viernes. 19.04.2024

Para Amaia

Hoy voy a dedicar esta columna a los golfos que han hecho que Amaia decidiese tirarse por la ventana antes de enfrentarse a un desahucio. Paren un momento de lo que estén haciendo y piensen qué grado de angustia y ansiedad puede llegar a tener una persona que decide quitarse la vida tirándose de un cuarto piso al ver a los funcionarios que vienen a decirle que debe dejar su casa, quedarse en la calle, desprotegida, sin sus cosas y absolutamente fracasada.

Hoy voy a dedicar esta columna a los golfos que han hecho que Amaia decidiese tirarse por la ventana antes de enfrentarse a un desahucio.

Paren un momento de lo que estén haciendo y piensen qué grado de angustia y ansiedad puede llegar a tener una persona que decide quitarse la vida tirándose de un cuarto piso al ver a los funcionarios que vienen a decirle que debe dejar su casa, quedarse en la calle, desprotegida, sin sus cosas y absolutamente fracasada.

Porque Amaia de Barakaldo, como antes un valenciano o un granadino se sintieron así. Yo no creo que hayan fracasado por no poder pagar al banco pero para ellos era su ilusión, su meta, los esfuerzos de muchos años. Esfuerzos que cansan física y mentalmente. Esto es algo que quién no lo vive, le cuesta de entender pero el cuerpo y la mente humana tienen un límite.

La desesperanza también tiene un tope y el 9 de noviembre fue el día clave para Amaia. Ni su cuerpo ni su mente dieron más de sí. Para Amaia llegaron tarde esas conversaciones que ahora tienen PP y PSOE para evitar algunos desahucios.

Y yo me pregunto, ¿cómo pueden vivir esos políticos y esos banqueros con esas muertes en sus conciencias?

No sé si Amaia o las otras personas que se han quitado la vida fueron en su día a votar, pero si lo hicieron es porque ponían su confianza en esos políticos que decían les iban a defender sus intereses. Y es obvio que ni la apoyaron, ni la defendieron.

Amaia al igual que otras muchas personas que a causa de las políticas que se están desarrollando en esta crisis (casi siempre implantadas por la derecha), se han quitado la vida o siguen respirando pero hundidos en una fuerte depresión, hubiesen necesitado respuestas de sus supuestos representantes.

Hechos como este se merecería una petición de perdón en el pleno de las Cortes y del Senado. Los políticos, como delegados de la ciudadanía y los banqueros, que nadie los ha elegido y que carecen de escrúpulos al parecer, deberían como mínimo hacer una reflexión pública.

Y si no lo hacen que no se quejen de los que salimos a la calle diciendo que no nos representan.

No son nuestros representantes, son nuestra vergüenza.

Desgraciadamente lo mismo que está pasando en España, ocurre en Grecia, Portugal, Italia… y ningún representante público, que viven que nuestro dinero, hace y dice nada. Quizás con los impuestos que ha pagado toda su vida Amaia hubiese tenido suficiente para pagar su hipoteca y ahora estaría con su hija de 21 años.

Siento mucha comprensión hacia todas las personas que están viviendo esa violencia bancaria por no poder pagar su deuda.

A Marlisa Morán el desahucio se le llevó el habla. No pudo articular palabra durante días. “Ni siquiera cuando perdí a mi padre viví nada peor”, comenta recuperada esta peruana de 43 años en la acampada frente a la sede de Bankia, en la plaza del Celenque de Madrid. “Dolor, impotencia, rabia…”, enumera su hermana María, de 45 años, buscando el término que verbalice el ultraje que ha supuesto su desahucio”, estas declaraciones publicadas por eldiario.es a la misma hora de la muerte de Amaia reflejan el grado de tortura que banqueros y políticos están ejecutando.

La vivienda tiene que ver con nuestra identidad y seguridad. Es nuestro punto de referencia, donde vivimos, descansamos, compartimos. En donde somos nosotros mismos. Y la pérdida de ésta, sobre todo para los mayores de 50 años, es un acto de violencia difícil de narrar.

Y Catalunya no se libra de desahucios. Más le valdría a la derecha catalana ocuparse de solucionar estos dramas que calentar al personal con propuestas que nada van a beneficiar a los más débiles.

Me gustaría que alguien pidiese perdón, pero hemos llegado a un extremo de putrefacción que dudo alguien se atreva a hacerlo.

Para Amaia