jueves. 25.04.2024

Nación como discurso material

Si algo caracteriza a un discurso político, también el nacionalista, es la vocación por encontrar una motivación material al hecho diferencial. En las comunidades políticas, primero fue el origen, una tierra milenaria, después, la raza, un carácter único de entre los selectos, confusa marchó la invocación a la lengua, e, incluso a la religión.

Si algo caracteriza a un discurso político, también el nacionalista, es la vocación por encontrar una motivación material al hecho diferencial. En las comunidades políticas, primero fue el origen, una tierra milenaria, después, la raza, un carácter único de entre los selectos, confusa marchó la invocación a la lengua, e, incluso a la religión. Se suponía que, alguien, si se identificaba con una nación, tendría que buscar un derecho al que invocar y en consecuencia, una realización  sencilla: la soberanía.

Por lo tanto, todas las comunidades humanas que  se constituyen como Estados, regiones, naciones, o localidades, son o aspiran a una realización material, es decir,  se sustancian  a través de un cauce de economía política  como cualquier hecho existencial.  Del carácter de la evolución, dependen su configuración, su articulación y sus postulados. No, no se trata de un laberinto, ni siquiera de un plebiscito cotidiano. Nadie va por la calle en cada momento  interrogándose a qué hora toca el timbre para reclamar  una bandera, o  a qué iglesia corresponde un determinado nombre.

Las comunidades políticas son procesos  que  como todo en política, tienen doble sentido: en primer lugar,  las decisiones de las élites, pero también y a veces a la vez, el impulso movilizador de los ciudadanos. Nadie puede creerse a esta altura que Artur Mas, el líder de Convergencia, pretenda impulsar un Estado soberano  sin que desde abajo no exista una demanda que reclame algún tipo de condición. Y, a la inversa, no hay un solo movimiento social que no reclame algo que no sea político. En realidad, todos los movimientos sociales como afirmó Manuel Castells, bien pudieran considerarse políticos puesto que  políticas normalmente son las vías de canalización y políticas son también las metas a alcanzar.

Y así las cosas, la expresión política del ciudadano, el voto, dejó en el País  Vasco unos resultados que dan muestra de salud democrática. Primero por la participación y, en segundo lugar, porque todos asumen con naturalidad el resultado. Para el PNV es el final de una travesía y debe optar entre entregarse a Bildu o al PSE. Si decide el equilibrio, que será lo más probable, será una prueba de madurez democrática para todos.  El castigo para el PSE ha sido excesivo, por este motivo, el  PSOE  hará mal si piensa que su derrota se debe  solo a la crisis, o tan siquiera al gobierno del PP: es una respuesta de los vascos ante una nueva esperanza;  la de la democracia plena.

La derrota, sin embargo, es tan profunda en los socialistas que no oculta un problema cierto: no son capaces de conectar  –como sí lo hicieron  a la perfección durante en  los años ochenta–, con la pulsión política de las nacionalidades históricas. Ni su idea de autogobierno ha sido capaz de pensar un nuevo reparto de poder ordenado puesto que solo se ha quedado en una nominal descentralización administrativa, ni tan siquiera en una nueva relación de bilateralidad. Así las cosas, la retórica de las nacionalidades  ha quedado en el PSOE tachada por el populismo nacionalista que invoca un espíritu redentor que continuamente el poder les niega. El PSOE, partido aspirante a gobernar, solo se alimenta en este capítulo de elocuencia incapaz de concretarse en un proyecto político práctico, es decir, en realizaciones de hecho. El único hecho palpable es que el socialismo español ha sido desbordado y erosionado por la derecha política  al considerar que  su alma social  se  ha  vendido a la invocación de un equilibrio de vertebración que no puede cumplir sin entregar la equidad al mejor postor siendo el mensaje federal el germen de la descomposición del socialismo como ideología.

No tiene una fácil solución este problema político y de discurso. Hoy,  con  el hundimiento sobre la mesa, no se trata tanto de buscar una política determinada aquí o allá, eso ya se intentó mientras se pudo y por cierto, dio un extraordinario resultado; de lo que se trata ahora es de sustanciar políticamente el hecho nacional como fenómeno político, además de histórico, esto es,  buscar un estatus moderno de la nacionalidad.

La solución no  podría en cualquier caso estar en asimetrías sino en fórmulas de descentralización propias que no mermen la ponderación social de los territorios (más capacidad de ingresos, mayor integración en el Estado central), pero sin que el coste sea, la solidaridad interterritorial.

La única manera de deshacer la derrota es elaborar algún tipo de proyecto político; o lo que es lo mismo, renunciar a nominalismos y conformar una cultura  de acciones  de la nación como un hecho político de realización material.

Nación como discurso material
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