sábado. 20.04.2024

Otro zapatazo contra George Bush

...Pero George Bush no estuvo solo en su política de agresión al mundo árabe, antes y después del 11-S, aquel día en el que todos nos condolimos con Estados Unidos.

...Pero George Bush no estuvo solo en su política de agresión al mundo árabe, antes y después del 11-S, aquel día en el que todos nos condolimos con Estados Unidos. Más allá de su apuesta por un Estado palestino cuyas dimensiones y fechas siguen sin perfilarse, en la posición de Bush respecto a la realidad de Oriente Próximo y del Magreb pesa un largo cúmulo de simplezas y apriorismos que no sólo determinan las políticas de intervención sino la concepción que los ciudadanos mantienen con esa región del planeta y del espíritu.

En un mundo y en un tiempo en el que se confunden los persas con los árabes, los árabes con los musulmanes y los musulmanes con el terror, personalidades como la de Pedro Martínez Montávez no son sólo necesarias sino justas. Fruto del esfuerzo conjunto de Visión Libros y la editorial CantArabia, es la recopilación de unos 60 artículos suyos, escritos entre 1995 y 2006, a lo largo de doce años que cambiaron el mundo y agrupados bajo el título Pretensiones occidentales, carencias árabes.

En gran medida, se trata de otro zapatazo contra Bush pero, en esta ocasión, de porte intelectual. Arabista, catedrático emérito de la Autónoma de Madrid, ha publicado una veintena de libros sobre el Islam contemporáneo, entre los que no me resisto a citar Ensayos marginales de arabismo (1977), Pensando en la historia de los árabes (1992), El reto del Islam (1997) o Mundo árabe y cambio de siglo (2005), entre una veintena de títulos. Esta antología periodística denuncia“la pretendida superioridad moral de Occidente”, que muchos occidentales aducen para legitimar o justificar el colonialismo, pero también las carencias y déficits de dicho mundo respecto a la modernidad.
“Yo no quiero levantar aquí ningún tribunal contra el colonialismo occidental �escribe Martínez Montávez--. Sería tardío, estaría desplazado, no vendría a cuento, y además está ya hecho. Lo que sí quiero que quede muy claro es el hecho de que, a todo lo largo y ancho de estos últimos siglos transcurridos, el Occidente cristiano ha sido el agresor y el Oriente árabe islámico ha sido uno de sus agredidos, posiblemente el que lo ha sido de manera más alteradora y revulsiva, repito. Como es una verdad y una realidad �en lengua árabe estos dos conceptos pueden expresarse con el mismo término�, conviene al menos tenerlo en cuenta siempre, cosa que con frecuencia no hacemos”.

Sin obviar sus reflexiones en torno al fundamentalismo islámico o el terrorismo islamista, las hojas de ruta o los círculos viciosos de los sucesivos planes de paz frecuentemente vulnerado, el periodista que encierra este docente y este investigador se detiene en anécdotas, ya sean tan aterradoras como las guerras o el 11-S o tan dramáticamente baladíes como la polémica internacional en torno a las caricaturas de Mahoma. Pero hay un aspecto sustancial del nuevo imaginario occidental sobre el Magreb, valga la redundancia, que Pedro Martínez Montávez desarma con una prosa amena y rigurosa. Y es el de la imposibilidad de que los estados islámicos participen del bien común de la democracia laica, un extremo que no sólo sostiene la extrema derecha, poco aficionada por cierto a los sistemas de libertades, sino pensadores de la nueva izquierda a menudo tan lúcidos como Giovanni Sartori quien en su panfleto “Multiculturalidad y extranjería” descarta que los individuos crecidos al calor de regímenes teocráticos puedan participar de los valores democráticos. Las comparaciones son odiosas y cabría preguntarnos, de entrada, si tal silogismo no sería aplicable también al Reino Unido, cuya actual monarca es jefe de la Iglesia Anglicana, o al peso de la Iglesia Católica que, como bien sabemos, se deja sentir en Italia o en España, un país que dejó de ser confesional hace tan sólo treinta años y de cuya salud democrática todos nos felicitamos.

Martínez Montávez circunscribe su reflexión en torno a esta materia alrededor del Islam árabe, que es el que mejor conoce, porque habríamos de preguntarnos, por ejemplo, cuántos seguidores del profeta en Birmania están ahora mismo luchando por la democracia en dicho país o cuanto de los seguidores musulmanes de Malcom X en el barrio cada vez más musulmán de Harlem en Nueva York, se han sumado al esperanzador podemos hacerlo de Barack Hussein Obama.
“Para quien se denomina occidental y se tiene por tal, el Islam es una teocracia, y no puede ser otra cosa �escribe Martínez Montávez en un artículo publicado inicialmente en la revista Turia, en 2005--. Es su visión, y no puede verlo de otra manera; como mucho, puede llegar a hacerlo de forma escasamente disminuida o mitigada, y a costa de inevitables licencias y forzamientos. En consecuencia, el Islam se opone frontalmente a lo que distingue y caracteriza al Occidente: la democracia; es su opción opuesta, su antagonista, su negación. Y existe otra consecuencia añadida, coherente con esa visión esquemática: la democracia es imposible en el Islam, por naturaleza”.
Martínez Montávez desmonta en breves palabras una paradoja histórica que debiera ser evidente pero, por lo común, no lo es: “El Occidente ha tenido todo el tiempo necesario para llegar a soluciones democráticas; el Islam no puede tenerlo, ha de proporcionárselas de inmediato. El Occidente moderno ha ido llegando a esa modernidad a lo largo del tiempo, de mucho tiempo. El Islam antiguo está en la antigüedad para siempre, y no saldrá de ella”.

