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Protesta social y decisión política

NUEVATRIBUNA.ES - 4.10.2010PARA FUNDACIÓN SISTEMAEn el día europeo de protesta contra las medidas fiscales y laborales que los gobiernos están tomando para hacer frente a la crisis, la huelga general en España ha tenido más éxito del que esperaba el Gobierno y menos del que deseaban los sindicatos.
NUEVATRIBUNA.ES - 4.10.2010

PARA FUNDACIÓN SISTEMA

En el día europeo de protesta contra las medidas fiscales y laborales que los gobiernos están tomando para hacer frente a la crisis, la huelga general en España ha tenido más éxito del que esperaba el Gobierno y menos del que deseaban los sindicatos. Las manifestaciones en Madrid no han sido tan grandes como las de Bruselas, la mayor de su historia. Y el seguimiento de la huelga no ha sido comparable con el éxito de la del pasado día 23 de septiembre en Francia contra la reforma de las pensiones, que ha puesto en una posición muy difícil al Gobierno de Sarkozy. Pero suficiente para reflejar un profundo malestar social.

En toda Europa las actitudes se inscriben entre la cólera y el temor, entre la protesta y la designación, sentimientos que parecen hoy invadir a partes iguales a las clases populares castigada por la crisis y por las medidas que pretenden remediarla.

A diferencia de otras ocasiones, esta vez existe el difuso sentimiento de que las protestas, por fuertes que sean, no podrán conseguir que los gobiernos modifiquen sus proyectos de reforma. Por encima de ellos hay otros poderes que se lo impedirían. Aunque quisieran cambiar sus decisiones de política económica o laboral no podrían porque están entre la pared de la necesidad de financiar los déficits y la espada de los mercados financieros. Una muestra iconográfica de esta situación es la visita de Zapatero a los grandes de Wall Street a los que convocó para darles garantías de firmeza y solvencia.

Y tal como están poniéndose las cosas, con Irlanda de nuevo al borde del abismo ,suponiendo que cuando estas lineas se publiquen no se haya ya precipitado por el, no nos perdonarían ni una.

Ésta es la gran diferencia con otras huelgas generales tras cuyo éxito los gobiernos de entonces, socialistas o del PP, modificaron sus políticas. Pero entonces tenían más grados de libertad para hacerlo y los mercados todavía no imponían su ley tanto como hoy lo hacen.

Es la triste realidad, que ni siquiera nos debería servir de consuelo. Pero cuando instituciones muy audibles por los mercados financieros globales, como el Banco de España, han estado tocando el tambor advirtiendo del grave problema que es la regulación del mercado laboral, los que tienen que prestarnos el dinero que necesitamos se lo creen, con razón o sin ella, y ponen condiciones al respecto.

La preocupación de esos prestamistas reacios y desconfiados no es sólo por el déficit público. Saben bien que si quieren recuperar su dinero, el país al que se lo prestan tiene que crecer a un ritmo superior al del tipo de interés de la deuda .Y a corto plazo al menos, las reducciones del déficit sincronizadas en todos los países van a disminuir el crecimiento nos guste o no.

El Gobierno presenta los Presupuestos como los de la recuperación. Todos los gobiernos lo hacen, pero de momento siguen siendo los del ajuste, salvo que nos creamos al pie de la letra la famosa equivalencia ricardiana y pensemos que a toda contracción del sector público le sigue una expansión del privado y viceversa.

El FMI no parece creer esa teoría. En su Informe sobre la economía mundial que aparecerá este fin de semana y será presentado en Washington manifiesta su fuerte temor a que la reducción generalizada de los déficits provoque una recesión. Habrá que analizar cuidadosamente ese informe, pero cada vez estoy más convencido de que los países como Alemania que tienen un margen de maniobra fiscal hubieran debido utilizarlo para añadir fuerza a la demanda agregada a escala europea.

