martes. 16.04.2024

Otra perspectiva

El sistema financiero no es en este momento un agente efectivo en la reactivación económica. Tampoco las medidas de austeridad y de restricción del déficit contribuirán por sí mismas a fomentar el crecimiento y el empleo. Por otra parte, la principal consecuencia de la crisis en nuestra sociedad ha sido la destrucción estructural de cerca de dos millones de puestos de trabajo, que nunca se recuperarán de modo espontáneo.

El sistema financiero no es en este momento un agente efectivo en la reactivación económica. Tampoco las medidas de austeridad y de restricción del déficit contribuirán por sí mismas a fomentar el crecimiento y el empleo. Por otra parte, la principal consecuencia de la crisis en nuestra sociedad ha sido la destrucción estructural de cerca de dos millones de puestos de trabajo, que nunca se recuperarán de modo espontáneo.

Estamos, pues, en una situación diabólica: sin crecimiento no se crea empleo, y no es fácil que arranque el crecimiento sin regenerar una actividad que levante un 8% de empleos, equivalentes a los estructuralmente destruidos. Quienes producen empleo son los emprendedores, pero no es sencillo que éstos -sin el inexistente apoyo financiero y con un consumo bajo mínimos- sean capaces de resucitar a una doceava parte de la población activa, inventando de la noche a la mañana nuevos sectores de actividad. Además, la cultura empresarial de nuestro país -al menos la oficial- deja mucho que desear. Las demandas permanentes de la CEOE insisten en el manido tópico de una reforma laboral que pivote sobre un "contrato flexible" pensado más para abaratar el despido que para incentivar la contratación. Y lo malo es que esa orientación la avalan las torpes y contradictorias recomendaciones del Banco Mundial.

Las recetas de Europa no nos harán salir del estancamiento. Y, lo que es peor: asistimos a un peligroso "dontancredismo" que otea impávido el horizonte a dos años con la perspectiva de recesión, sin que nadie se remueva poniéndose a discurrir políticas activas que acometan el análisis de nuestra realidad, para ver a partir de qué parámetros hemos de recobrar la iniciativa.

Ahí es donde ha de intervenir el sector público. De un lado, no paralizando sin más la inversión, como se viene haciendo en los últimos dos años; sino estableciendo un plan coherente de inversiones que no supongan un despilfarro estúpido, sino que contribuyan al desarrollo futuro. Inversión no con el único objetivo inmediato de crear empleo –que también lo creará- sino de establecer bases para el desarrollo. De otro lado, contribuyendo al análisis de nuestros recursos y habilidades, para tratar de establecer nuevas actividades e iniciativas productivas. E investigando y trabajando con el objetivo de abrir nuevos mercados para nuestra producción. Y estableciendo mecanismos de innovación que mejoren la formación de empresarios y trabajadores y que optimicen la productividad, con el fin de hacer nuestra economía más competitiva.

Con estas tres últimas iniciativas, además de crear una estructura para el futuro, se puede acometer un problema que todo el mundo señala pero que nadie aborda con decisión: el del paro juvenil. Hay en el paro más de 300.000 jóvenes titulados, a los que se ha llegado a sugerir que podrían irse como mileuristas a Alemania. Y, a la vez, se recortan los presupuestos destinados a I+D. ¿Por qué no se realiza un inventario de los proyectos de desarrollo que tienen en cartera nuestras universidades, para seleccionar aquellos que pueden llegar a impulsar iniciativas emprendedoras en nuevos sectores que vengan a reemplazar a los que destruyeron empleo? Ahí habría no solamente un terreno para impulsar nuestro futuro económico, sino para emplear a un buen número de esos jóvenes titulados para que se incorporen a esos proyectos de desarrollo.

Lo mismo se puede hacer en el terreno del comercio internacional. Una selección de los jóvenes que tengan formación en ese campo, para que trabajen con nuestras empresas en la tarea de abrir mercados, especialmente en los países emergentes, en los que el crecimiento mantiene cotas superiores a las europeas. O una formación específica para quienes no posean esos estudios. ¿Podríamos imaginar los logros de una estructura bien organizada de personal formado trabajando en la venta de proyectos y productos? Algo parecido podría acometerse en el terreno de la innovación, colaborando para mejorar los métodos y procesos de nuestras empresas, de cara a lograr una mayor productividad y competitividad.

Se trata de convertir el problema mismo en solución, acometiendo una reforma de nuestros mecanismos de funcionamiento y tomando la iniciativa. Me dirán que para eso hacen falta fondos, de los que estamos escasos. Y respondo con un pequeño cálculo: En 2011 hemos debido asumir un déficit superior en dos puntos al previsto. Si el exceso asumido fuera de 2,2 puntos de porcentaje, esas dos décimas supondrían algo más de 2.000 millones de euros, que destinados a este tipo de iniciativas de reactivación, redundarían en un indudable beneficio social de presente y económico de futuro: cerca de 80.000 puestos de trabajo a un año, más los rendimientos derivados de su producción. Sin contar, por ejemplo, con que una parte de los fondos prestados a cajas de ahorro se hubieran destinado a políticas activas semejantes.

Todo menos la pasividad de ver cómo Europa se consume, y nos consume, en reducciones y recortes, que solo producen efectos devastadores en la economía, y el desánimo generalizado en la sociedad.

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