sábado. 20.04.2024

Si la nobleza no obliga; las leyes, sí.

A medida que se van conociendo más datos sobre los oscuros negocios de Iñaki Urdangarín, crecen la sorpresa y una entendible indignación popular, dadas las vigentes medidas de austeridad, pero también las expectativas ante una serie de preguntas sobre los motivos que han guiado su conducta.

A medida que se van conociendo más datos sobre los oscuros negocios de Iñaki Urdangarín, crecen la sorpresa y una entendible indignación popular, dadas las vigentes medidas de austeridad, pero también las expectativas ante una serie de preguntas sobre los motivos que han guiado su conducta.

¿Qué razones le han llevado a actuar de forma tan imprudente? ¿Precisaba de más dinero para vivir con decoro? ¿Acaso no percibían él y la infanta Cristina jugosas remuneraciones por sus labores profesionales? ¿Es posible imaginar que, de haber aspirado a aumentar sus ingresos cambiando de trabajo, les hubieran faltado ofertas de cómodos y bien retribuidos empleos para mejorar su ya boyante situación laboral?

¿Qué necesidad tenía un miembro de la Casa Real de involucrarse en una trama de negocios poco claros con individuos poco recomendables? ¿Qué necesidad tenía el marido de una infanta, un yerno del rey -el yerno (pues ya no hay otro)-, de participar en una red de sociedades interpuestas para hacer negocios poco limpios? ¿Qué impulsos le llevaron a entablar relaciones con gobiernos autonómicos como el de Baleares o el de Valencia? ¿Simplemente que eran proclives a aceptar esos enjuagues? ¿Sólo porque ofrecían garantías de poder hacerlos con escasas probabilidades de salir a la luz? ¿Desconocía la legalidad al respecto y los riesgos que conllevaban tales operaciones? ¿Le movía, pues, el afán de ganar dinero de forma rápida, con escaso esfuerzo y nulos escrúpulos? ¿Creía que, por sus lazos familiares, estaba por encima de las leyes que obligan a los ciudadanos corrientes? ¿Le movía más la codicia que el respeto a la ley? Al fin y al cabo si la codicia -que es buena, según dicen, porque estimula la economía- es uno de los incentivos fundamentales del capitalismo actual, ¿por qué razón el yerno del rey no debería participar de ese impulso que comparten tantos financieros y hombres de negocios? ¿Acaso el capitalismo español debe ser más virtuoso que el de los países limítrofes? ¿Acaso el yerno del rey tiene que ser más virtuoso que el resto de los hombres y mujeres de negocios?

Es posible que Urdangarín haya sido víctima de dos creencias muy extendidas en nuestros días. La primera es el desmedido amor al dinero, y que el éxito personal en la vida se mide por la fama, el poder y el dinero. La fama, o el conocimiento público, especialmente en las revistas del corazón, lo tiene por sus relaciones; el poder lo tiene su suegro, pero el dinero le faltaba y era una carencia insoportable, pues parecía difícil de admitir el hecho de estar casado con una infanta y no ser millonario. Llevado de esa urgencia, probablemente Urdangarín ha sucumbido al sueño de ser rico en poco tiempo.

La segunda, relacionada en cierto modo con la anterior, es la creencia en que la eficiencia del mercado está por encima de la política y de que el éxito en los negocios tiene poco que ver con la moral.

En este aspecto, el duque de Palma, aún no imputado en una causa que se instruye por supuesta prevaricación, falsedad documental, malversación de caudales públicos y fraude, se ha revelado como un ambicioso emprendedor, pero con un estilo que se prodiga en este país, en particular en las filas de la derecha, para lucrarse con dinero del erario público: es el emprendedor de negocios turbios realizados al amparo de la Administración a través de concursos amañados, adjudicaciones a dedo y contratos confidenciales; del tráfico de influencias, del sobreprecio y la comisión, en los que ha participado una parte no desdeñable de la clase política, que además se ha visto premiada por sus electores. En fecha reciente hemos visto cómo han obtenido un mayoritario respaldo electoral listas en las que figuraban personas implicadas en casos de corrupción, y estamos en puertas de que un partido salpicado de casos de corrupción en todas las latitudes gobierne España con mayoría absoluta en ambas cámaras.

Como un joven moderno y un título de nobleza reciente, Iñaki Urdangarín, duque de Palma, es posible que no se haya sentido concernido por usos que, antaño, junto con los privilegios, imponía tal condición -nobleza obliga-, pero se debería de haber visto moderado en sus impulsos por su relación con la infanta. Su comportamiento no ha sido ejemplar, han indicado desde la Casa Real. Efectivamente, no lo ha sido como yerno del rey, pero tampoco como empresario y, sobre todo, como ciudadano. Y en esto, aunque de momento no está implicado, no se distingue de otros implicados en la abultada lista de casos, que, en función del cargo y del nombre, han utilizado dinero público para enriquecerse al margen de la ley.

Tampoco es fácil de entender que ninguno de los numerosos servicios que componen la estructura de la Casa Real, cuyo mantenimiento cuesta un fortunón al erario público, haya advertido sobre los riesgos que las actividades del duque de Palma suponían para la institución de la monarquía. A más a más, como dicen los catalanes, cuando la adquisición del palacete de Pedralbes era vox populi en Barcelona: ¿Qué renta tenían los duques que les permitía disfrutar de tal residencia?

Si la nobleza no obliga; las leyes, sí.
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