viernes. 29.03.2024

Palabra de ley

La conciencia humana es mucho más rica que la de los animales y la razón de ello es que hemos desarrollado la capacidad del lenguaje. Las palabras las empleamos como símbolos que soportan aspectos de nuestra experiencia y nos permiten compartirlas con nuestros semejantes.

La conciencia humana es mucho más rica que la de los animales y la razón de ello es que hemos desarrollado la capacidad del lenguaje. Las palabras las empleamos como símbolos que soportan aspectos de nuestra experiencia y nos permiten compartirlas con nuestros semejantes. Aquí reside la importancia del lenguaje: los animales aprenden únicamente de su experiencia y siempre parten de cero, mientras que los humanos además de nuestra experiencia, a través de la palabra tenemos acceso a la experiencia de los demás y, de esta forma, construimos un conocimiento colectivo, que supera, sin parangón, al accesible a cualquier individuo aislado. Aquí tenemos la razón que justifica la educación, para que los demás se puedan aprovechar de lo que otros han aprendido.

Pero debemos percatarnos que la aportación más significativa del lenguaje ha sido la capacidad de pensar. Las palabras no solamente sirven para comunicarnos, sino que pensamos en palabras, originando la capacidad de razonar, reflexionar sobre nuestras experiencias y las de los demás, recapacitar sobre el pasado, ser capaces de imaginar el futuro y, sobre todo, la capacidad de seleccionar, de elegir, de hacer elecciones. Y todo ello conforma la toma de conciencia de nosotros mismos, ser conscientes de que somos conscientes.

La palabra, por tanto goza de una posición privilegiada en el ámbito de los seres humanos. Cuando la palabra es valiosa, reconocemos a un hombre de buena ley, de forma que la palabra comprometida a la que se sujeta, adquiere el valor de ley, es como tal, y merece el respeto que se otorga a la ley. La fidelidad a las palabras de ley es la confianza en el buen hacer de quien la otorga y de quien la recibe. La falsedad de la palabra conlleva pobreza de espíritu y carencia de valor. El espíritu de las leyes, que introdujera Montesquieu para expresar las relaciones de las leyes con las cosa, obliga a escoger las palabras que satisfacen el fin que comportan, de forma que el respeto a la palabra de ley es el respeto al espíritu de la misma.

Hoy asistimos a una devaluación de la palabra de ley. No cabe duda de que los mayores responsables son los que faltan a la fidelidad debida, incluso a su espíritu, quebrantando la confianza en la palabra, al relegar la exactitud a un valor de mínimo interés o relevancia, frivolizando y poniendo en evidencia al genitor del desatino. Qué si no, son esas gratuitas afirmaciones de un Ministro de Hacienda que califica a los presupuestos presentados para 2013, el más alto carácter social de todos los presupuestos de la era democrática española, cuando los recortes afectan hasta el alma más recóndita de e ingenua. Qué si no es la palabra de Rajoy que hace todos los días lo contrario que prometió en un programa de gobierno, que se ha revelado ignorante, desproporcionado, falso en fondo y forma, incapaz de concitar consenso, imposible de ser útil, engañoso y un largo etcétera. Qué si no es una rebaja de la Agencia Moo’dys, una vez más, rebajando la calificación a Ba3, genuino bono basura, que un Consejero de Hacienda del PP califica de que “son cosas del momento”, sintonizando con esa emisora poderosa que pretende convencernos de que sólo una cosa puede hacerse, que tenemos que dar gracias de ello, y que menos mal que el PP está al mando, porque son los únicos capaces de tirar del carro de las inmundicias en que otros nos metieron. Valcárcel, Presidente de la Región de Murcia, es capaz de airear a los cuatro vientos que somos líderes en creación de empleo, en exportaciones y en crecimiento industrial, todo ello sólo veinticuatro horas antes de que la encuesta de condiciones de vida revelara que la Región de Murcia es líder en España en riesgo de pobreza, en que las familias no llegan a fin de mes y en que no pueden ir de vacaciones ni una semana al año y ocupa un también deshonroso segundo puesto en capacidad para afrontar gastos imprevistos y una tercera posición en retrasos  para afrontar los pagos relacionados con la vivienda. Diecisiete años le contemplan al frente de la Región, por tanto palabras de ley devaluadas, violentadas, corrompidas, pobreza de espíritu y carente de valor.

Pero el doctorado en crecimiento y felicidad no lo han obtenido estos conductores sumisos, ya que nunca dicen cómo se consigue el bienestar. Lo han reducido a su máxima expresión, reventado y su palabra de ley pretende ser que esto es lo mejor que podemos tener, que ellos se encargan de esto. No podemos olvidar que Rato y Montoro son los que nos metieron en el desideratum de la crisis inmobiliaria, porque ellos, en época de Aznar, fueron los que la desataron. En algunas regiones, además siempre han estado al frente del barco sin destino. Pero la falta de palabra de ley, lo oculta.

Afortunadamente no todos dicen lo mismo. Incluso empleando las mismas palabras, el espíritu sería bien otro. Francia no encara la crisis desde los mismos presupuestos que España. Cameron en el Reino Unido, pretende girar la vista a los que más tienen, como forma de remediar algún mal, que en España, nuestros gobiernos, no quieren ni mirar, mucho menos tocar. No es cuestión de líderes, pese a lo que opine Griñán, sino de esfuerzo colectivo, de propuestas, de cambio de comportamiento, de trabajo, de sintonía entre los partidarios de oposición radical y pactista, de pedagogía, de regeneración del sistema democrático, de transparencia, de lucha contra la corrupción, de ideas, de voluntad colectiva. Nada de ello tiene coste económico, sino esfuerzo de reflexión y debate y de otorgar a la palabra el estatus de ley. La Sociedad comprenderá cuando constate el esfuerzo, quién puede ser creíble. Y, al parecer, lo está deseando.

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