viernes. 29.03.2024

No cobrar por dar clase, pagar para trabajar

Estaba tardando en producirse. Pero ya ha sucedido. La Universidad Carlos III de Madrid -pionera en la búsqueda de la tan deseada excelencia- acaba de encontrar la solución a la pregunta del millón: ¿cómo mantener la calidad del servicio público universitario con los ajustes presupuestarios puestos en marcha desde los gobiernos central y autonómico? A pesar de no resultar muy innovadora, pues experiencias como la que ahora se lanza desde esta

Estaba tardando en producirse. Pero ya ha sucedido. La Universidad Carlos III de Madrid -pionera en la búsqueda de la tan deseada excelencia- acaba de encontrar la solución a la pregunta del millón: ¿cómo mantener la calidad del servicio público universitario con los ajustes presupuestarios puestos en marcha desde los gobiernos central y autonómico? A pesar de no resultar muy innovadora, pues experiencias como la que ahora se lanza desde esta universidad como solución a la crisis han existido toda la vida, lo cierto es que bien articulada esta propuesta podría extenderse a otros ámbitos más allá del universitario y ser una útil herramienta en manos de quienes hoy dirigen nuestro destino.

En un momento de recortes que podrían afectar a la calidad de la enseñanza, dado que la ratio entre profesorado y alumnado aumentará en la misma proporción que disminuirá el tiempo que cada docente podrá dedicar a sus estudiantes, los órganos de gobierno de la Universidad Carlos III han hallado la fórmula mágica para evitar tal deterioro: nombrar como "profesor honorífico" a especialistas de reconocido prestigio que colaboren con la universidad en tareas docentes y -aquí viene lo mejor- sin que ello suponga coste alguno para las arcas públicas. Aunque parezca increíble, es cierto. ¡Docentes gratis! Y doblemente: en primer lugar, porque no recibirán remuneración económica alguna por las clases que den, las tutorías que hagan o el tiempo que dediquen a prepararlas y a corregir los ejercicios y exámenes de los estudiantes. En segundo término, porque la ausencia de vinculación contractual o estatutaria evita que el empleador -en este caso, la universidad- tenga que justificar o dar alguna razón cuando quiera desvincularse del docente y evita también tener que lidiar con esas engorrosas cuestiones relacionadas con las cotizaciones a la seguridad social, el finiquito o la indemnización por despido.

Son precisamente estas cuestiones laborales las que han llevado a España a la situación actual. Egregios economistas llevan tiempo diciendo que si la crisis golpea con mayor fuerza en España es por la rigidez de su mercado laboral, caracterizada por la extrema dificultad para despedir y, consecuentemente, por el elevado número de recursos económicos que han de destinarse al pago de las indemnizaciones por despido. "¿Por qué no se les habrá ocurrido antes?", deben de estar pensando en Bruselas; "Ya lo decíamos nosotros", advertirán desde los think tanks liberales, quienes seguro que están ya trabajando para extender esta fórmula a otros ámbitos productivos.

Además, esta figura permitirá también la continuación de la carrera académica de muchos docentes amenazada hoy por los recortes presupuestarios que impiden no sólo su promoción profesional, sino incluso la propia renovación de sus contratos. En esta tesitura, la figura del profesor honorífico supone la prolongación de esta carrera, dado que gracias a ella continuarán dando clases e incluso investigando, si tienen tiempo para ello. A cambio de no cobrar, la universidad les proporciona un certificado acreditativo de su labor que podrán esgrimir en futuras oposiciones o concursos, si es que algún día vuelven a existir. Este certificado -expedido sin coste alguno para las arcas públicas, ¡qué más se puede pedir!- es el "pago" que tales docentes recibirían por sus servicios; una contraprestación acorde con los nuevos tiempos, donde las exigencias de un mercado cada vez más competitivo determinan un modelo de trabajador liberado ya de esas viejas demandas sindicales relacionadas con el salario digno o las garantías en caso de despido. Un trabajador, en suma, vigilante de su propia formación, dueño de su propio destino y abierto a nuevas vías de participación en el tejido productivo de la sociedad.

Con esto llegamos a la última ventaja de esta figura. Si se extiende con éxito, es de prever una notable concurrencia, tanto en cantidad como en calidad, a la hora de acceder a estos puestos. Así, tendrán que habilitarse sistemas objetivos de valoración de los méritos, con lo que los candidatos se verán obligados a tener un muy buen currículum si quieren conseguir el puesto. Ello redundará en beneficio de la calidad del sistema universitario español, siendo los propios docentes los que contribuyan decisivamente a su mejora. Y siempre -¡tomen nota!- sin coste para el erario público, dado que serán los candidatos a profesor honorífico quienes de su propio bolsillo se paguen la participación en cursos, congresos y seminarios que sirvan para ir confeccionando su currículum. Para la intelligentsia liberal es una propuesta y un momento mágico: pagar para trabajar.

PD. Perdón por la ironía. Ahora en serio: lo peor de todo es que habrá gente tan desesperada que se avendrá a participar en esta farsa. Aprovecharse de ello es, simplemente, miserable.

No cobrar por dar clase, pagar para trabajar
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