jueves. 25.04.2024

Más allá de las vallas de Melilla

Al río revuelto de la crisis, ganan los pescadores del Santiago y cierra España: quizá no se haya hecho suficiente política preventiva para explicar algo tan obvio que, a pesar de que lluevan chuzos de punta sobre el Ibex y las listas del desempleo, siguen haciendo falta extranjeros que compensen el viejo crack de nuestra demografía.
Al río revuelto de la crisis, ganan los pescadores del Santiago y cierra España: quizá no se haya hecho suficiente política preventiva para explicar algo tan obvio que, a pesar de que lluevan chuzos de punta sobre el Ibex y las listas del desempleo, siguen haciendo falta extranjeros que compensen el viejo crack de nuestra demografía. Pero, ¿cómo explicarlo en tan pocas palabras como las que necesita el parroquiano de un bar en reclamar mano dura contra la supuesta invasión de los bárbaros del sur?

Se cumplen veinte años de la aparición de los primeros cadáveres de espaldas mojadas en las primeras planas de nuestros periódicos: fue en la playa tarifeña de Los Lances, a 1 de noviembre de 1988, en vísperas del Día de los Difuntos y allí estaba el cuerpo de un joven marroquí que no levantaba más de veinticinco años del suelo y de la arena de la muerte. Resulta incalculable el número de fallecidos en esa enorme fosa común que representa el Estrecho de Gibraltar o las aguas del Atlántico, un cementerio marino tan descomunal como el desierto de Arizona para los sin papeles que siguen queriendo entrar en la patria de Obama y de las oportunidades. Entre los 123 inmigrantes que llegaron a la Isla de El Hierro en las últimas horas, se contaban dos que han dejado de serlo y que no necesitaron más visado que el hambre y la esperanza para cruzar las fronteras de la otra vida. Otros 150, procedentes de países al sur del Sáhara intentaron entrar de nuevo a saco en Melilla; y lo hicieron a través del puesto fronterizo de Beni-Enzar y que ocasionalmente portaban palos y arrojaban piedras, siendo brutalmente contenidos por las fuerzas de seguridad del Estado español y por la gendarmería marroquí: se trata del quinto intento en los últimos quince días de entrar al paraíso europeo, desde que el 26 de octubre la justicia poética de la lluvia hiciera caso a John Lennon y derribase parte del vallado que, cuatro años atrás, reforzó el Gobierno.

Hoy más que nunca, Africa tiene forma de patera o de cayuco, de gran balsa de piedra, selva y recursos naturales, que siguen ambicionando las grandes potencias, desde la India a la Unión Europea, desde las corporaciones chinas que cambian armas por barriles de petróleo en Sudán, a EE.UU., cuya administración saliente ha fracasado, con la base de Rota de por medio, en el intento de poner plenamente en marcha el Africom en algún lugar del continente. Se trata de un mando unificado que no sólo pretende meter en cintura a aquellas sublevaciones que no interesen al Pentágono y a la Casa Blanca sino llevar a cabo actuaciones humanitarias para blanquear sus verdaderos objetivos finales, la de consolidar el suministro energético a través de buques, de gasoductos o de oleoductos. La nueva crisis que vive ahora la República Democrática del Congo guarda relación a su vez con la obtención de minerales como el coltán o el wolframio, que desde hace décadas mantiene en vilo la paz en la zona y aunque los principales protagonistas de las refriegas sean tropas locales o guerrilleros de Uganda, Ruanda o Burundi, los inductores de tales carnicerías viven más al norte, rodeados de moquetas y coches oficiales.

Pero no todos los males de Africa tienen que ver con esas fórmulas de viejo, nuevo y futuro colonialismo, tras el que se agazapan las pérfidas trasnacionales como ya denunciara el maestro John Le Carré en “El jardinero fiel”. También esa sangría incumbe a sus propios sátrapas y tiranuelos, a veces de elección democrática pero a menudo no. El día que los africanos tomen la riendas de su propio destino y expulsen a los mercaderes propios o ajenos de ese enorme templo natural, tal vez seamos nosotros los que tengamos que intentar saltar su valla y cruzar en fueraborda a ese antiguo edén, maltrecho por demasiadas manzanas de la discordia.

Juan José Téllez
Escritor y periodista

Más allá de las vallas de Melilla
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