jueves. 25.04.2024

Sed de mal

NUEVATRIBUNA.ES - 27.4.2010El pensamiento reaccionario español hunde sus raíces en la génesis misma de un Estado conformado en torno a la Iglesia católica, a una idea imperial nociva y a la decadencia de la misma.
NUEVATRIBUNA.ES - 27.4.2010

El pensamiento reaccionario español hunde sus raíces en la génesis misma de un Estado conformado en torno a la Iglesia católica, a una idea imperial nociva y a la decadencia de la misma. Hasta el siglo XVIII –no niega esto que existiesen lazos antiguos, cordiales y afectivos muy anteriores entre los diversos reinos de España- sólo la Iglesia Católica y su brazo armado la Inquisición tenían jurisdicción sobre todo el territorio hispano, allende y aquende los mares. Así quisieron los Reyes Católicos dar forma a uno de los primeros Estados de Europa, así continuaron sus sucesores hasta que primero los Borbones –antes lo había querido el Conde-Duque de Olivares- y luego las inconclusas revoluciones liberales intentaron edificar un Estado centralista inspirado en la “uniformidad” política y administrativa francesa. Sin embargo, como asegura el profesor Fontana, a veces, para que los cambios tengan un efecto contundente y duradero, no bastan las reformas sino que es preciso el impulso revolucionario que aquí desgraciadamente nunca culminó. De este modo, pese a que hemos llegado muchas veces al tren de la libertad -siempre tarde, desde luego-, se puede afirmar que el pensamiento reaccionario español ha vivido de un pasado idealizado, “antipatriótico” y falso que se ha ido extremando conforme las situaciones de decadencia o crisis han sido más pronunciadas, conforme las clases tradicionalmente dominantes, a las que se sumó una burguesía que quería vivir como los aristócratas sentando un noble en su mesa, consideraban que los pequeños cambios proyectados en un momento dado, atentaban contra sus sagrados e intocables privilegios seculares: El alma de España era, indudablemente, de ellos, pues no sólo tenían la propiedad de la tierra, la banca y la industria, sino también la protección y la bendición de Dios Todopoderoso que cada poco se hacía visible mediante la intromisión del ejército en las cuestiones políticas y sociales. Así pues, la Inquisición como órgano represor omnipotente, fue sustituida en los siglos XIX y XX por el ejército, al que se dio el papel de garante del “buen orden de la casa”.

Requerido para que definiese el rasgo principal de la historia de España, el gran historiador y economista Ramón Carande contestó de esta manera: “Demasiados retrocesos”. Y bien analizada esa es una constante de nuestro devenir, a cada pequeña reforma, sucedía una convulsión violenta de la reacción que terminaba a sablazos con lo poco conseguido. Cada paso hacia adelante en este país ha costado, pues, sangre, sudor y lágrimas. La última vez está presente en la mente de todos: el intento reformista de la II República ahogado en sangre por los espadones y la consiguiente dictadura nacional-católica, o sea, fascista.

Y es que, mientras que a finales del siglo XIX y principios del XX los regeneracionistas, los institucionistas, los hombres del noventa y ocho, del catorce y del Veintisiete, Galdós, Calderón, los Giner, Almirall, Pablo Iglesias, Clarín, Costa, Salillas, Picavea, Altamira, Ganivet, Unamuno, el primer Azorín, Machado, Castrovido, Azaña, Ortega... insistían en que había que acabar con la vieja política, en que la España vital tenía que dar un golpe de mano y asumir sus responsabilidades para el buen gobierno y el resurgir patrio, Balmes, Menéndez Pelayo, Bonilla, el postrer Maeztu, Vázquez de Mella, Alejandro Pidal, Alfonso XIII y los suyos, Senante Llaudes, Herrera Oria, Gil Robles, Lamamie de Clairac, Primo de Rivera, Calvo Sotelo, continuaban hablando de la España del privilegio, del analfabetismo, del catolicismo imperial, de las glorias del pasado, de la tradición mal entendida, de conservadurismo rancio y esclerótico, del “sostenella y no enmedalla”, del lampedusiano “cambiarlo todo para que todo siga igual”, produciendo bribones como los militares africanistas o los clérigos Pedro Segura, Pla y Deniel o “monseñor Ilundain”, cuyo pensamiento, por llamarlo de algún modo, enlazaba directamente con el de Torquemada. Y así, organizadas por estos “prohombres”, inspiradores de otros que ahora sufrimos, la España vital pudo contemplar como la secular e inmutable ideología reaccionaria española muñía violentas campañas para que no se le concediese el Nóbel de Literatura a Galdós, al que llamaban diablo y corruptor de conciencias, para desacreditar a Unamuno o calificar de hereje a Pío Baroja. La llegada de los frailes franceses –salesianos, maristas...- que huían de las leyes laicistas de la Tercera República, sirvió para dar un sesgo todavía más antidemocrático a la derecha española: Senante Llaudes, uno de los dueños de La Voz de Alicante, fue, junto a su amigo Vázquez de Mella, los maristas –llegados a España hace un siglo para anidar junto a lo más granado de nuestros reaccionarios- y los salesianos artífices principales de las increíbles campañas para impedir que Galdós obtuviese un Nóbel que parecía cantado.

