martes. 16.04.2024

Sí, podemos

¡Claro que podemos! Ahí está la diferencia entre los progresistas y los que no lo son.

¡Claro que podemos! Ahí está la diferencia entre los progresistas y los que no lo son. Entre aquellos que creemos que el ser humano es capaz de superar las barreras físicas, sociales y psicológicas, que no existen maldiciones, ni bendiciones eternas hacia nadie, que no hay pueblos elegidos y pueblos condenados, que el mundo, la sociedad, pueden cambiarse y hacerse mejores para todos, y los que creen que esto es una selva, en la que siempre regirá la ley del más fuerte, porque así es el orden natural (o divino) y es ingenuo intentar cambiarlo.

La diferencia que se lee en las palabras y en los labios de ese hombre delgado, casi frágil (se reían de sus piernas), que ha abierto las puertas a una nueva fase de la ya larga transición, que se inició con la caída del muro de Berlín hace veinte años y que ahora marca un hito con el derrumbamiento del modelo neocon, certificado por el resultado de las elecciones estadounidenses. Negro, flaco, hijo de inmigrante, sin capital, de apellido Hussein ¡que me pellizquen! ¿estaré soñando? Y ha podido, han podido vencer a los pronósticos, a los telepredicadores, a las conspiraciones de los lobbys y a los pasillos de Washington. Ha salido, han salido de los patios “traseros de Des Moines, de Concord y de Charleston”. Han podido con todo y con todos, ellos, “los trabajadores y las trabajadoras que recurrieron a los pocos ahorros que tenían, los jóvenes que rechazaron el mito de la apatía de su generación, los no tan jóvenes que hicieron frente al gélido frío y al ardiente calor para llamar a las puertas de desconocidos”. Y han hecho la Revolución. Porque estamos ante la Revolución Democrática Norteamericana de 2008 (quizás pase a la historia como “la Revolución del 2008” o “la Revolución de Noviembre”). Que tiene un principio ideológico y un programa, formulados por quien está liderando el cambio. El principio más revolucionario que puede existir y sin el cual, todo poder se vuelve tiranía: “un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Y un programa condensado en pocas frases, que resume los principales retos a los que se enfrenta EE.UU. y toda la humanidad:“dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera desde hace un siglo”; y el camino para resolverlos: “hay nueva energía por aprovechar, nuevos puestos de trabajo por crear, nuevas escuelas por construir, y amenazas por contestar, alianzas por reparar”. Una revolución y un líder, que usa también un lenguaje diferente: aprecio del valor y la importancia del adversario, humildad y reconocimiento de las limitaciones �“esta victoria en sí misma no es el cambio � es sólo la oportunidad para que hagamos ese cambio”.

Estamos viviendo la mayor esperanza de los últimos sesenta años, en un momento crucial para la humanidad. Paz , empleo, ecología, democracia, libertad son conceptos que, defendidos por el hombre que pronto será el más poderoso de la Tierra, nos hacen pensar que sí es posible, que podemos dejar atrás el viejo mundo y desprendernos de él, como de una pesadilla: guerras, hambre, miseria, cambio climático, fundamentalismos, violencia. “El camino por delante será largo. La subida será empinada”. Como lo ha sido siempre para quienes han querido cambiar el mundo. Como lo fue, terrible, para los que aún hoy desenterramos con honor de las cunetas. “Nuestras historias son diversas, pero nuestro destino es compartido”. Podemos ganar o podemos perder. Obama es el nombre de lo primero, sobre lo segundo señala Hobsbawm: “el precio del fracaso, esto es, la alternativa a una sociedad transformada, es la oscuridad”.

Nota: Las frases en cursiva son textuales del discurso de celebración del triunfo de Barak Obama en Chicago.

Sí, podemos
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