viernes. 29.03.2024

Sanidad privada, jugar con la vida y la muerte

El 2 de febrero de 1982, María Gómez de Mendoza, extraordinaria mujer responsable de Sanidad de la Comunidad de Madrid, abrió un expediente al Dr. Ramiro Rivera por prácticas médicas indeseables. El Sr.

El 2 de febrero de 1982, María Gómez de Mendoza, extraordinaria mujer responsable de Sanidad de la Comunidad de Madrid, abrió un expediente al Dr. Ramiro Rivera por prácticas médicas indeseables. El Sr. Rivera, jefe de cardiología del hospital provincial, hoy Gregorio Marañón, tenía gran fama entre el facherío español, que acudía a él para solucionar sus cuitas cardiacas previo pago de las minutas brutales por él decididas. No dudó para ello en ralentizar el servicio público bajo su responsabilidad, ni, tampoco, en derivar pacientes en estado gravísimo a clínicas privadas para poder aumentar considerablemente su cuenta corriente, puesto que para el Dr. Rivera la medicina no era una vocación, ni un servicio público, sino un negocio con el que poder enriquecerse en cuatro días a costa de la salud o la enfermedad de los demás.

Entre mil, un caso. Juan Gómez Hernández –estos datos constan en el sumario del juicio–acudió a los servicios de cardiología del Hospital Provincial de Madrid con una patología cardiaca en extremo grave. Ramiro Rivera, jefe del Servicio, no tuvo ninguna prisa en intervenirle, dejando que pasaran 45 días sin tocarle un pelo. Ante el peligro patente para su vida, Juan abandonó el hospital y fue internado en el Hospital Alemán, donde el propio Dr. Rivera le operó cobrándole lo que le dio la gana, haciendo gala de un sentido de la ética tan miserable como el de todos aquellos que piensan que la salud es un negocio. El expediente salió adelante y el 10 de julio de 1982 Rivera fue sancionado administrativamente a seis años de suspensión de empleo y sueldo. Disconforme con la sentencia, Rivera recurrió por la vía judicial, siendo condenado por la Audiencia a cuatro años. Empero, no quedó ahí la cosa, erigido en máximo defensor de los médicos sin vocación médica, es decir de la medicina privada para millonarios, Rivera presentó su candidatura para presidir la Organización Médica Colegial, cosa que ocurrió. Desde su nuevo puesto, el famoso cardiólogo privado combatió al mejor ministro de Sanidad que ha tenido la democracia española, Ernest Lluch, de cuyo asesinato pueden sentirse muy orgullosos tanto los miembros de ETA como quienes utilizaban el doble lenguaje jesuítico o quienes en las calles los jaleaban incitándoles a seguir matando. Lluch había puesto en marcha una reforma que, además de universalizar la Sanidad y potenciar su carácter público, imponía un rígido sistema de incompatibilidades para los médicos, invitándoles a elegir entre medicina pública o privada. Huelgas, plantones, manifestaciones dirigidas desde la Organización Médica Colegial por Ramiro Rivera, hicieron que la ley no saliera del Congreso tal como Lluch quería, sino dejando ciertas puertas abiertas para que los doctores pudiesen seguir trabajando en la sanidad pública y en la privada a la vez. En 1986, tras cuatro años en el ministerio, Lluch dejó el cargo y volvió a su cátedra en la Universidad de Barcelona. Ramiro Rivera nunca volvió a ser el que fue, pero continuó con sus negocios sanitarios ad maiorem dei gloriam y de su bolsillo.

Hace dos meses, el Dr. Martínez Elbal, jefe del Servicio de Hemodinámica del Hospital de la Princesa de Madrid, tras 45 años dedicados a la Sanidad Pública, dejó su puesto al cumplir la edad máxima de jubilación, setenta años. Introductor en España de la cardiología intervencionista percutánea, que mediante catéteres evita abrir el tórax a los enfermos con patologías graves, relegando a la cirugía cardiaca tradicional a segundo plano y mejorando sustancialmente tanto la recuperación del paciente como sus expectativas de vida, el Dr. Martínez Elbal, dado su prestigio, pudo haber seguido los pasos del Dr. Rivera y en vez de atender a sus pacientes en La Princesa, haberlos derivado hacia alguna clínica privada de esas en las que se antepone la capacidad de pago del paciente a la gravedad de su dolencia. Homenajeado por sus paisanos y amigos caravaqueños hace apenas una semana, en una breve alocución dijo, no con estas mismas palabras, pero parecidas, lo que sigue: “Estamos ante una situación en extremo grave. El Estado del bienestar tiene tres puntales básicos, la Sanidad pública universal, la Educación Pública universal y un sistema que asegure mediante pensiones públicas una vejez digna. La salud no es un negocio, lo sería si sólo los ricos enfermaran, pero por azares del destino también los pobres, que son la inmensa mayoría, lo hacen. Tal vez sea una mala costumbre esa de que los que no tienen medios contraigan enfermedades de mucha mayor categoría que la de su “estimada cuenta”, pero así es la vida y hoy por hoy, mañana también, la inmensa mayoría de las personas que acudan a los servicios hospitalarios seguirán siendo personas sin el dinero suficiente como para ser intervenidas o tratadas cuando padezcan patologías de cierta envergadura. Hasta ahora para eso ha estado la Sanidad Pública, pero es evidente que la quieren privatizar, que la están privatizando…”. Y no podemos estar más de acuerdo con las palabras de este prestigioso cardiólogo español formado en los mejores hospitales del mundo y formador de cientos de médicos de su especialidad que hoy trabajan ejemplarmente en los hospitales públicos de todo el país. No se trata, como algunos dicen, de una privatización encubierta, es una privatización descubierta, sin ningún tipo de reparos o escrúpulos, que la derecha española, da igual que sea catalana, valenciana o madrileña, viene llevando a cabo desde hace más de veinte años, y cuyo proceso, so pretexto espurio de la crisis, han acelerado desde la nueva llegada del PP y CIU al poder.