No ha sido, ni será así. Y mientras estamos todos embarcados en políticas restrictivas, los gobiernos y la Comisión siguen buscando nuevas medidas de gobierno económico de la zona euro que impidan que lo ocurrido se repita. La Comisión presenta un amplio abanico de sanciones para combatir a los que incurran en desequilibrios presupuestarios y macroeconómicos. Y entre estos últimos se citan la evolución de los costes laborales unitarios, el déficit comercial y los precios de la vivienda.

Caramba, parece un retrato robot de los problemas que caracterizaban a la economía española antes del estallido de la crisis.

Eso es lo que propone la Comisión, pero de momento los Estados miembros no están de acuerdo porque nadie quiere ponerse la soga al cuello aceptando hoy unas sanciones que mañana se le pueden aplicar efectivamente. Mientras, el Sr. Trichet, Presidente del Banco Central Europeo, hace de malo de la película amenazando con endurecer su política monetaria si los gobiernos no demuestran que el propósito de enmienda va asociado con estrictas penitencias.

Con sanciones o sin ellas, lo cierto es que la crisis ha demostrado que hace falta más coordinación de las políticas económicas y que el Pacto de Estabilidad, que era básicamente una policía de los déficits públicos, era insuficiente. Y aunque ahora nos preocupamos fundamentalmente del déficit público, el problema más grave, y más difícil de resolver, es el de la diferente competitividad entre los países del euro. Y ese diferencial de competitividad se refleja ciertamente en las variables macroeconómicas que la Comisión cita.

Entonces, ¿qué nos hace falta, reforzar la aplicación de las reglas que teníamos u otras reglas, ampliadas al comportamiento del sector privado, y con una actuación más preventiva?

Seguramente ambas cosas. Pero cualquier acción en este sentido exige adoptar objetivos comunes y renunciar a un poco más de soberanía de los Estados.

Y aquí es donde duele. Los problemas empiezan cuando hay que concretar en que consiste esa mayor coordinación. Para unos conduce al federalismo fiscal y otros le llaman gobierno económico de Europa. Ambas expresiones han sido hasta ahora tabúes, pero ahora debería estar claro que los Estados europeos tienen que coordinarse mejor, más rápido y sobre más cosas.

Pero cuidado con no poner en marcha mecanismos que no funcionen y disminuyan nuestra credibilidad institucional. Uno de los que se habla es la vigilancia previa de los presupuestos nacionales, que deberían ser comunicados a la Comisión para ser examinados en común antes de su aprobación por los Parlamentos de cada país. Así se verían venir los problemas y se podrían corregir antes de que fuesen demasiado graves.

Naturalmente, eso ha provocado la reacción contraria de los que ven en ese “control” previo de las políticas presupuestarias nacionales un atentado a la soberanía nacional. Basta sólo imaginar las reacciones que se habrían producido en nuestra España autonómica si las Comunidades tuviesen que llevar en la primavera sus anteproyectos de Presupuesto a la calle de Alcalá en Madrid donde el Gobierno central les daría el visto bueno antes de llevarlos a sus parlamentos.

Desde luego, es una interferencia exterior en el proceso de elaboración de un presupuesto nacional. Pero no creo que ese inconveniente fuese mayor que las ventajas que de ese ejercicio se pueden extraer… siempre que funcionase bien .Y el problema es que no es nada fácil que lo haga, porque es un proceso más complicado de lo que parece.

En EE.UU., muchos más integrados políticamente que la UE, no hacen nada parecido. Pero tienen un Presupuesto Federal de más del 20 % del PIB y el de la UE no llega al 1% .La solución más operativa sería que el “centro” del sistema político europeo tuviese más dimensión y pudiese actuar como instrumento de política económica para el conjunto. Pero eso no tiene ninguna posibilidad de ocurrir a medio plazo.

Por lo tanto, más vale que intentemos coordinarnos para gestionar unas economías cada vez mas integradas, antes de colocarnos en la posición de tener que ir a rendir cuentas a los grandes banqueros de Wall Street, asegurarles que seremos buenos chicos y que aplicaremos políticas presupuestarias restrictivas y de aumento de la competitividad. Una amarga y humillante alternativa a la de acordar por las buenas medidas cooperativas entre los socios de la misma moneda.

Josep Borrell - Presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia (Italia)

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