jueves. 25.04.2024

Política es Civilización

NUEVATRIBUNA.ES - 25.2.2010Leo cómo Ignacio Escolar relata en Público que The Economist al hablar de Brasil sitúa entre las razones por las que no se implanta el neoliberalismo en ese país el voto obligatorio. Eso, traducido, significa que “un gran número de votantes pobres que pagan pocos impuestos pero se benefician del gasto social del Gobierno empujan a los partidos hacia la creación de un estado más grande”.
NUEVATRIBUNA.ES - 25.2.2010

Leo cómo Ignacio Escolar relata en Público que The Economist al hablar de Brasil sitúa entre las razones por las que no se implanta el neoliberalismo en ese país el voto obligatorio. Eso, traducido, significa que “un gran número de votantes pobres que pagan pocos impuestos pero se benefician del gasto social del Gobierno empujan a los partidos hacia la creación de un estado más grande”.

Recuerdo a Aristóteles cuando se dolía de que en la Asamblea de ciudadanos libres en el Ágora (tan de actualidad ) de Atenas, los ciudadanos pobres, sobre todo campesinos de los alrededores de la ciudad, eran mucho más numerosos que los ricos de la aristocracia, lo que les permitiría ganar todas las votaciones en perjuicio del resto y también del interés general de la Polis, que para él estaban fuertemente unidos.

Él mismo daba la solución: hay que convencer a los pobres para que no pierdan un día de trabajo acercándose a la ciudad para votar, primándoles incluso económicamente, y al mismo tiempo hay que poner multas a los ricos aristócratas que no asistan a la asamblea. Bien antiguo el truco, como se ve.

Las clases dirigentes siempre han tratado de que los demás no participen en política, no de que lo hagan en una dirección determinada o en una u otra fracción, sino sencillamente de que se mantengan al margen.

Durante siglos lo resolvieron mediante la implantación del “orden natural de las cosas”, por las buenas y en muchas más ocasiones por las malas, ya fuera este orden el feudal, el religioso-eclesial, el absolutista o una combinación de algunos o de todos estos inventos.

La primera lucha de las clases excluidas, después de superar las fases de las revueltas, se centra en abrir y democratizar la política tal y como se ejercía, es decir la dominación pura y dura de la clase dirigente, y buscar las posibilidades de participación. Primero, lo hizo la burguesía generando las grandes revoluciones de los siglos XVII y XVIII que le permitieron conseguir en gran medida sus objetivos pero manteniendo la exclusión de los trabajadores y las clases populares y, por supuesto durante mucho más tiempo, de las mujeres.

Las revueltas campesinas medievales, los movimientos urbanos del Renacimiento, incluso las primeras luchas obreras de carácter corporativo y protosindical que lograron grandes avances, no operaron cambios profundos al no alcanzar, ya fuera por contar con enemigos muy poderosos o por errores propios, una formulación política capaz de desplazar del poder a las fuerzas tradicionales.

Es la Revolución Francesa la primera que alcanza el cambio radical de una clase social por otra en el control del estado. De ahí su gran importancia que se ha extendido hasta el día de hoy, pero siempre dejando fuera a la clase trabajadora no propietaria y a las mujeres, estableciendo mediante la sacralización de la propiedad burguesa un nuevo “orden natural de las cosas”

Enseguida comienzan los conflictos entre la nueva burguesía dominante y el proletariado incipiente tanto en la Francia revolucionaria como en la Inglaterra de la primera revolución industrial y en otros países europeos. Marx y Engels los describieron con una clarividencia no superada hasta la fecha (la clarividencia al menos).

Esas primeras movilizaciones y luchas obreras centradas en reivindicaciones concretas, el salario, el tiempo de trabajo, la lucha contra el trabajo infantil, el derecho a la jubilación...lleva al proletariado a plantearse la necesidad de intervenir en la política (no a los anarquistas que toman otro camino, en el fondo también político) y a la constitución de partidos obreros con muy diversas fórmulas: en España, la creación del PSOE y la UGT; en Inglaterra, el nacimiento del Partido Laborista desde unas preexistentes Trade Unions y en prácticamente todos los países industrializados organizaciones muy similares. Este proceso es el que consigue las grandes conquistas del siglo XX a través de la modificación del Estado en un Estado Social que garantiza todos estos derechos.

Actualmente asistimos al intento de fijar de nuevo un “orden natural de las cosas”. En esta ocasión es el Mercado, no entendido como el normal intercambio de bienes y servicios que genera industria, empleo y riqueza, sino ese otro que funciona gracias a la financiarización de toda la economía, la desaparición de los controles democráticos y la puesta en cuestión, de nuevo, de las organizaciones de los trabajadores, de sus derechos colectivos y de su participación en la vida democrática. Su premisa es que todas estas conquistas están fuera de lugar en ese nuevo orden natural reformulado.

También asistimos a un descrédito de la Política gracias, en gran medida, a la ayuda de los propios políticos que se han dejado derrotar por el mercado en aras de una falsa modernidad, de una menos falsa eficacia y sobre todo por la melancólica imposibilidad de oponerse a la inexorable verdad y justicia del mercado capitalista desregulado, único baremo para medir la sociedad en cualquier ámbito y expresión cabal de lo que es ese nuevo orden natural.

Las organizaciones sindicales están desarrollando un papel fundamental en la defensa de los trabajadores con gran inteligencia y capacidad, especialmente Comisiones Obreras en España y la CES en el marco europeo, contribuyendo a frenar los intentos de disminuir los derechos sociales y laborales. Esos derechos cuentan ahora con muchas más dificultades para su ampliación, debido al descrédito de la organización colectiva y al canto al individualismo que también contamina a la esfera laboral y social en aras del nuevo orden neoliberal y financiero.

En todo caso, vuelve a evidenciarse cómo las acciones sindicales y la rentabilidad que generan para los trabajadores no consiguen, sin embargo, romper el predominio de una clase dominante que vuelve a hacer esfuerzos para que las clases populares se alejen de la política, buscando su no participación mediante el descrédito, el cansancio, la corrupción e incluso las amenazas.

Es el momento de reflexionar sobre esto, sobre el alejamiento de la vida política, no sólo electoral, que únicamente beneficia a los que están establecidos en organismos e instituciones que, en general, no son precisamente democráticas.

Otro asunto es cómo participar o a través de quién. Posiblemente ha llegado el momento de que los trabajadores y las clases populares vuelvan a plantearse estas cuestiones que han marcado la historia del movimiento obrero y que suponen no conformarse con las opciones de los partidos políticos existentes, actuar para que estas formaciones respondan en la dirección de los cambios económicos y sociales que se necesitan e incluso, porqué no, valorar la creación de nuevas formulaciones políticas que vayan en esa dirección. Desde luego, lo más importante es no caer en la trampa, pues trampa es el obviar la participación en la vida política. Una trampa tan antigua como el mundo.

Javier Fernandez - Sindicalista.








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