Morir dignamente

Es un tema complicado. Porque es la vida lo que se juega en el tablero. Pero, ¿de quién es la vida? ¿A quién le pertenece? Las leyes no pueden decirlo. Y nadie, salvo uno mismo, es capaz de entender la dureza y la alegría de la vida. Y nadie más. La vida, a veces, es dura. Terriblemente dura. Y sólo lo saben los que la soportan en circunstancias tan terribles como las de aquellos que reivindican el derecho a morir en paz.
Es un tema complicado. Porque es la vida lo que se juega en el tablero. Pero, ¿de quién es la vida? ¿A quién le pertenece? Las leyes no pueden decirlo. Y nadie, salvo uno mismo, es capaz de entender la dureza y la alegría de la vida. Y nadie más.

La vida, a veces, es dura. Terriblemente dura. Y sólo lo saben los que la soportan en circunstancias tan terribles como las de aquellos que reivindican el derecho a morir en paz.

Y, repito, que es un tema difícil. Pero no quiero ponerme en la piel de quienes sufren un deterioro peor que la muerte. Por eso, me parece que sólo ellos deben decidir. Ni yo, ni los diputados, ni los jueces, ni nadie. Ellos son los únicos que saben de su dolor.

No damos a quienes sufren ni siquiera la posibilidad de decidir por sí mismos. Nos arrogamos la capacidad suficiente para decidir sobre el dolor del otro. A mí me basta con que alguien diga que quiere morir, que no soporta una vida que ni siquiera eligió libremente. Y me producirá tristeza y dolor su muerte, pero, ¿quién soy yo para elegir el momento de poner fin a su propio sufrimiento?

Estoy a favor de la eutanasia como un acto de voluntad de quien se siente incapaz de aguantar tanto dolor o tanto hastío. Me da igual. Y me duele que la ley lo considere un delito, una falta. Son ciegas las leyes porque nada saben del dolor físico, porque viven de letras y reglamentos. Las leyes no se hacen nuca desde el corazón que golpea, que vive, que sueña.

Por eso hay que dejar vivir en libertad y morir en libertad. Dejar que el ser humano, cuando no puede más, decida por sí mismo. Me parece cruel que sea un juez quien decida sobre la imposibilidad de seguir vivo de un ser humano.

Estoy en contra de quienes se sienten facultados para decidir sobre los demás. Estoy en contra de la muerte como principio. Estoy a favor de quienes deciden, tranquilos y serenos, sobre lo absurdo de mantener una vida que no es vida.

No sé si esto es cuestión de normas. No sé si hay que legislar sobre ello. Pero, en principio, creo en la libertad y, posiblemente, dicho sea entre nosotros, la libertad es lo más contrario a cualquier texto legal.

Reconozcamos, pues, que la eutanasia es un derecho, porque quienes la niegan están negando la facultad del hombre a decidir sobre su propio destino.

Recojo hoy un poema, hecho canción, de un joven cantautor. Estoy de acuerdo con él cuando dice:

Cuando todo oscurezca -él escucha, habla ella-,
cuando la tarde naranja desenrede la madeja,

cuando mi cuerpo tirite y tenga lista la maleta,
has de disponer
que abran las ventanas y me dejen marchar,

que la noche no duela.

Me despedirás y arderé en una estrella.

Y celebrarás este pequeño milagro.

Que la noche no duela y podamos celebrar ese milagro, ese pequeño y gran milagro de ser los dueños de uno mismo