jueves. 28.03.2024

Nadie se lo impidió

El Rey anda mal. Se nota. En estos dos últimos años ha pegado un bajón en la salud que está a ojos vista. Le extirparon un tumor (benigno parece ser) en el pulmón y luego ha pasado tres veces más por el quirófano por un problema en la rodilla y en el tobillo. Le pusieron una prótesis, pero es evidente que está mal. Camina lentamente, con dificultad, sin estabilidad ni equilibrio.

El Rey anda mal. Se nota. En estos dos últimos años ha pegado un bajón en la salud que está a ojos vista. Le extirparon un tumor (benigno parece ser) en el pulmón y luego ha pasado tres veces más por el quirófano por un problema en la rodilla y en el tobillo. Le pusieron una prótesis, pero es evidente que está mal. Camina lentamente, con dificultad, sin estabilidad ni equilibrio. También debe estar medicándose fuertemente porque en muchos actos públicos se queda dormido. Y ahora, se rompe la cadera tras un viaje a un país exótico de África, nada menos que para cazar elefantes. Que el Rey es mortal, es algo que todos sabemos, menos el propio monarca a tenor de las actividades de alto riesgo que sigue practicando a sus 74 años. Pero esa es una decisión individual. Cada uno hace con su cuerpo lo que considere. Aquí la cuestión trascendente es: ¿Sobrevivirá la Monarquía? Es la pregunta que se hace cualquier ciudadano y varios observadores de fuera. El debate ya está abierto en la sociedad española, lo cual ya es un avance democrático teniendo en cuenta que hasta hace muy poco tiempo ni se planteaba y se consideraba tabú. Su supervivencia dependerá del consenso social que esa institución tenga.

La caza no es pecado ni es ilegal, salvo que las especies que son objeto de deseo estén protegidas por la ley (como el elefante). Matar elefantes puede ser la forma más cara y cruel de ejercer la caza y además, aunque pueda ser legal en determinados países, no es ético en ningún caso y un Jefe de Estado debe saberlo. No tiene buen sabor matar elefantes ni por lo que cuesta ni por ser especie amenazada de extinción. Si los niños de la Familia Real infringen la ley auspiciados por sus padres, si el Rey se marcha de incognito a cazar elefantes, y si su yerno mete la mano en el pan de los españoles, los ciudadanos tenemos que plantearnos abiertamente para qué sirve una institución que no muestra ejemplaridad y tampoco atiende a las servidumbres que tiene con motivo de su función pública.

Ahora bien, considero que ese debate, como muchas de las cuestiones que se plantean en España, es circular y reiterativo en cuanto a los argumentos.

Veamos. La Corona es legal porque así está reconocida en la Constitución. En cualquier caso, la Constitución que no es más que el instrumento jurídico en el que se regula el funcionamiento de una sociedad, debe adaptarse siempre a ésta y nunca debe utilizarse como arma arrojadiza de instituciones o partidos políticos. Digo esto, porque no podemos salvar a la Corona de sí misma, como tampoco podemos caer en la demagogia que plantea algún partido según la cual, hay que ir a una República porque es el símbolo de progreso social de España, según la tergiversada idea que se tiene de la II República. No, en ningún modo tienen que ver las políticas o los derechos de los ciudadanos, por lo demás ampliamente reconocidos en la Constitución (en mayor medida que en la Constitución de 1931), ni siquiera la convivencia democrática (reconocidas en leyes como el Código Civil o el Penal), con la forma política del Estado. No debe hacerse una crítica siempre a lo real en función de lo que se imagina que debía ser la democracia o la política en general. Es decir, lo que sucede muchas veces cuando se habla de Monarquía o República desde posiciones populistas, es que no se hace una crítica de lo real, a través del análisis de lo real. Entonces la interpretación crítica de la realidad, a partir de la realidad misma, se substituye siempre por un patrón moral que busca la causa del mal en algún acontecimiento primigenio que ha estropeado todo el proceso. Una especie de pecado original que lastra cualquier evolución superior. Este discurso, por lo demás muy moralista y muy moralizante, es decir, escasamente racionalista, lastra el alcance y la profundidad del debate.

