jueves. 18.04.2024

Religión y terror en Gaza

Por fin, y tras largas deliberaciones, el Consejo de Seguridad de la ONU ha logrado aprobar, por unanimidad y sólo con la abstención del gobierno de EE.UU., una resolución ordenando en Gaza un alto el fuego inmediato, que ninguno de los contendientes ha aceptado hasta ahora.

Por fin, y tras largas deliberaciones, el Consejo de Seguridad de la ONU ha logrado aprobar, por unanimidad y sólo con la abstención del gobierno de EE.UU., una resolución ordenando en Gaza un alto el fuego inmediato, que ninguno de los contendientes ha aceptado hasta ahora. Bienvenida sea, pero llega demasiado tarde, porque el daño a los habitantes de Gaza -800 muertos, miles de heridos, en su inmensa mayoría civiles, y destrucciones sin cuento- ya está hecho y no se puede corregir, aunque es loable tratar de impedir que aumente.

La resolución, aun en el caso de ser aceptada, no ha logrado evitar que, una vez más, el estado de Israel se haya salido con la suya, porque lo que se ha presentado como un acto de legítima defensa ante los cohetes Kassam lanzados por Hamás en el Neguev occidental, está siendo una desproporcionada operación militar que persigue otros objetivos. El más inmediato, ganar en las próximas elecciones en Israel, cuyos candidatos rivalizan en proponer las soluciones más brutales a un electorado, atemorizado por los ataques de los milicianos de Hamás y escorado a la derecha, incrementado con la masiva llegada de emigrantes desde Rusia, que, convertidos en colonos ávidos de tierra, reclaman medidas más duras contra los palestinos.

Otro objetivo de mayor alcance perseguido por el gobierno de Israel es el de colocarse en una posición ventajosa produciendo el mayor daño posible a Hamás, de cara a una posible negociación auspiciada por el nuevo gobierno de Estados Unidos. El momento es propicio, pues ha permitido aprovechar los últimos días del mandato de G. Bush, que, tan amigo de invadir, ha justificado la invasión de Gaza, y el relevo en la Unión Europea, cuya presidencia corresponde a uno de los países miembros más alineados con las tesis del Partido Republicano, circunstancia que se añade a la tradicional inanidad europea en política exterior. Pero, para Israel el coste de la operación puede ser alto, no tanto en daños militares, dada la magnitud, la cualificación y la sofisticación de su ejército la cifra de muertos -cuatro hasta hoy- es baja, como en imagen y proyección internacional, pues los bombardeos previos y la invasión posterior de Gaza, un territorio densamente poblado cuyos habitantes no pueden escapar, colocan de nuevo al estado de Israel entre los países agresores, culpable de cometer crímenes de guerra y de atentar contra los derechos humanos por su brutalidad en la administración de la franja. Lo ocurrido en Gaza es peor que lo sucedido en Abu Graib.

Desde que Hamás ganó las elecciones, Gaza ha padecido un bloqueo y su población ha sido privada de los bienes más elementales, cuyo suministro ha quedado al arbitrio de las tropas israelíes. Gaza ha sido un campo de concentración de un millón y medio de personas, del que ha sido imposible escapar, y últimamente una ciudad sitiada sobre la que ha caído la furia de sus carceleros sin que mediara una guerra.

Contra toda lógica, Israel ha creído que los palestinos aceptarían pasivamente el bloqueo que les castigaba por haber dado a Hamás la victoria en unas elecciones, y la respuesta de los milicianos islamistas lanzando cohetes sobre la población civil del Neguev les ha servido de pretexto para emprender una operación militar que enseñe a los palestinos a aceptar sus humillaciones con resignación. Parece como si los israelíes quisieran obtener de los palestinos la mansedumbre con que los judíos europeos, y especialmente los alemanes, aceptaron ser conducidos a los campos nazis, pues no lograban concebir que el Estado del que eran ciudadanos pudiera planear su exterminio como colectividad. La tarea era inimaginable por monstruosa, pero fue posible; real y abrió un nuevo capítulo en la historia de la ignominia de los seres llamados, a veces contra toda evidencia, humanos. Pero de ese planificado crimen de Estado los palestinos no tienen la culpa, al contrario, son también víctimas indirectas de la barbarie nazi pues han pagado con su tierra, su paz y su libertad la compensación que los aliados quisieron ofrecer por el holocausto a los judíos. Pero los israelíes no lo ven así, creen que, como pueblo elegido (por ellos mismos), los palestinos ocupan ilegítimamente una tierra que les fue prometida hace milenios y que, en esta resistencia a entregarles lo que es suyo, los árabes se han convertido en cómplices de los nazis. Y llevan sesenta años vengándose en un sujeto equivocado, pero necesario para mantener unido y alerta al pueblo de Israel, siempre rodeado de mortales enemigos y siempre triunfante, como está escrito en el libro sagrado.

Hamás, jaleado en su momento para debilitar a Arafat, no es más que una consecuencia del desgaste de Al Fatah y de la OLP, la sustitución del arabismo laico por el fundamentalismo religioso; es la sucesión lógica a la desesperación de los palestinos, a la continua expansión del estado de Israel, a los nuevos asentamientos, a la bantustanización de Palestina, a la construcción del muro, a la apropiación del agua, a años de burla de los mandatos de la ONU, desoídos de manera continua por todos los gobiernos israelíes, hayan sido conservadores o laboristas. Es un movimiento de fanáticos, que persigue la instauración de una república islámica donde los derechos civiles queden abolidos, especialmente los de las mujeres, y la vida sea regulada según una restrictiva interpretación de la sharia, pero no puede olvidarse que también defiende una causa justa: el derecho de los palestinos a tener su propio estado y a vivir en paz en su tierra.

Hay quien ha señalado que es preciso librar a los palestinos de la tutela de Hamás, sin duda un movimiento totalitario, pero, de ser posible -inimaginable al día de hoy-, sería un paso inútil sin librar a los israelíes de la tutela del Likud y de los rabinos, pues en ambos casos la política está dirigida por clérigos fanáticos que actúan en nombre de dios; del mismo dios. El fanatismo de Hamás es la respuesta islamista al fanatismo de los sionistas. Y cuando la religión ocupa el lugar de la política las cosas tienen muy mal arreglo.

José M. Roca
Escritor

Religión y terror en Gaza
Comentarios