viernes. 03.05.2024

Samuelson

NUEVATRIBUNA.ES - 14.12.2009Parecía inmortal, pero no, ha muerto. No hablaré de sus datos personales porque los expertos en obituarios lo harán mejor que nadie. ¿Qué representa Samuelson en la economía? Joaquín Estefanía recoge la opinión de Arrow de que era el mejor economista de la historia. Nada de eso.
NUEVATRIBUNA.ES - 14.12.2009

Parecía inmortal, pero no, ha muerto. No hablaré de sus datos personales porque los expertos en obituarios lo harán mejor que nadie. ¿Qué representa Samuelson en la economía? Joaquín Estefanía recoge la opinión de Arrow de que era el mejor economista de la historia. Nada de eso. Hizo importantes avances dentro del análisis económico de raíz keynesiana, en la estática comparativa, en la dinámica, en los ciclos, pero muy por encima de él están por lo menos en el siglo XX Schumpeter, Keynes, Kalecki y Sraffa; sobre todo este último, aunque esto es una opinión personal. Eso sí, todos los economistas hemos aprendido análisis económico con el Curso de Economía Moderna, junto también con el famoso Lipsey (Economía Positiva). Luego muchos nos hemos desengañado en parte. En su libro de Fundamentos fusionó el análisis económico con las matemáticas en unos niveles jamás conocidos. Samuelson es el economista de la síntesis y el más grande divulgador del análisis económico. ¿Qué significa esto de la síntesis? Con David Ricardo (1), el gran economista inglés de principios del XIX y de su teoría de la renta de la tierra, surgen al menos dos corrientes en la economía. La primera tiene como ley motif la teoría de la formación de los precios y de las rentas de los factores a través de la teoría del valor-trabajo y la distribución de aquellas en el reparto de la producción. Marx y Sraffa son los más notables continuadores y, a otro nivel, Dobb, Kaldor, Morihsima, Pasinetti, etc., tanto de sus preocupaciones como de sus instrumentos de análisis. La otra rama es el marginalismo, con la tríada Jevons, Menger y Walras, en las últimas décadas del XIX. También Wicksell. Aquí se pone el acento en el consumo, en la utilidad marginal que lleva a aquel, y en el intercambio. Pero su punto negro es la formación de las rentas de los factores por mor de uno de ellos: precisamente el de el capital. ¿Qué es el capital, se preguntaba la gran economista inglesa Joan Robinson? Veamos sus palabras: “Además, la función de producción ha constituido un poderoso instrumento para una educación errónea. Al estudiante de teoría económica se le enseña a escribir x=f(L,K), siendo L una cantidad de trabajo, K una cantidad de capital y x una tasa de ouput de mercancías. Se le alecciona a suponer que todos los trabajadores son iguales y a medir L en hombres-hora de trabajo; se le menciona la existencia de un problema de números-índice en cuanto a la elección de una unidad de ouput; y luego se le apremia a pasar al problema siguiente con la esperanza de que se le olvidará preguntar en qué unidades se mide el capital” (2) .

Sigamos. Los marginalistas -y ahora los neoclásicos, los del sólo mercado- intentan justificar la rentas del capital (interés), tierra (renta) y trabajo (salarios) por medio de unas supuestas productividades marginales derivadas de cada uno de esos factores. Los marginalistas consiguieron dar una explicación de las renta del trabajo y la tierra más o menos aceptables dentro de un determinado contexto, pero fueron incapaces de explicar las rentas del capital. Si este es un conjunto de medios de producción, para hallar la retribución de cada uno es preciso hallar su productividad marginal. Dejemos lo de marginal de momento. El problema es que al ser el capital una suma de productos heterogéneos, porque son cualquier cosa que sirve para producir cosas -un tractor, el bolígrafo del escritor, los ladrillos en la construcción, la cirugía de un actor, el petróleo, etc.- han de sumarse de alguna manera: ¿como?, pues con sus precios. Y aquí está el problema insoluble, porque ahora resulta que para saber la retribución del factor del capital se necesitan conocer los precios de los elementos que lo componen, a la vez que para conocer estos se necesita conocer previamente los salarios y beneficios que formarán los costes, que darán lugar a los precios. Total, un círculo cerrado infernal sin salida posible. El marginalismo, ante la imposibilidad de construir una teoría del capital, se ha venido abajo estrepitosamente. Se sigue explicando, pero es sólo mero reflejo ideológico para justificar lo injustificable. Precisamente fue Samuelson el que intentó remediarlo con un artículo que ha resultado famoso (3). De nada sirvió, porque posteriormente Pasinetti, Garegnani y otros demostraron su inconsistencia (4).

Samuelson intentó la síntesis del keynesianismo con esta última corriente, pero siempre, creo yo, con un sesgo keynesiano. El problema es que cualquier síntesis, sea en economía o en otra cosa, nunca funciona, porque la supuesta equidistancia vale quizá para la ética o la religión, pero no para la ciencia. Algo parecido ocurre con la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica: que no parecen compatibles por más intentos que se han hecho. Yo no tengo ninguna duda que el gran economista del siglo XXI será Piero Sraffa, aunque sea por una obra escrita a lo largo de los años 20 y 30 del siglo XX y publicada por primera vez en ¡1960! Volviendo al marginalismo, además del problema expuesto, tiene otro de una gravedad insuperable. Según esta corriente, las decisiones de consumo y producción se hacen variando de poco en poco unos consumos por otros, teniendo como límite la renta (dotación de recursos). Eso vale con el agua, por ejemplo, pero una simple pregunta destruye toda esta teoría: ¿cuántas casas debe tener un consumidor para que pueda valorar el aumento de una más en el margen y, con ello, sepa asignar sus recursos? En la vida real, las decisiones más importantes implican cantidades discretas y no continuas. Eso tiene su reflejo en el instrumento usado: en la economía de producciones discretas y el estudio de la distribución se emplea el álgebra matricial (Leontief, tablas input-ouput); en el de los marginalistas, el cálculo diferencial. Quizá sólo en los ciclos ambos instrumentos se aúnan.

Samuelson ha estado siempre al lado de los demócratas, ha dado una importancia a lo público como algo inexcusable en la lucha contra los ciclos (macro) y para combatir los llamados fallos del mercado (micro), que son más bien características del mercado: monopolios, oligopolios, información asimétrica, bienes públicos, rendimientos crecientes, efectos externos, etc. Samuelson no era quizá un intelectual, pero supo combinar la teoría con la práctica, su labor de profesor con la de asesor (v.g., con los Kennedy) en la política económica práctica. Fue un servidor público cuando pudo hacer coherente sus ideas con los gobiernos (demócratas de su país). Los historiadores del análisis económico valorarán con el tiempo necesario su aportación a esta materia, pero su honradez y su ética están fuera de duda, pero con una advertencia que no se puede expresar mejor que como lo hace de nuevo la gran Joan Robinson: “Cuando dos teorías difieren en su ideología, la diferencia más importante entre ambas se establece en el terreno de la acción política” (5).

(1) “Principios de Economía Política y Tributación”, 1817.

(2) “La función de producción y la teoría del capital”, Joan Robinson, 1953.

(3) “Parábola y realismo en la teoría del capital: la función de producción sustituta” (“Parable and realism in Capital Theory: the surrogate Production Function”, 1962).

(4) Un economista medio periodista y viajero recogió toda esta polémica en “Teoría del Capital” (“Some Cambrigde controversies in the Theory of Capital”, 1975).

(5) “Hacia una economía dinámica” (Towards a Dynamic Economics”).

Antonio Mora Plaza es Economista.

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