viernes. 29.03.2024

Quinientos diecisiete

Quinientos diecisiete desahucios diarios se practican en España. A una media de cuatro miembros por unidad familiar, arroja un total de 2068 personas empujadas al frío, al calor, a los puentes, a la lluvia, a la nieve, a los cajeros, a las aceras. Hipotecas truncadas por trabajos truncados.

Quinientos diecisiete desahucios diarios se practican en España. A una media de cuatro miembros por unidad familiar, arroja un total de 2068 personas empujadas al frío, al calor, a los puentes, a la lluvia, a la nieve, a los cajeros, a las aceras. Hipotecas truncadas por trabajos truncados. Dejaron incluso de comer para pagar sus techos euro a euro, para que los banqueros compraran un yate al contado, para que cenaran con el Rey vestidos de monarcas disimulando su oscuro oficio de usureros.

Madre con ochenta años sudados entre lutos de posguerra y partos con palangana y trapos limpios. Hijos de espinazo doblado y azadón de patatas y pimientos. Nueras con manos agrietadas de aceitunas. Nieto con portátil para que no sea albañil de piropo, tortilla y vino tinto. Juntos, todos juntos, como un ramo de vida, de lágrimas, de camas enamoradas los sábados, de alegrías veniales cuando se juntan los primos, cuando la primera comunión del niño-almirante, de novia prematura ella, de entierro, porque otra vez la pena, penita, pena.

Unas tierras con cuatro vacas. Si tuvieran unas tierras con cuatro vacas, producirían leche, la venderían, montarían su propia fábrica, cuajarían quesos, yogures, tetra briks o cartones que es más fácil decir. Y poco a poco… Estuvo de acuerdo el rodrigo rato cualquiera, lentes y manguitos antes, traje Corte Inglés ahora, corbata del día del padre. “Te debe avalar tu madre” “Puedes rescatar la hipoteca cuando montes tu clesa imperial y a vivir que son dos días” Y madre puso la huella y Pepe firmó despacio para no saltarse una letra de su apellido Fernández, aunque siempre le llamaron Benito-sin-techo, nunca supo por qué.

Por fin la tierra y las vacas. Se creyó terrateniente y ganadero. Lo miraba todo desde su ventana mañanera y creía que en sus dominios no se ponía el sol. Había que regar la tierra porque los pastos eran tallos de agua. Y comían las vacas, vaya si comían. Rumiando una sonrisa, una alegría de vida tranquila. Y el dinero se devoraba a sí mismo. Y el rato-corte-inglés amenazaba. Benito, más dinero, que no tienes para la amortización del mes, que me ha amonestado el director, que te denuncian, que el juez no entiende de sueños rotos, que los antidisturbios por si acaso, que si el juzgado.

Y madre-ochenta-años en la calle. Hijos-espinazo-de-azadón. Nieto-portátil. Nueras-cerrando-las-piernas-del-alma para no engendrar. Y Benito-sin-techo escociéndole el apodo.

¿Y qué tengo que hacer ahora? Buscarte un puente, Benito-sin-techo. Buscar una manta para tu madre-pos-guerra, para tu hijo-portátil, para tu mujer-cerrada. Y tú a llorar mientras pagas con tu llanto el castillo derruido, tu clesa imperial enterrada como un sueño oscuro.

Quinientas diecisiete tumbas de escombros. Sueños incinerados en la caja mortuoria de los bancos. Para que otros puedan comprarse yates al contado mientras tú no tienes a quien contarle tu asco. 2.068 seres humanos deshumanizados por la musculatura del dinero inventado para unos pocos a costa de muchos. Vidas construidas sobre las ruinas de las vidas.

Madre de huella enlutada. Huella maldita que empujó las paredes embargadas, los tallos de luz que alimentaban el ganado, las vacas decorando museos de dinero.

2.068 Benitos diarios sin techo. 2.068 Benitos aplastados, sin resurrección posible porque hay que pagar los intereses del sueño durante 25 años todavía.

Quinientos diecisiete
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