viernes. 29.03.2024

Saber envejecer

NUEVATRIBUNA.ES 02.08.2010La imagen de las mujeres reales está prácticamente desaparecida de los medios, sin embargo envejecer es una realidad palpable e inevitable por mucho que la sociedad actual rechace las huellas del paso del tiempo. Es hora ya de desterrar el concepto de belleza como único valor de la mujer.
NUEVATRIBUNA.ES 02.08.2010

La imagen de las mujeres reales está prácticamente desaparecida de los medios, sin embargo envejecer es una realidad palpable e inevitable por mucho que la sociedad actual rechace las huellas del paso del tiempo. Es hora ya de desterrar el concepto de belleza como único valor de la mujer.

Decía Benedetti que la “vida es un paréntesis entre dos nadas”, sin embargo para algunos vivir se ha convertido en una lucha sin cuartel contra el tiempo porque saber envejecer es un conocimiento que no está al alcance de los que consideran que la felicidad está estrechamente relacionada con la belleza corporal.

Se ofertan todo tipo de productos cosméticos anti-edad mientras asistimos, impertérritos, a la banalización de la medicina estética y su conversión en espectáculo televisivo.

Vivimos en una sociedad enferma, que busca la perfección corporal, una sociedad que es víctima de una dictadura del culto al cuerpo que somete a sus víctimas a un férreo marcaje y que discrimina a las mujeres por su edad y las obliga a esconder sus años, sus arrugas y sus canas porque la experiencia de la madurez no se valora por igual en mujeres y hombres. La publicidad nos muestra con total descaro sus propuestas de mujeres irreales, sin arrugas, sin sobrepeso, sin celulitis, sin bolsas bajo los ojos, sin flacidez; mujeres sin canas, con dentaduras impolutas que reflejan la luz, que siempre sonríen, que ocultan su edad, y con ello renuncian a lo que han vivido, para seguir el mandato de parecer eternamente jóvenes porque la imagen de una mujer mayor genera “temor social”.

Algunos estudios sitúan a España como el primer país europeo en número de intervenciones de cirugía estética. Aunque resulte difícil de creer los párrafos siguientes no pertenecen a un relato de terror. Hace poco más de un año en un piso del Raval barcelonés que carecía de las mínimas condiciones higiénicas un cirujano sin título realizaba operaciones estéticas con material veterinario. En el piso, “pequeño y sucio”, vivían tres perros, un gato y un loro; las agujas eran reutilizables, no había ningún aparato esterilizador y la vivienda tampoco tenía ninguna habitación especialmente habilitada como quirófano. El impostor, daba a sus pacientes silicona líquida, no apta para uso inyectable, y para ello utilizaba pistolas veterinarias. El riesgo de infecciones y de transmisión de enfermedades contagiosas no supuso ningún impedimento para la peregrinación de multitud de pacientes desde diversos puntos del país.

Pilar Rego - Educadora Social

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