Pero el debate es reiterativo no solo por el discurso moralizante y populista, sino porque la prensa y los políticos no escapan de un discurso pudoroso sobre estas cuestiones. Un ejemplo es editorial de EL PAÍS del pasado domingo, "Percance real", que no puede ser más desacertado. Aparte de no entrar en el fondo ético del asunto y de calificar la caza de elefantes como actividad deportiva, menta la valoración de un partido para decir que es opinable. Bien ¿y el diario EL PÁIS, qué opina? no es desde luego oportuno hacer un estado de la cuestión de las valoraciones de los demás, para escapar de emitir un juicio de valor propio en un asunto tan importante. Mal planteado y mal escrito, el editorial es impropio de la seriedad de un periódico como EL PAÍS, que la mayoría de las veces acierta. Pero el domingo no.

Por este motivo, me parece puesta en razón la opinión de Julián Casanova en la revista Times según la cual, el Rey goza de una sobreprotección de la prensa, pero también de la clase política. Una sobreprotección, que, de ningún modo marca la ley, ni obliga la Constitución, ni nada por el estilo. La Constitución dice expresamente (y en varios artículos) que el Rey es una figura decorativa del sistema político. Por consiguiente, lo que trato de explicar es que, tan lamentable es la actuación del Rey, como cómplice la clase política. Primero porque nadie impidió al Rey hacer tal disparatada aventura (y repito, no solo se puede, sino que se debe hacer). Y segundo, porque los políticos están haciendo dejación de sus funciones al no asumir su responsabilidad (como dice la Constitución) de dirigir al Jefe del Estado. Ya no solo controlando exhaustivamente su agenda, sino obligando a la Monarquía a ser transparente. En este sentido, ningún gobierno ha decidido aprobar una Ley Orgánica que paute las cuentas de la Corona, sus ausencias, sus vacaciones, su asignación, el procedimiento de abdicación, las actividades privadas o económicas del Rey, etc. La reciente Ley de transparencia dejaba notoriamente fuera todos estos asuntos. E, insisto, nada ni nadie impide al Gobierno de España hacerlo.

De manera que, aquí y en cualquier democracia se puede criticar al Rey, se puede entender la Monarquía como algo antidemocrático, se puede pedir la República, pero nada cambiará mientras los cimientos y las responsabilidades que obligan a los partidos en cualquier sistema político, sea de la naturaleza que sea, no funcionen democráticamente o no se ejerzan responsable y eficazmente. Mientras la lealtad sea entendida en España como sumisión y la crítica como traición por falta de una verdadera costumbre de debate, discrepancia, ya no solo política, sino intelectual, no habrá sistema político que funcione correctamente. En Inglaterra, que no han tenido un solo año de República (si exceptuamos la etapa de Cromwell), han desarrollado una costumbre o hábito según el cual, la síntesis solo se alcanza a partir de la discusión crítica, radical, creativa y a fondo de ideas. Nada de esto se da en España. En este sentido, una República, formalmente puede ser más democrática, pero a efectos prácticos tal vez funcione incluso peor que una Monarquía si, de raíz, no se controla escrupulosamente el funcionamiento de los partidos políticos y no se arbitran legalmente instrumentos que lleven a incompatibilidades con empresas u otros intereses que puedan implicar prácticas corporativas (habituales, por poner un solo ejemplo, en el Estado fascista de Mussolini). Y obviamente, la Monarquía todavía es un buen freno para tales pretensiones que nuestros partidos no quieren asumir. Y si hay un problema político, también es una buena descarga de responsabilidades, al fin y al cabo, nadie se lo impidió.

Nadie se lo impidió
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