viernes. 19.04.2024

Mucho presidente suelto

Los telediarios lo repetían compulsivamente. Habrá quienes no lo recuerden  porque sus pensamientos giran ahora en torno a otras preocupaciones. Sin embargo hasta no hace mucho tiempo atrás solíamos escuchar a diario ese malintencionado titular que cambiaba de tonalidad según la voz del presentador de turno.

Los telediarios lo repetían compulsivamente. Habrá quienes no lo recuerden  porque sus pensamientos giran ahora en torno a otras preocupaciones. Sin embargo hasta no hace mucho tiempo atrás solíamos escuchar a diario ese malintencionado titular que cambiaba de tonalidad según la voz del presentador de turno. Me refiero a la perenne voluntad de la mayoría de los medios de comunicación de puntualizar en la foránea procedencia de los criminales; esfuerzo que no fue vano ya que consiguió calar hondo y finalmente enquistarse en las vacías mentes de muchos hijos de vecino. No me diga que no lo recuerda. ¿Acaso ya se le olvidó que España era víctima de malhechores que venían del exterior? Si no lo recuerda bastará con revisar periódicos e informativos de años anteriores para darse cuenta de que todo lo “malo” venía siempre de afuera; la sección policiales de cada informativo la protagonizaban inmigrantes, mientras que los nacidos aquí eran buenos y honrados y ocupaban secciones acordes con sus respectivas bondades y honradeces. 

Atracaban los rumanos, rusa era la mafia, ilegales los llegados en patera, marroquíes los del hachís, putas las brasileñas y terroristas los musulmanes. “La culpa es de Zapatero que los dejó entrar”, solía decir mi vecino Antonio cada vez que tenía oportunidad de expresar su opinión acerca de este asunto. “Hay que andarse con cuidado...”, comentaba mientras veía el informativo de Antena 3, “... hay mucho rumano suelto”. Pues bien. ¿A que no adivina qué le sucedió a mi vecino Antonio?. Se lo contaré en resumidas líneas. Mi vecino Antonio no fue víctima del accionar de un atracador rumano, ni mucho menos de la mafia rusa, ni de los marroquíes vendedores de hachís, ni de los ilegales llegados en patera; tampoco de las putas brasileñas o del terrorismo musulmán. El autor material del delito de hurto seguido de estafa cometido contra mi vecino Antonio -eso si; a cara descubierta y sin escrúpulo alguno-  fue el presidente del gobierno.   

“¿Se da cuenta...?”, le pregunto mientras compartimos espacio en el ascensor; “...usted temiendo a los de afuera mientras que los de adentro le devalijaban la casa y la vida”. Claro que Antonio se caga en mi opinión porque yo también soy de afuera y siempre me ando en las periferias de la legalidad por el simple hecho de serlo; cosa que para un tipo como él, es suficiente mérito para hacer oidos sordos a mis pareceres. En resumen mi vecino Antonio tendrá que ver ahora cómo resuelve el entuerto en el que lo ha obligado a meterse el robo perpetrado por el presidente de gobierno, sus ministros, los dueños de la banca y otros ilustres cacos. Además de los derechos que ignoraba poseer, a Antonio le robaron parte de su sueldo y, a raíz de ello, pronto perderá su vivienda y deberá pernoctar en el cajero automático del banco en el que alguna vez tuvo ahorros. Tiene que decidir si le sale más rentable seguir viviendo o morirse, aunque si decide optar por la primera de estas dos posibilidades, deberá abonarse los medicamentos -que para tal fin necesita- de su propio bolsillo; y si se inclina por la segunda opción, deberá hacerlo antes de que entre en vigor el nuevo incremento del IVA, ya que los servicios funerarios encarecerán tanto el fallecimiento que tal vez le siga saliendo más barato vivir un poco más, aunque sólo sea para continuar culpando a los de afuera.

La mil veces anunciada política económica “como Dios manda”, prometida por Rajoy durante su campaña, ya está dando sus frutos; al menos la Iglesia Católica goza de ellos como no de otros placeres de los que sin embargo opina y aconseja. Al parecer Dios manda el disfrute de unos pocos y la desgracia de otros tantos. Manda Dios esta brecha cada vez más abismal entre quienes lo tienen todo y quienes ya casi ni en pie logran tenerse. Dios manda este incremento de miserables (de ambos; los que rebuscan entre los desperdicios de los hipermercados y los que enfundados en trajes dictan las nuevas normas a seguir). Manda Dios a que la educación y la sanidad ya no sean un derecho sino el lujo que pueden darse un puñado de elegidos. Manda Dios a que calles tu reclamo o a que te partan la cara por reclamar. Dios manda a convertir trabajadores en objetos desechables. Manda Dios a perseguir con multas a indigentes que duermen al raso, convirtiendo a la pobreza en un delito. Manda Dios proteger a esos banqueros que, peor que en Uganda -aunque Rajoy crea que no- moldearon esta vergonzosa característica de corrupción y saqueo que ya es marca de la casa, folklore de un país repleto de desmemoriados que olvidaron su pasado humilde, se hincharon de una soberbia inexplicable y buscaron la culpa en los de afuera.

“Y qué me dice de la perversa maquinaria constituída por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Organización Mundial del Comercio?”, le pregunto a Antonio mientras descendemos lentamente. Qué me dice del expolio de recursos que estas organizaciones impulsaron y alzaron a escalas inimaginables. Pero de esto Antonio no me dice nada. Porque entre otras cosas mi vecino ignora que antes de que las consecuencias de estos maquiavélicos accionares cayeran sobre la vieja Europa, ya hacían estragos - desde tiempos remotos- en Africa y en América Latina; esos sitios desde donde, según él y algunos medios de comunicación, provenía todo lo “malo”.

Tal vez ya va siendo hora de criminalizar lo verdaderamente criminalizable. Porque no ha sido un inmigrante rumano, ni la mafia rusa, ni los ilegales de las pateras, ni el musulmán de la esquina. Ha sido el propio Estado el que ha dado el auténtico golpe. Han sido esos señores a quienes usted -vecino Antonio- votó; esos que le prometieron el oro pero sin moros, esos que le explicaban a usted la necesidad de ponerle límite a la entrada de inmigrantes, que proclamaban que España volvería a ser de los españoles. Pues ahí los tiene. Y por lo que parece los españoles a quienes se referían son apenas un puñado de privilegiados que brindan con champagne mientras velan por intereses a los que usted es tan ajeno como una plaza de toros en Kazajiscan. Los otros españoles, la enorme mayoría, ya planifica nuevas estrategias para salvaguardar lo que de dignidad pueda aún quedarles. Algunos buscan nuevos horizontes fuera, tal como otros españoles lo hicieron décadas atrás, mucho antes de la ilusión de grandeza que finalmente acabó siendo eso, una simple ilusión.

“Vaya usted con cuidado...”, le digo a mi vecino Antonio antes de llegar a la planta baja. “...mire que anda suelto un presidente con todos sus ministros”. 

Mucho presidente suelto
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