viernes. 19.04.2024

Sesión de apertura

El pasado miércoles asistí al primer pleno de la XI legislatura de la democracia. Nos habían advertido que los escaños no están todavía asignados, así que me fui pronto.

El pasado miércoles asistí al primer pleno de la XI legislatura de la democracia. Nos habían advertido que los escaños no están todavía asignados, así que me fui pronto. Total, siempre madrugo. Me busqué un sitio en la quinta fila, que es una fila que está bastante bien para seguir el pleno, ni muy cerca de los jefes ni muy lejos de la tribuna, y me llevé un libro para leer, pero no me dejaron, porque enseguida fueron llegando otros diputados y nos pusimos a charlar. Tenía su encanto ver a los nuevos, al principio algo inseguros, ir haciéndose con el espacio. Me acordé de aquel cuento de las Crónicas marcianas de Bradbury, en el que un hombre se va de la Tierra con su familia, huyendo de la guerra, y promete a sus hijos llevarlos a ver a los marcianos. Ya en Marte los hace asomarse a las aguas de un canal, y señalando el reflejo de sus propias imágenes en el agua les dice: mirad, esos son los marcianos. Ahora aquellos nuevos diputados y diputadas al verse en las fotos y en la tele descubrirán que ya no son sólo el buen pueblo, sino sus representantes.

No sé por qué motivo me acordé también de una anécdota de mi niñez. Mi madre trabajaba limpiando las oficinas de la estación de Frankfurt y, por alguna razón, me llevó a su trabajo. Era algo que no se podía hacer, y ella y sus compañeras me anduvieron escondiendo para que no me pillaran sus jefes. En un momento dado mi madre me dijo: “quédate en este despacho y no salgas de aquí para nada”. Allí me quedé muy quieto. Pero de pronto empecé a pensar: “y si viene un alemán, y me pregunta qué hago yo aquí, y no le puedo explicar que estoy esperando a mi madre, porque no sé hablar alemán, y me echa a la calle”. Cerré los ojos e imaginé que era invisible, decidí que si no hacía ruido nadie me podría ver. Ese día se creó en mi conciencia la condición de clandestino. Ser clandestino es convertirte en invisible. 

De pronto, sin venir a cuento, un compañero que tiene a su madre enferma de alzheimer me dijo: “pues yo tenía que haberme traído al hemiciclo a mi madre, para visibilizar el problema de los que tenemos que cuidar a las personas con dependencia”. No sé por qué lo decía, pero le respondí: “ser diputado te da la oportunidad de trabajar para hacer una ley que ayude a las personas en la situación de tu madre, puedes conseguir que se aprueben partidas en los presupuestos del Estado para pagar a las personas que la cuidan, puedes conseguir que coticen, todo eso lo hicimos en la época del presidente Zapatero, y todo eso se puede recuperar, pero es mucho más difícil conseguir los votos que necesitas que conseguir que te hagan una foto visibilizando a tu madre y, de camino, visibilizándote a ti”.

De lejos vi a Carmen Chacón y, no sé por qué, recordé que allá por 2006, siendo vicepresidenta del Congreso de los Diputados, junto con el presidente Manuel Marín, pusieron en marcha la guardería del Congreso, qué bien nos hubiera venido una guardería a mi madre y a mí en 1966 en la estación de Frankfurt, casi mejor que asaltar los cielos. 

Sesión de apertura