miércoles. 24.04.2024

Rebelión, sí. Con el voto

La rebelión cívica de miles de jóvenes en las plazas de las principales ciudades de España ha marcado definitivamente el final de esta campaña electoral. Se trata de un movimiento de fondo, nacido de una indignación justa, con un discurso limpio y honesto, fundamentado en los mejores valores de justicia y democracia. Eficaz en su ejecución, además, gracias a las nuevas tecnologías.

La rebelión cívica de miles de jóvenes en las plazas de las principales ciudades de España ha marcado definitivamente el final de esta campaña electoral. Se trata de un movimiento de fondo, nacido de una indignación justa, con un discurso limpio y honesto, fundamentado en los mejores valores de justicia y democracia. Eficaz en su ejecución, además, gracias a las nuevas tecnologías. Se equivocan en consecuencia quienes le atribuyen motivaciones arteras, orígenes conspirativos o una vida circunscrita al 22M.

Como toda rebelión cívica de fondo, el movimiento surgido el pasado domingo consta de una policromía de voces. Todas merecen respeto, y la gran mayoría también merecen una atención profunda por parte de quienes aspiramos a representar a la ciudadanía. “No queremos políticos marionetas de los banqueros”. “Los ciudadanos votamos cada cuatro años y la Bolsa manda cada día”. “Los antisistema son los tiburones financieros que nos ahogan en la crisis”. “Violencia es cobrar 600 euros y pagar 700 de alquiler”. “La privatización es un robo”. “Este es el fin del borreguismo”. “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”. Tras estas frases hay demasiada verdad como para despacharlas con la porra o el desprecio.

Otras consignas vertidas en estos días, sin embargo, me parecen equivocadas: “Lo llaman democracia y no lo es”. “El próximo domingo no les votes”. “PP y PSOE, la misma m. es”. El enfado es entendible y justificable, pero descalificar a la democracia y renunciar al voto equivale a prescindir de la eficacia en la consecución de objetivos justos. Y tampoco es razonable negar las diferencias entre socialistas y populares a la hora de aplicar políticas de carácter más o menos social.

El grito de estos jóvenes es diáfano. Exigen una respuesta justa a la crisis y al desempleo. Porque las respuestas que unos y otros les hemos ofrecido hasta ahora son decepcionantes. Hasta que no lo entendamos no reaccionaremos con acierto al desafío que nos plantean.

Hay preocupación por el paro, por la precariedad que afecta a muchas familias, por la falta de expectativas para miles de jóvenes. Hay indignación porque la crisis se ceba con aquellos que no participaron de la fiesta de la especulación y la codicia, mientras los poderosos siguen aumentando sus ganancias groseras e inmorales. Hay incomprensión porque los ajustes, las reformas y los sacrificios que patrocinan los políticos de izquierda parecen dictados por los prebostes del capitalismo depredador y por burócratas alejados de la decisión y el sentimiento de los ciudadanos. Y hay tentación de hacer pagar a los políticos tanta indignación y tanta incomprensión donde más les duele, en las elecciones, quedándose en casa o tirando el voto.

Y tenemos que decirles a los justamente indignados que les entendemos, porque su sufrimiento es el nuestro y las respuestas que demandan son nuestro único propósito. Que el voto, la democracia y la política no son los enemigos. Que los enemigos son la crisis, el paro y las políticas de derechas que ocasionaron la crisis y el paro. Que las crisis se afrontan desde la política y desde los gobiernos. Y que no todos los políticos y no todos los gobiernos actúan de igual manera frente a la crisis, ni tienen los mismos objetivos, ni responden a los mismos intereses, ni comparten los mismos valores. Y que el único instrumento útil y eficaz que tienen los ciudadanos para asegurarse de que se combate la crisis conforme a sus valores y a sus intereses es el voto.

Reconozco que ahora arrimo el ascua a mi sardina, pero lo hago honestamente. Porque estoy honestamente convencido de que determinados políticos ven la crisis como una oportunidad para proteger a los más débiles, mientras otros ven la crisis como una ocasión para acumular más riqueza y más poder. Estoy honestamente convencido de que con Tomás Gómez y Jaime Lissavetzky en Madrid, con Oscar López en Castilla-León, con Barreda en Castilla-La Mancha y con Vara en Extremadura, por ejemplo, la crisis se afrontará con el objetivo de fortalecer la economía desde un modelo productivo más sólido y competitivo, con la meta de crear empleo de calidad y con derechos, y con la intención decidida de consolidar el Estado de Bienestar como garantía de los derechos irrenunciables de los ciudadanos. Y también creo honestamente que la alternativa popular solo busca en la crisis más negocio, más poder y más desigualdad.

Rebelión, sí. Pero no te olvides de votar. El próximo domingo será la rebelión más eficaz.

Rebelión, sí. Con el voto
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