jueves. 25.04.2024

Paro

Terribles noticias del paro. No por esperadas, menos preocupantes. Porque lo cierto es que había voces que alertaban sobre el futuro del hombre, del hombre o de la mujer de la calle. Ese hombre o esa mujer que, cada día, se echa a la calle, trabaja, hace riqueza. Hoy, dicen, hay casi un cuarto de millón más de parados �que se dice pronto- desde la última encuesta del INE.Lo peor es que el parado se convierte en cifra, en número, en alguien sin rostro.
Terribles noticias del paro. No por esperadas, menos preocupantes. Porque lo cierto es que había voces que alertaban sobre el futuro del hombre, del hombre o de la mujer de la calle. Ese hombre o esa mujer que, cada día, se echa a la calle, trabaja, hace riqueza. Hoy, dicen, hay casi un cuarto de millón más de parados �que se dice pronto- desde la última encuesta del INE.

Lo peor es que el parado se convierte en cifra, en número, en alguien sin rostro. Pero el paro tiene rostro. Es ese hombre o esa mujer que encontramos en el metro, en la calle, al lado de casa. El Consejo de Ministros se descolgaba rebajando, de nuevo, las previsiones de crecimiento. No importa que ya nos lo adelantara el ministro de Economía. Lo que importa es la repercusión en la gente de la calle.

Posiblemente tengamos que acostumbrarnos a una nueva cultura. A una nueva forma de ver la vida, nunca agradable, pero real. Tan real como la noticia que puede leerse en estas mismas páginas. Esa que dice que los bancos desconfían de los inmigrantes a la hora de conceder sus créditos. Pero era previsible. Los inmigrantes empujaban la economía: alquilaban pisos, compraban viviendas, consumían ropa y alimentos. Hoy están en el paro.

Hoy ya no lo hacen. Muchos sueñan con volver a sus países, regresar con los suyos. Esto ya no es lo que era, dicen. Ya no hay trabajo. No hay expectativas. Iniciamos un nuevo ciclo difícil y duro. Y el Gobierno empieza reconocer el dolor que arrastra esta nueva etapa. Hemos mirado mal a unos inmigrantes que han estado llenando las arcas de la Seguridad Social, que han recorrido con sus carritos de la compra las grandes superficies, que han rellenado los impresos bancarios solicitando y pagando hipotecas.

Se van ahora. Dejan un hueco en los rincones d nuestra economía que no seremos capaces de llenar. Abandonan pisos, vacían bares, comercios, no piden créditos. Las cosas -¡ay!- han cambiado. La situación es tan distinta.

Pedro Solbes corrige sus previsiones. Rebaja sus cálculos. Da cifras distintas. Bien está la sinceridad, pero ¿es que no lo sabía hace unos meses? Cuesta trabajo creer que no lo supiera. Seguramente lo sabía, lo intuía. Y ocultó lo evidente en esa moral de los políticos en que la ocultación no es mentira y es pecado venial maquillar números y datos.

Y mientras, el ciudadano, ve cómo suben las cifras y se rebajan previsiones. Es éste un país maduro y fuerte. Y saldrá. Saldrá de ese pozo de una economía que tampoco es tan distinta a las de nuestro entorno. Tal vez tengan razón quienes afirman que el español es fuerte y generoso y capaz de perdonar y asumir los errores de sus dirigentes.

No obstante, siempre queda esa sensación amarga de la ignorancia, de no haber sabido con tiempo suficiente que las cosas iban mal. A peor. Dicen las estadísticas que este país va mal. Lo escribio Gil de Biedma hace ya algunos años:

“Adelantaron las lluvias, y el Gobierno,
reunido en Consejo de Ministros,

no sabe si estudia a estas horas
el subsidio de paro
o el derecho al despido,

o si sencillamente, aislado en un océano,
se limita a esperar que la tormenta pase
y llegue el día, el día en que, por fin,

las cosas dejen de venir mal dadas.”

¡Dios!, parece escrito ayer mismo.

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