Aquí se trata de imponer el modelo norteamericano, un modelo que genera billones de pesetas a los inversores privados y que ofrece una excelente sanidad a quienes tienen mucho dinero para pagársela y la beneficencia a los que no lo tienen. El sistema de sanidad privada yanqui funciona por tramos de edad. El seguro privado es barato hasta que cumples los treinta años, a partir de ahí va subiendo progresivamente hasta convertirse en impagable para la mayoría una vez que superas los cincuenta, que es cuando, según las estadísticas y la experiencia, las enfermedades graves aparecen, se hacen crónicas y más costosas. Es entonces, cuando el norteamericano medio que enferma tiene que hipotecar su casa, vender su coche o prostituirse si quiere ser atendido con ciertas garantías de éxito. En cierto modo, es un modelo muy parecido al que practicaba el Dr. Rivera, pero a las claras: Quien tiene dinero tiene mucha más esperanza de vida que quien carece de él. Por eso hemos de ser conscientes de lo que tenemos y de lo que nos quieren robar para entregárselo al lucro privado: Ahora mismo el tratamiento de un cáncer normal curable, puede costar en torno a los cinco millones de pesetas por paciente, mientras que el coste medio de una intervención cardiaca por cateterismo puede rondar los tres millones. Dado que la mayoría de esas y otras patologías graves son recidivantes, o sea que se repiten y hay que volver a intervenir, casi ninguno de nosotros podría afrontarlas individualmente salvo que fuésemos hijos de Amancio Ortega,  Botín, Artur Mas, Felip Puig o la condesa consorte de Murillo, y no es el caso. Nuestro sistema de Salud Pública es uno de los mejores del mundo, y eso no es una apreciación subjetiva, sino que se comprueba con sólo mirar la esperanza de vida de los españoles con respecto a la de otros ciudadanos de países de nuestro entorno. Por ejemplo es mayor que la de suecos, franceses, alemanes, norteamericanos, finlandeses e ingleses, pero según parece eso no gusta demasiado a nuestros católicos gobernantes, puesto que le estamos robando a Dios tiempo para que disfrute de nosotros en la Gloria, y esto tiene que volver a ser lo que siempre fue, un valle de lágrimas.

Todo empezó en la Comunidad valenciana hace ya casi cuatro lustros, a la chita callando, como el que no quiere la cosa. Alcira, Benidorm, Denia, Torrevieja, fueron los primeros hospitales de titularidad pública gestionados por empresas dedicadas al lucro sobre la salud. Luego Jordi Pujol y Felip Puig, jefe de las clínicas privadas de Cataluña antes que conseller del ramo, fueron externalizando y privatizando servicios, dándole cada vez más terreno a la sanidad privada, lo  que supuso y supone un encarecimiento de los costes, porque a los del servicio médico prestado había y hay que añadir el del beneficio de las empresas y, sobre todo, porque nunca se vendieron duros a cuatro pesetas ni se ataron perros con longanizas: Los fármacos que se utilizan para combatir un cáncer salen más baratos a la sanidad pública que a la privada por un solo motivo, porque compra muchos más; la sanidad pública es mucho más barata que la privada porque cuenta en su plantilla con los mejores médicos del país y porque no busca el beneficio empresarial ni particular de nadie, sino el de todos por igual, independientemente de la clase social a la que se pertenezca. Desde luego, sigue habiendo médicos como el Dr. Rivera, que creen que la medicina y la salud son un negocio con el que poder dejar a sus hijos un piso en Madrid, otro en Barcelona, dos en Nueva York y un montón de millones, pero de momento son minoría: Se trata de evitar que, colocados en una situación extrema, entren todos en la dinámica puesta en práctica por el Dr. Rivera hace años y en la que trabajan la mayoría de los médicos de Estados Unidos, jugando con la salud de millones de personas por su interés personal.

Uno de los instrumentos más valiosos para evaluar la calidad de vida de un país y su grado de desarrollo humano es la calidad de su medicina pública. El Partido Popular y Convergencia i Uniò han declarado la guerra a nuestra salud. Ante semejante atrevimiento, no queda más remedio que defenderse declarándolos a ellos enemigos públicos. La SANIDAD PÚBLICA NO SE TOCA, y si se toca que cada cual se atenga a las consecuencias.

Entrevista al Dr. Martínez Elbal, jefe del Servicio de Hemodinámica del Hospital de la Princesa de Madrid.

Sanidad privada, jugar con la vida y la muerte