaría un ejercicio curioso verificar en qué grado todas estas aportaciones nos han servido para prever la actual crisis, para prevenirla –ya sabemos que no– y para inspirar las políticas más adecuadas para salir de ella.

Desde luego, es evidente que hay economistas que sí han venido realizando aportaciones relevantes y útiles en este sentido. Pero ni han sido premiados con las distinciones más reputadas al mérito científico en su rama, ni han tenido apenas seguidores en el campo político dispuestos a efectuar sus aplicaciones y recomendaciones prácticas. Los oropeles y las políticas prácticas han permanecido orientadas, más bien, hacia la exaltación de matematizaciones poco útiles, dejándose llevar por orientaciones ideologizadas que nos han conducido por una senda desastrosa, sin que apenas se estén haciendo aun los esfuerzos resolutivos pertinentes para salir de la situación en la que nos encontramos.

De ahí que, en una coyuntura como la actual, habría que empezar por reconocer que como científicos sociales “sabemos muy poco” y que nuestra capacidad para identificar y proyectar tendencias se limita en gran parte a lo que los propios datos empíricos nos indican. Por ejemplo, en estos momentos sabemos que múltiples indicadores económicos van para atrás, porque los datos concretos así nos lo muestran. Y sabemos que los efectos sociales de lo que ha ocurrido en los últimos años se están agravando debido a la crisis. Y, por lo tanto, las tendencias sociales que algunos venimos denunciando desde hace años con poco éxito se están haciendo más palpables y erosivas. Es decir, sabemos que más de mil millones de seres humanos pasan hambre, que más de dos mil millones viven en condiciones de pobreza extrema y que en países como España hay más de cuatro millones de parados, al tiempo que cientos de miles de jóvenes se encuentran en condiciones de grave precariedad laboral, mientras que aumentan los indicadores de exclusión social. Y, cuando analizamos la evolución de estos datos y realizamos proyecciones en el tiempo también podemos anticipar un curso evolutivo que nos hace encender las señales de alarma.

Los síntomas y los diagnósticos permiten precisar el aspecto que presentan una serie de problemas sociales y económicos. Pero, ¿qué aporta la Ciencia Económica más allá de un aparataje matemático que permite elaborar indicadores sofisticados y brillantes explicaciones a posteriori? En realidad poco más, si nos situamos en un terreno estrictamente metodológico y supuestamente científico (¿neutralmente científico?). Por eso, el reduccionismo cientifista simplista al final no hace sino dejar el campo expedito para que los poderes y los intereses campen a sus anchas y para que se impongan criterios “ideológicos” bien concretos por debajo de la mesa. Eso es, precisamente, lo que ha estado ocurriendo durante los últimos años, y aun se pugna para que continúe ocurriendo al amparo de los más falaces argumentos, en un contexto general en el que se explicitan nuevas evidencias del fracaso del paradigma imperante.

De ahí la necesidad de situar de nuevo la duda metodológica en sus justos términos, desterrando los vicios petulantes que han llevado a tantos fracasos, imprevisiones y desastres, y volviendo a recuperar las dimensiones normativas de la Política Económica. Hay que entender que de poco nos sirve disponer de índices sofisticados capaces de diseccionar, por ejemplo, el comportamiento de determinados consumidores, o de explicar los efectos del aumento de los precios de los alimentos en las actuales hambrunas, o determinar las deficiencias de las políticas a ayuda al desarrollo, si al mismo tiempo no tenemos claros los objetivos que se deben perseguir en las estrategias de salida de la crisis, o qué es lo que habría que hacer para propiciar una mejora de la calidad del empleo, o para avanzar hacia una efectiva promoción del desarrollo en determinadas partes del Planeta.

Cuando la Economía queda vaciada –pretendidamente– de sus dimensiones normativas positivas –y públicas– lo que ocurre es que algunos profesionales de la disciplina permanecen deambulando sin Norte entre sofisticaciones estadísticas, cuya densificación acumulativa contribuye a ocultar las otras normatividades perversas y no declaradas que acaban inspirando ciertas formas de actuar o de no actuar en política económica. Y, desde luego, hace falta ser muy ingenuo o malicioso para no saber que todo esto opera a favor de determinados intereses o poderes, para los que la superación de la exclusión social y de la precarización laboral, o la erradicación del hambre y la pobreza extrema no figuran en la agenda de sus necesidades ni de sus objetivos prioritarios.

José Félix Tezanos es director de la Fundación Sistema.

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