jueves. 28.03.2024

Prepotencia o impotencia

Estoy convencido de que, durante aquella votación, la fe del diputado en la viabilidad de la democracia directa se debió debilitar un tanto...

Muchas son las personas que han pensado sobre la democracia. Y más aún las ideas sobre ella. Lo que se explica porque una misma persona puede tener varias ideas diferentes, e incluso contradictorias, sobre la democracia. Bien porque haya cambiado de opinión a lo largo del tiempo, bien porque le importe un comino el pensamiento sistemático y coherente, bien porque la realidad de la democracia, como la de la vida en general, es contradictoria, y lo que resulta bueno por un lado no lo es tanto por otro.

De hecho yo creo que eso debió pensar el jueves pasado, mientras votábamos las enmiendas del Senado a los Presupuestos Generales del Estado, un diputado que se sienta cerca de mi escaño. Estoy convencido de que, durante aquella votación, la fe del diputado en la viabilidad de la democracia directa se debió debilitar un tanto. No por ninguna razón teórica de envergadura, ni por flaqueza moral, sino por que el presidente Posadas dijo: “Enmienda a la disposición final octava, de modificación del artículo 111 de la Ley 47/2003, en lo relativo al inciso «y entidades integrantes» incluido en el apartado 2 de dicho artículo 111. Comienza la votación”. Y después de cincuenta votaciones de ese tipo, uno tiene dificultad para imaginar cómo sería un sistema institucional de democracia directa en una sociedad de cuarenta y seis millones de habitantes repartidos por medio millón de kilómetros cuadrados, que después de llegar de su casa de trabajar tuvieran que votar los Presupuestos a su leal saber y entender, sin la ayuda de un Grupo Parlamentario.

Pero tampoco debemos desesperar. En nuestro país se está produciendo un florecimiento del pensamiento sobre la democracia que debería llenarnos de orgullo y esperanza. Porque lo cierto es que empieza a haber entre nosotros tantos teóricos de la democracia como espontáneos entrenadores de fútbol. Personas que cuando hablan de teoría de la democracia son capaces de hacer sombra al mismísimo Solón. Tenemos ya tal nivel, así, de nacimiento, que la mayoría de la gente que habla de estas cosas en los medios de comunicación no ve necesario molestarse en leer a Schumpeter, Dahl, Sartori, Habermas, Rawls, Barber, Elster y el resto de la pandilla. Y conste que, a diferencia del fútbol, de política puede y debe hablar todo el mundo. Por eso votamos a los parlamentarios y no la alineación de la selección.

Así que, haciendo uso de mi derecho democrático, me atrevo a proponer una primera reflexión para el debate. ¿Nuestra democracia tiene un problema de prepotencia o de impotencia? ¿nuestras instituciones democráticas tienen demasiado poder o demasiado poco, a la hora de hacer frente a otros poderes no democráticos? Da la impresión de que la mayor parte de las reformas que se proponen están dirigidas a quitar poder a las instituciones democráticas. Así que, viendo la terapia, cabe deducir el diagnóstico. Reagan y Thatcher se deben estar estremeciendo de gusto en sus tumbas con las propuestas de quienes se consideran la verdadera izquierda, aunque quizá son la nueva derecha y no lo saben.

Prepotencia o impotencia