jueves. 28.03.2024

La pitada

Lo más esperpéntico ha sido la gestión de esa crónica anunciada por parte de las autoridades políticas, deportivas y sus irascibles franquicias carpetovetónicas.

pitada

Más de cien mil personas en directo pitaron el sábado al rey y el himno de España. La cosa sucedió en Barcelona y concretamente en el campo de fútbol del Barça. Me imagino que millones de personas lo vieron igualmente por el aparato de la televisión. Horas antes, en las jornadas del Círculo de Economía, celebradas a pocos kilómetros del estadio, un taciturno Mariano Rajoy declaraba que «la política económica de su gobierno había beneficiado a Cataluña».  Se trata, por decirlo de una manera suave y no descortés, de un déficit de conexión entre Rajoy y la realidad.

En todo caso, lo más esperpéntico ha sido la gestión de esa crónica anunciada por parte de las autoridades políticas, deportivas y sus irascibles franquicias carpetovetónicas. Desde el primero de la clase hasta el último de la fila habían propuesto toda una serie de medidas para evitar el eufónico espectáculo. Que si se producía la pitada debía suspenderse el partido, que si ello ocurría había que sancionar al lucero del alba, que si pitos y que si flautas… Quienes han propuesto tales despropósitos tienen que comerse ese marrón tan indigesto.

Me dicen voces amigas, de mente aproximadamente retorcida, que el gobierno no podía dejar de amenazar con tales o cuales sanciones, pues en el caso de que estuviera silente perdería otro gambullo de autoridad. Pero el ridículo de no hacer nada, ahora, aparece nuevamente como una enorme impotencia frente a un acontecimiento muy relevante. Otras voces amigas, no menos retorcidas, me señalan en el ágora pública de la barra de la taberna, que Mariano y sus hijuelas pueden, así las cosas, sacar partido de la pitada porque durante unos días se estaría hablando más de la bronca que del resultado de las elecciones. Y, definitivamente, el  sector ilustrado de la barra de la misma taberna opina que lo que en realidad importa a los sectores tecnócratas es el deterioro acelerado de la pomposamente llamada «marca España», nuevamente puesta en entredicho por el descomunal clamoreo del Nou Camp. 

La pitada