Tanto en este artículo como en el conjunto de este libro y en el resto de su obra, Martínez Montávez ha intentado matizar y modificar el imaginario en torno al Islam y acentuar su diversidad. Y, desde luego, su compromiso excluye cualquier tipo de intervencionismo que suele guardar más relación con el imperialismo, constituyendo la causa de la democracia en tales casos, desde Afganistán a Irak, una formidable coartada para otro tipo de intereses. Haciéndose eco de las palabras del pensador marroquí Muhammad Abid al Yabri, siempre resulta preferible “llegar a la democracia por medios democráticos, ya que sólo esto es lo que la hace hegemonía legítima. Porque los otros caminos no conducen, en nuestra situación árabe, sino a la vana repetición del despotismo, con nocturnidad o a pleno día�.

El Islam debe acomodarse a la democracia y la democracia debe acomodarse al Islam, vendría a convenir Martínez Montávez con al-Yabri. Y aunque tampoco pierde de vista el hecho de que la democracia pueda no constituye necesariamente una varita mágica para solucionar los problemas del mundo, a su juicio resultad desde luego un instrumento más eficaz que el de las tiranías para afrontarlos en cualquier tiempo y en cualquier país. El neoimperialismo que ahora protagoniza en gran medida Estados Unidos se contrapone, en palabras de nuestro autor, al “terrorismo mal llamado islámico, y que merece mejor el calificativo de islamista o de islamistoide, porque es evidente que monopoliza falazmente el Islam y por él, no menos falazmente, trata de reivindicarse”.
“El Islam árabe, así, ha podido conocer y recibir el impacto directo del Occidente de las dos caras contrarias y dispares y de los dos comportamientos antagónicos, que deberían ser excluyentes entre sí: el Occidente civilizador y el Occidente depredador; el Occidente culto y el Occidente salvaje; el Occidente digno de ser imitado y el Occidente que merece el rechazo y el olvido; el Occidente de la justicia, de la igualdad y de la democracia, de puertas para adentro, y el Occidente de la injusticia, de la desigualdad y del totalitarismo, de puertas para fuera; el Occidente de la doble vara de medir, el Occidente del turbio dualismo; el Occidente de la conciencia y el Occidente de la sin conciencia. Y lógica y justificadamente, entonces, ha podido preguntarse, siempre: ¿A cuál de esos dos Occidentes corresponde y pertenece el mensaje de la democracia? ¿Nos fijamos en el Occidente moral, y lo seguimos, o en el Occidente inmoral, y lo rechazamos?”, he ahí el dilema que verbaliza Martínez Montávez y que concluye con otra pregunta plena de desasosiego: “¿Cuál de esos dos Occidentes ha contribuido poderosísima y eficazmente a la creación y consolidación del Estado llamado Israel, y a la frustración de Palestina?”.

Palestina �y eso parece saberlo hasta George Bush�es el mascarón de proa de la realidad y de la verdad que afligen al mundo árabe de hoy. Es un pretexto, de acuerdo, pero también es una bandera legítima. Como también han ido convirtiéndose sucesivamente en bandera los sucesos derivados de las intervenciones en Afganistán, bajo el amparo de Naciones Unidas pero con la mano armada de la OTAN, y en Irak, una guerra no sólo ilícita sino inmoral que apenas ya despierta eco en Europa o en Estados Unidos como si ya no existiese y su carnicería constante hubiera cesado
�La guerra no servirá para buscar las soluciones que hacen falta�, anunció Martínez Montávez cuando la artillería pesada de los Estados Unidos, como un elefante en la cacharrería, se lanzó a buscar a Ben Laden en las cuevas de las montañas de Oruzgan, bombardeando instalaciones civiles y domicilios particulares.

Quizá cabría aplicar ese mismo razonamiento a cualquier guerra. Y quizá-quizá, ahora que se juntan estos artículos suyos, más temprano que tarde alguien tendría que llevar a cabo una antología de sus declaraciones, un auténtico termómetro de lucidez y un antídoto constante frente a los apriorismos y las simplezas, esas dos pulsiones que acortan la visión habitual de este mundo sobre dicha orilla de la historia, que, aviso a navegantes, suele conocernos mejor de lo que nosotros le conocemos. A excepción, por supuesto, de Pedro Martínez Montávez.

Juan José Téllez
Periodista y escritor

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