miércoles. 01.05.2024

Pan y fútbol

NUEVATRIBUNA.ES - 6.7.2010Durante los últimos años del franquismo, llegó a identificarse al fútbol con el opio del pueblo. Lo importante, como había caricaturizado ya al otro lado del Atlántico Mario Benedetti, era que todo fuese bien en las canchas y en los pastoreos. Por aquel entonces, el santo patrón de España era el Real Madrid y Santiago Bernabeu era su profeta. Otro mesías llamado Manolo Santana arrasaba en Wimblendon.
NUEVATRIBUNA.ES - 6.7.2010

Durante los últimos años del franquismo, llegó a identificarse al fútbol con el opio del pueblo. Lo importante, como había caricaturizado ya al otro lado del Atlántico Mario Benedetti, era que todo fuese bien en las canchas y en los pastoreos. Por aquel entonces, el santo patrón de España era el Real Madrid y Santiago Bernabeu era su profeta. Otro mesías llamado Manolo Santana arrasaba en Wimblendon.

Tantos años después, la ya no tan joven democracia española parece jugarse el todo por el todo en los remotos estadios de Suráfrica, durante el Mundial de Fútbol y en la raqueta heroica de Rafa Nadal, emergiendo de los abismos como ya quisiera Fernando Alonso. Y quizá por aquello de que el fútbol es la única religión que no tiene ateos, nos aferramos a una hipotética victoria de La Roja como el símbolo de que todo vuelve a ir bien, de que no tenemos por qué endemoniarnos con el Ibex, con la dictadura de los mercados, la torpeza del Gobierno o las insidias de la oposición.

La selección de Vicente del Bosque es el sueño de una noche de verano. Pero todos lo preferimos a la previsible pesadilla del próximo otoño caliente. Es el pan y fútbol de hoy, vale, algo así como un remake del pan y circo del Imperio Romano, pero con los gladiadores en pantalón corto y sin saber a ciencia cierta si los leones son los árbitros o los rivales de turno.

El Mundial nos ha despertado una gana ubérrima de banderas, que cuelgan por bares y comercios con la misma afición de los estadounidenses por izar en su jardín el pabellón de las barras y de las estrellas. Algo es algo: ya la rojigualda parece que ha dejado de ser patrimonio prácticamente exclusivo de los estancos, de los cuarteles y de la Plaza Colón de Madrid, aunque no creo que todo ello beneficie, dicho sea de paso, a la histórica causa republicana.

En pleno debate del Estatut, España está unida por el azar de un gol y no por un Estado federal aunque el de las autonomías se le parezca un poco; quizá con ese aire desvaído de los refrescos de cola que no lucen las genuinas marcas que controlan el mercado mundial de tales pócimas.

Para entender lo que ocurre, tal vez debamos recurrir a los clásicos: “Todo cuanto se con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”, afirmó Albert Camus. Y otro filósofo, Jorge Valdano, le parafraseó mucho tiempo después: “En ningún sitio aprendí tanto de mí y de los demás como en una cancha”.

¿Qué deberíamos aprender de un estadio más allá de lo que preconizaba José Luis Coll, esto es, que un país civilizado lo demuestra cuando los partidos de fútbol se juegan sin árbitro? El fútbol nos enseña, por ejemplo, la importancia del centrocampista: es imposible que el balón ruede sin que se reparta juego. Y no estoy demasiado seguro de que sepamos qué hacer con la pelota de la responsabilidad ciudadana que de vez en cuando roza nuestros pies sin que sepamos combinarla o chutarla a puerta. Quizá pensemos que la victoria depende del capitán del equipo cuando el deporte rey nos enseña que hasta el jugador número doce tiene una importancia mayúscula.

Entre las enseñanzas del césped también figura, sin duda, la de que los equipos deben evitar meter goles en propia puerta: la obediencia debida al catecismo europeo empuja, en estos días, al PSOE a poner en práctica políticas conservadoras para salir de una crisis en la que nos metieron esas mismas políticas; y, mientras tanto, el Partido Popular ensaya un discurso más propio de León Trosky que de Antonio Canovas del Castillo.

Hace ya mucho que Carlos Rexach formuló toda una declaración de principios para los tiempos que corren: “Para jugar al fútbol no se debe sufrir. Lo que se hace sufriendo no puede salir bien”. Y ahí va la selección, sufridora y sufriente, un reflejo del país al que representa en los espejos cóncavos del Callejón del Gato de este raro Mundial del balompié.

Si no recobra definitivamente la pasión por el juego, gane o no gane, la selección perderá. Y el fútbol, entre sus piernas, dejará de ser una obra de arte para convertirse en pura rutina, en un remedo de lo que fueron nuestros sueños galácticos con más fuerza en los talones bancarios que en la puntera de once pares de botas.

Así, nosotros. Está muy bien eso de la sangre, sudor y lágrimas, pero estoy hablando de una pasión, la que nos conmovió a todos durante la transición democrática hasta el punto de ilusionarnos a diario por el fantasma de la libertad. Cualquiera que vea a nuestro país en los días del presente, se dará cuenta de su cansancio tenaz, de su pájara temible, de una crisis mucho peor que la económica, la que tiene que ver con su entusiasmo como pueblo y su futuro colectivo. Haría falta un new deal, algo más tangible en lo que creer que en el miedo del portero ante el penalty.

Por mucho que nos entrenemos, parecemos decir, cualquier día volverán a robarnos el partido. Con esa moral, ¿quién salta al campo con ánimo suficiente como para driblar al delantero centro de una globalización mercantilista, dispuesta a golearnos?

Juan José Téllez es escritor y periodista, colaborador en distintos medios de comunicación (prensa, radio y televisión). Fundador de varias revistas y colectivos contraculturales, ha recibido distintos premios periodísticos y literarios. Fue director del diario Europa Sur y en la actualidad ejerce como periodista independiente para varios medios. En paralelo, prosigue su carrera literaria como poeta, narrador y ensayista, al tiempo que ha firmado los libretos de varios espectáculos musicales relacionados en mayor o menor medida con el flamenco y la música étnica. También ha firmado guiones para numerosos documentales.

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