Cualquier cambio, por pequeño que fuese, fue siempre visto por nuestros reaccionarios como una revolución bolchevique, aun antes de que esta hubiese acaecido; cualquier reforma en pos del progreso, de la laicidad, de la igualdad, de la armoniosa vertebración del país, como acto contra-natura. Hoy, las cosas no han cambiado tanto, y nuestra derecha, en términos generales, sigue asumiendo sin “desviaciones estériles” la línea recta que va desde Lepanto, pasando por la matanza de Irak, hasta la Isla del Perejil y el pensamiento reaccionario español, minoritario y pacato pero con muchísimo potencial mediático, sigue representado por personalidades de la talla de Jiménez Losantos, Sánchez Dragó, Alfonso Ussía, Aznar López, Aquilino Polaino, Serafín Fanjul, Francisco Camps, Esperanza Aguirre, Pío Moa, Pérez Reverte, Luciano Varela, Adolfo Prego, Joaquín Leguina, Rosa Díez, Josep Maria Vila d'Abadal, Mariano Rajoy o Gustavo Bueno, gentes de poca monta que por unos u otros motivos tienen una capacidad de acceso a los medios inaudita en un país que se considere democrático. Todo es una mierda para esa trupe circense que antepone, años luz, lo particular a lo público, lo mismo “ser derecho que traidor”, igual intentar reparar las injusticias indescriptibles de la dictadura franquista que sublevarse contra un régimen constitucional, similar ser verdugo que asesinado. No, para esos señores, España es diferente, España no tiene derecho a hacer la misma catarsis colectiva que hicieron los alemanes tras la Segunda Guerra Mundial, nosotros somos la reserva espiritual de Occidente, si hablamos abrimos heridas, somos guerracivilistas, tocamos lo sagrado de nuestra sacrosanta tradición reaccionaria: Mala gente que camina.

Podemos hablar de Carlos IV, de Fernando VII, incluso insultarles y decir que sus cabezas deberían haber rodado hasta caer en un cesto, pero no podemos desenterrar a nuestros muertos, debemos guardar silencio, santificar la transición, aceptar que el genocida de El Ferrol y su pandilla fueron unos héroes, vivir en la paz de las cunetas rebosantes de esqueletos, glorificar esos cuarenta años magníficos en los que este país se convirtió en un inmenso campo de concentración, quedar como una isla amurallada dentro de nuestro entorno geográfico y político, una arcadia feliz dónde reinó el miedo que guarda las viñas de la mano del terror más impresionante y prolongado que jamás ha vivido ningún país de Europa Occidental. Y digo, no, me niego a ser cómplice de la tiranía, me niego a que cientos de miles de personas no puedan enterrar a sus muertos, me niego a que las generaciones venideras, de la mano de los políticos herederos del franquismo y sus adláteres piensen que no sabemos que significan las palabras dignidad, libertad y justicia. No pido cárcel para nadie, pero si la condena política y moral del franquismo por todos nuestros representantes so riesgo de dejar de serlo; sí la restitución moral que debemos a quienes fueron asesinados por los tiranos: Hoy existen más monumentos y memoriales dedicados a aquellos hombres fuera de España que dentro de ella, hoy siguen vigentes las condenas franquistas, hoy el Congreso de los Diputados y muchas Cámaras autonómicas siguen llenas de personas que se niegan a condenar a quienes propiciaron el mayor incendio de nuestra historia. Y no, de ningún modo podemos esperar a que todo esto se diluya en el tiempo ante los insultos de nuestros reaccionarios de siempre, de aquellos que esperan como agua de mayo que la crisis económica nos ahogue, que una empresa privada sin credibilidad alguna para quienes sabemos quienes son los responsables de esta situación, Standard & Poor's, rebaje la clasificación de la deuda española y nos arrastre a la miseria llenándolo todo de tinta de calamar. No y mil veces no.

Pedro L. Angosto

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