jueves. 28.03.2024

Rajoy y el fútbol

Existen al menos dos razones, y ambas igual de importantes, por las que Rajoy no debería haber asistido a la final de la Eurocopa. Ni siquiera, como hincha futbolístico reconocido, a título privado. En primer lugar, para no romper la política exterior de la Unión Europea.

Existen al menos dos razones, y ambas igual de importantes, por las que Rajoy no debería haber asistido a la final de la Eurocopa. Ni siquiera, como hincha futbolístico reconocido, a título privado.

En primer lugar, para no romper la política exterior de la Unión Europea. Las voces disidentes y los grupos de la oposición de los países gobernados por regímenes autoritarios están ya dolorosamente acostumbrados a que las declaraciones pomposas de los responsables de la Unión sobre la protección de los derechos humanos y la democracia en las relaciones exteriores se queden en papel mojado en cuanto tropiezan con las políticas comerciales. Lo sabe bien la oposición guineana: desde que el dictador tiene petróleo cada Estado miembro hace la política por su cuenta, buscando la rentabilidad comercial nacional y olvidando los valores democráticos comunes. Más hiriente ha sido el abandono de la oposición democrática en el caso español por los particulares vínculos históricos que unen a los dos países.

Ahora también el futbol ampara la dimisión en los principios.

Hemos leído estos días, para justificar la decisión, que Yulia Timoshenko es un personaje dudoso y que ni siquiera la oposición pedía el boicot al campeonato. Desfachatez y cinismo para justificar una decisión previamente tomada. En primer lugar, ninguna oposición del mundo se atrevería a solicitar el boicot a un acontecimiento que puede atraer turismo y riqueza a sus ciudadanos so pena de exponerse a sufrir una feroz campaña de desprestigio por antipatriotas. Y, en segundo lugar, la sinuosa carrera de Timoshenko era conocida por todos mucho antes de que se lanzase la idea del boicot y, sin embargo, ha sido considerada, desde la “revolución naranja”, la gran esperanza europea y democrática.

En mi opinión es, además, un error táctico, cuando se depende tanto y tanto de las políticas de la Unión para salir de la crisis, dar pasos unilaterales que socaven la unidad de las políticas por muy anecdóticos que parezcan estos temas.

(Y un error imperdonable es que nuestra torpe y miope diplomacia tampoco haya previsto durante el largo periplo polaco-ucraniano de la selección realizar una visita al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau mientras estaban en Polonia o, ya en Kiev, un paseo por los monumentos al Holodomor (la hambruna ucraniana provocada por Stalin en 1931-32) y al barranco de Baby Yar donde los nazis exterminaron a los judíos ucranianos.)

La segunda razón por la que Rajoy no debería estar en la final es de orden interno. No acierto a comprender cómo Rajoy o los ciudadanos españoles pueden entender que, con la que está cayendo, la obligación de un presidente sea estar en un partido de futbol y no en el debate sobre el estado de la nación.

Desde el punto de vista económico los gastos que suponen los viajes del príncipe y Rajoy y sus respectivos sequitos suelen ser considerados “el chocolate del loro”. Ocurre que tableta a tableta, loro a loro, ese gasto se convierte en una gran chocolatada. Hace tiempo presencié, en el mismo Kiev que acoge la final, cómo la intervención de un diplomático elevó la factura de una cena con agencias de turismo un 50% al cambiar los vinos seleccionados por el restaurante por otros acordes con su exquisito paladar. El diplomático, y quienes lo debían controlar, funcionaba con esa viciada lógica que permitía usar sin cortapisas el dinero público mientras se racanea con el propio.

El verdadero despilfarro de la administración pública no radica en los salarios de sus funcionarios, sanitarios, profesores, policías o basureros sino en los viajes innecesarios, las cenas suprimibles, las reuniones inútiles, los congresos para amigos, los aeropuertos provinciales, los informes-chanchullo, las subvenciones a colegios privados, la financiación de la iglesia, etc.

El “chocolate del loro” debe suprimirse aunque solo sea para dar ejemplo y adquirir la legitimidad moral imprescindible para poder pedir sacrificios al resto de la población. Rajoy debería ver la final por televisión.

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