jueves. 28.03.2024

Si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará?

NUEVATRIBUNA.ES - 19.7.2009Si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará? Si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará? Si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará? Y así, hasta diez veces repetida de forma machacona y contundente, se consigue que esta frase tenga en el espectador un efecto que va elevándole las pulsaciones cardíacas y mentales hasta casi hacerle saltar de la silla para gritarle a cualquier violador de los
NUEVATRIBUNA.ES - 19.7.2009

Si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará? Si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará? Si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará? Y así, hasta diez veces repetida de forma machacona y contundente, se consigue que esta frase tenga en el espectador un efecto que va elevándole las pulsaciones cardíacas y mentales hasta casi hacerle saltar de la silla para gritarle a cualquier violador de los derechos humanos que se va a encontrar con él enfrente para defender a los que son perseguidos por sus ideas políticas, su confesión, su género, su clase o no importa qué tipo de circunstancia o condición en cualquier lugar del Planeta.

Así de vibrante es el final de la obra de teatro de Ariel Dorfman “Voces contra el poder: más allá de la oscuridad”, basada en el libro “Speak truth to power”, de Kerry Kennedy (sí, la hija de Robert F. Kennedy, el fiscal general y candidato in péctore a la Casa Blanca asesinado en 1968), que los Cursos de Verano de la Universidad Complutense nos han regalado hace unos días en El Escorial en sesión única, no tanto por el número de representaciones, sino por su enorme simbolismo.

Escuchar a diez actores de la talla de Martin Sheen, Carmen Estévez, María José Goyanes, Ana Álvarez, Antonio Hortelano, Jordi Dauder, Ruth Gabriel, Marta Belaustegui, Ramón Langa y Eusebio Lázaro interpretar los testimonios personales de quienes han alzado la voz contra la opresión y la injusticia, poniendo en juego su vida, incluso hasta las últimas consecuencias, en Chile, Guatemala, India, México, Palestina, Turquía, Rusia, Vietnam y otros muchos lugares nos recuerda algo tan claro e ineludible como que los derechos humanos son inviolables y universales y que su defensa está por encima de cualquier otra consideración.

Los responsables políticos y, demasiadas veces, también la opinión pública tienden a relativizar la defensa de los derechos humanos por los mismos razonamientos que la obra pone al descubierto: nos opondremos a aquel gobierno dictatorial pero no servirá de nada, al final se terminarán saliendo con la suya, así que sería inteligente transigir, mejor mantengamos el diálogo crítico con ese régimen en vez de aplicar sanciones, nos queda demasiado lejos, en la mitad del Mundo pasa lo mismo, se acabará por olvidar aunque la causa sea muy justa, esto no tiene remedio…

Pero la verdad es radicalmente distinta. Enfrentarse a las dictaduras no es una opción, es un deber; no pactar con quienes pisotean los derechos humanos no es una alternativa entre otras posibles, es una obligación; entre cualquier agresión contra la libertad y la democracia y nosotros mismos no media más distancia que el cero; tras la sonrisa cínica del autócrata con el que se pacta o se dialoga críticamente está siempre el puño del torturador; cada segundo que miramos hacia otro lado hay alguien que grita por el dolor físico o mental que se le inflinge.

Y esto no es ingenuidad, es el más puro y duro realismo. Porque la ingenuidad es pensar que el asesinato, la desaparición, la violación, la mutilación genital o los electrodos van a desaparecer de ahí porque nosotros no queramos verlo u oírlo. Porque la idiotez es imaginar que hemos convencido al dictador cuando cierra la puerta tras nosotros. Porque la libertad no se negocia. Porque los derechos humanos son de todos a partes iguales.

Conviene no olvidarlo, sobre todo cuando se vive en democracia y, por ello mismo, se adquiere una responsabilidad individual y colectiva que nos obliga a defender los derechos humanos en todo momento.

Gracias por ello a Carlos Berzosa, a Tomás Fernández, a Alán Cantos y a Baltasar Garzón, entre otros muchos, por habernos regalado la oportunidad de preguntarnos, una vez más –y nunca serán suficientes-, si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará? Y, sobre todo, por constatar que sabemos la respuesta.

Carlos Carnero

Si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará?
Comentarios