sábado. 20.04.2024

Sí, merece la pena

nuevatribuna.es | 22.12.2010Tal disquisición viene a cuento después de asistir ayer a una serie de actos para celebrar la Constitución de 1978 e inculcar sus valores en el colegio donde va mi hijo. Es posible que una visión tan optimista no sea compartida por muchos a causa de la dichosa crisis y es comprensible, aunque trataré de explicarme.

nuevatribuna.es | 22.12.2010

Tal disquisición viene a cuento después de asistir ayer a una serie de actos para celebrar la Constitución de 1978 e inculcar sus valores en el colegio donde va mi hijo. Es posible que una visión tan optimista no sea compartida por muchos a causa de la dichosa crisis y es comprensible, aunque trataré de explicarme.

Residimos en una ciudad media del sur de Madrid y el colegio de educación infantil no es un centro humilde pero sí modesto y, sobre todo, digno, a pesar de la política restrictiva de la Comunidad. Habrán deducido que es público. Los actos consistían en una breve actuación teatral desde el inicio de las primeras constituciones en Inglaterra y los Estados Unidos, pasando por la Revolución Francesa, las Cortes de Cádiz, la Pepa, hasta llegar a la actual que nos rige. Mientras escuchaba la Marsellesa y alguna lagrimilla caía de mis ojos aprovechando la oscuridad del salón, mi mente se fue a los esfuerzos, la lucha, hasta la sangre, de quienes dedicamos muchos años de nuestra vida para vivir en una España donde nuestros hijos hicieran una fiesta de este tipo. Con la que está cayendo era una fiesta a la alegría y a la democracia. El vendaval derechista, la ofuscación, la confusión de la crisis es posible que a muchos les impida ver el éxito que supone el que miles de actos de este tipo se hayan celebrado en todos los colegios de España. A mí, no. Porque quienes nos educamos en las escuelas del verduguillo, en la España de lumbre y sombras, en los colegios de curas que nos hicieron considerar la mili, la de Franco, como una zona de cierta libertad en comparación con la represión curil, sabemos apreciar estas celebraciones. Porque ya en aquellos años los obreros de mi pueblo nos consideraban ricos y privilegiados por el simple hecho de ser estudiantes a costa de tremendos esfuerzos de nuestros padres. Hoy ya nadie es un privilegiado porque sus hijos son médicos, o periodistas o ingenieros. ¿Acaso es poco? Es posible que ahora no tengan trabajo, pero lo tendrán y vivirán dignamente. En la España anterior acabarían de albañiles o podadores de viñas, escrito sea con todo el respeto a quienes todavía ejercen tan duros trabajos.

Después del teatro, los profesores nos hicieron un recorrido por todo el colegio. En cada pasillo, en cada espacio entre clases, un grupo de niños de los diferentes cursos nos daban explicaciones de lo que suponía la Constitución rodeados de trabajos, exposiciones, pinturas, composiciones sobre las autonomías, la asunción de las diferentes razas, la educación y el respeto, a los profesores, a los padres, a los demás. No sé qué harán en un colegio privado de esos caros, pero dudo que lo hagan mejor y más democráticamente que los profesores de este modesto centro. Sorprendido y emocionado por algo que parecerá normal y a mí me sigue pareciendo un privilegio, no pude evitar dirigir mi pensamiento a la ofensiva derechista que nos acomete. Si la derecha montaraz viera esto trataría de suprimirlo para que solamente sus cachorros puedan acceder en colegios de élite pagados por la pobreza de millones de parados. En las paredes vi árboles, campos, ríos, carreteras, trenes y barcos. Es decir el estado de bienestar que no sabemos apreciar y que no disfrutamos por los gobiernos de derechas precisamente.

Como otros, me encuentro entre los críticos al estado de cosas actual. Pero observando esa fiesta escolar no me puedo dejar llevar por la ofuscación, por la confusión que a diario vierte la ofensiva conservadora. A pesar de la crisis, vivimos en un mundo donde todos los días sale agua caliente del grifo en este duro invierno. Donde se puede comprar de todo en los mercados. Donde se puede viajar por estupendas carreteras o en trenes que antes pensábamos que sólo tenían alemanes o norteamericanos. Nuestros hijos estudian en colegios públicos casi gratuitos. Y si nos ponemos enfermos una sanidad pública envidiada en todo el mundo nos asistirá.

Cuando empecé a escribir pensaba titular, sí mereció la pena. He decidido cambiar el pasado por el presente. Porque a diferencia de Ortega con aquello de no es esto yo pienso lo contrario. Sí es esto. Y ahora se trata de defenderlo y que no nos lo quiten los mercados.

José Luis Egido

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