sábado. 20.04.2024

Ni sangre ni arena

NUEVATRIBUNA.ES 02.08.2010En Cataluña se acaba la fiesta; hace tiempo que languidecía. Dicen los entendidos que la decisión del Parlament de prohibir las corridas de toros ha sido la puntilla a una actividad que había ido decayendo por sus propios vicios.
NUEVATRIBUNA.ES 02.08.2010

En Cataluña se acaba la fiesta; hace tiempo que languidecía. Dicen los entendidos que la decisión del Parlament de prohibir las corridas de toros ha sido la puntilla a una actividad que había ido decayendo por sus propios vicios. Los intereses de empresarios, maestros, apoderados y ganaderos, la falta de casta de las bestias, los trucos para restar bravura al toro, las tardes aburridas con “perritoros” y “mulotauros” ramoneando en el coso y las faenas llenas de mantazos de algunos maestros habían ido privando a la fiesta de nuevos seguidores. Sobrevivía a duras penas, como un testigo de otros tiempos, en los que la afición popular, no sólo en Cataluña, era tan grande que llevaba a algunos a empeñar el colchón en el Monte de Piedad para asistir a una corrida, y donde la sensibilidad ante el sufrimiento de los animales era muy diferente de la de hoy. Ese mundo recibió, como tantas otras actividades, un rejón de muerte con la guerra civil, y aunque la dictadura promocionó el toreo el resultado ya no fue el mismo. El desarrollo y la modernización transformaron en gran medida las costumbres de la España rural de la que dependía.

Los partidos catalanes podían haber dejado que “la fiesta” acabara de modo natural por falta de clientes, pero han decidido salir por la puerta grande con un nutrido cartel y el aviso de no hay billetes. El celo intervencionista del Gobierno Tripartito, y en particular la presión de ERC (donde es difícil ver el vínculo de la causa republicana con la prohibición de las corridas), ha encontrado el apoyo de CiU para acabar con esta industria de manera precipitada, con una decisión que responde tanto al deseo de evitar el sufrimiento a los animales como a la afirmación identitaria -el tópico de la Cataluña civilizada y laboriosa frente a la España cruel y perezosa- y al cálculo electoral.

No me parece que las corridas de toros sean un bien de interés general que merezca ser llevado al Tribunal Constitucional y a la UNESCO para ser protegido, como pretende Rajoy, ni que la identidad nacional -¿la España torera y olé?-, se sustente de modo principal en la tauromaquia, pero sí creo que, tópicos aparte, ciertos aspectos de la cultura, tanto en su expresión más elaborada como en las versiones más populares, han estado, y aún están, muy influidas por el toreo. Además de un negocio floreciente -una industria-, el mundo de los toros ha impregnado con su léxico el lenguaje popular, ha proporcionado durante al menos dos siglos tema de conversación, a veces encendida, en tertulias de casinos, tabernas, cafés y peluquerías de caballeros, ha alimentado las rivalidades nacionales, ha creado un género periodístico -la crónica taurina- y varios tratados -el Cossío- y ha servido de inspiración a escritores (Merimée, Blasco Ibañez), poetas (Lorca, Alberti), músicos (Bizet), pintores (de Goya hasta Picasso, pasando por Romero de Torres), y luego a guionistas de cine, teatro y televisión. Carmen, Sangre y arena, Los clarines del miedo o El niño de las monjas son algunas muestras de ello. En todo caso, cosas bastante pasadas de moda. ¿Quién lee hoy Currito de la Cruz, pudiendo leer a Larson, Dan Brown o Ruiz Zafón?

El toreo ha ofrecido una vía para la promoción personal, un modelo de emprendedor hispánico: el maletilla que intenta salir de la pobreza -más cornás da el hambre, como decía El Cordobés- tomando la alternativa en una plaza de renombre. Pero no todo han sido ni las grandes tardes de los primeros espadas, ni los grandes dramas ocurridos en el ruedo, pues la industria taurina ha ofrecido espectáculos para todos los públicos además de las corridas; becerradas, charlotadas -el célebre Bombero torero de la cuadrilla de Eduardini- y un sucedáneo esperpéntico que era la faena al estilo Cantinflas.

Durante décadas, la radio ha emitido cientos de horas de coplas, pasodobles y cuplés dedicados a cantar las pasiones del mundo del toreo y a exaltar a los grandes diestros (Gallito, Marcial, Manolete, Manuel Benítez, Domingo Ortega…).

Bien, todo eso pertenece al pasado, forma parte del acervo de una cultura que estaba en decadencia y que con la prohibición de las corridas, ya no se renovará. Es ley de vida que todo se acaba, pero, salvo por los interesados y contradictorios motivos apuntados, no acabo de entender esta prisa por prohibir una actividad minoritaria por parte de unos partidos cuya existencia se basa en afirmar que representan a una nación oprimida, pero, con todo, la decisión se queda a medias al permitir otro espectáculo taurino donde los animales no reciben precisamente buen trato.

Ignoro qué tipo de cultura inspirarán los carrebous, si es que inspiran alguna, y si de las improvisadas carreras callejeras huyendo o acosando al toro de fuego, saldrán figuras que provoquen en la opinión popular el mismo fervor que los grandes diestros de la lidia suscitaron en su día.

Prohibidas las corridas, con los carrebous, se han sustituido los toreros por los pirómanos. Francamente, no veo un gran adelanto, ni me parece una tradición que haya que conservar con orgullo.

Fray Anselmo de Laramie

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