viernes. 19.04.2024

Misóginos, pero admirados

No es la primera vez que cuando muere un hombre relevante debe recordarse que, tras sus logros y proezas, se escondía un misógino de manual. Diego Armando Maradona murió el 25N, justicia poética, quizá, y su muerte se ha convertido en el último ejemplo de un debate aparentemente interminable sobre autores despreciables que contribuyeron al mundo con obras maravillosas.

Al igual que ocurriera recientemente con la muerte de Sean Connery, son muchas las voces que se han alzado para denunciar el trato del deportista hacia las mujeres. En 2014, Rocío Oliva, ex pareja del futbolista, lo acusó de golpearla, e incluso circuló un vídeo, que ahora ha vuelto a viralizarse, en el que se lo veía haciéndolo. El año pasado, Claudia Villafañe, ex pareja y madre de sus dos hijas, lo acusó de violencia psicológica. En marzo, se difundieron fotos de Maradona en Cuba con dos chicas desnudas que aparentan ser menores de edad, y se archivó una demanda de paternidad contra él porque la madre de Santiago Lara, que afirmaba ser hijo del deportista, habría sido menor de edad cuando se quedó embarazada.

Sin embargo, por su fallecimiento, Argentina ha decretado tres días de luto nacional y miles de personas han acudido a despedirse del futbolista a la capilla ardiente instalada en Casa Rosada. En España, TVE sustituyó un Comando Actualidad dedicado a la explotación sexual, por un especial en el que honraba la memoria del argentino. Además, como ha señalado Barbijaputa, personajes públicos como Pedro Sánchez, Íñigo Errejón o Echenique le han dedicado sendos obituarios en Twitter, y Pablo Iglesias incluso le ha dedicado un poema al que afirmó que su novia era para arrancarle la cabeza.

No es la primera vez, y seguramente tampoco sea la última, que se abre un debate sobre el que parece difícil posicionarse. Seguramente, porque preferimos negar la naturaleza tan machista de nuestros ídolos antes que enfrentarnos a ella o tener que aprender a vivir admirando a hombres que no tenían ningún respeto por el sexo contrario.

Hace menos de un mes fue el turno de Sean Connery. En los días posteriores a su muerte, todos los medios de comunicación ensalzaron sus orígenes humildes, se redactaron listas que incluían sus mejores películas y se recordaba con nostalgia al ganador de un Oscar y dos BAFTA, pero también fue necesario recordar sus declaraciones a la revista Playboy en 1965, en las que afirmaba que en ocasiones era necesario abofetear a las mujeres, porque siempre quieren tener la última palabra.

En literatura, este tipo de casos son muy frecuentes. El Nobel García Márquez reconoció que no sabía cómo su mujer Mercedes se las arreglaba para que comiesen, porque al autor de Cien años de soledad no parecía que le interesasen los asuntos domésticos; en sus diarios, Sofía Tolstói confiesa lo déspota que fue un marido que prácticamente la obligaba a quedarse embarazada; Bécquer, poeta romántico español por excelencia, basó toda su poesía en culpar a las mujeres, especialmente a una, por no corresponder sus sentimientos; y Machado le dedicó un bello poema a su moribunda mujer, y antes alumna, Leonor, a la que sacaba diecinueve años. A pesar de todo, Crónicas de una muerte anunciada, Guerra y paz, Rimas y leyendas, y Soledades. Galerías. Otros poemas no faltan en los manuales de literatura. En estos casos, puede excusarse a los autores reconociendo que en otra época sus comportamientos eran frecuentes, pero sería obviar que, tal vez, en caso de que no se hubieran producido, mujeres como Mercedes Barcha Pardo, Julia Espín, Sofía Behrs o Leonor Izquierdo podrían haber pasado a la historia por méritos propios y no por haber sido mujeres de.

El comportamiento de estos escritores pasa desapercibido frente al posible maltrato de Juan Ramón Jiménez hacia Zenobia Camprubí o a la violación que el propio Pablo Neruda confesó en sus memorias. En Confieso que he vivido, el Nobel de Literatura narra cómo, en sus años de diplomático en Ceilán, su víctima permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia.

En las artes plásticas, Picasso sigue siendo todo un referente del cubismo, pero apenas se habla del sufrimiento de su esposa, Olga Khokhlova, debido a la misoginia del pintor.

En el cine, son famosas ya las acusaciones de pedofilia de Dylan Farrow sobre su padre adoptivo Woody Allen, que, además de mostrar en algunas películas como Manhattan su predilección por las jóvenes, se casó con su hija adoptiva Soon-Yi, o la condena firme sobre Roman Polanski por haber abusado de Samantha Geimer. Más reciente aún es el caso de Johnny Depp, expulsado oficialmente de la tercera entrega de Animales fantásticos, y Amber Heard, del que también hay material audiovisual que demuestra los comportamientos agresivos del actor.

En la mayoría de los casos, a pesar de que son los propios agresores quienes confiesan sus crímenes, hay muchas voces defensoras de estos actos, que entonan un “era otra época” o afirman que “nadie es perfecto”. La pena es que, en todos estos casos, todas las víctimas tienen algo en común: son mujeres.

Las mujeres han tenido que soportar durante décadas que se los exima de sus violaciones, de su pederastia o de sus maltratos, simplemente porque sus logros son tan loables que deben estudiarse y admirarse.

Es cierto que Guerra y paz o Platero y yo son obras cumbre de la literatura universal o que el Guernica refleja maravillosamente los horrores de la Guerra Civil, pero no debe obviarse, por respeto a las víctimas, que pudieron crearse gracias al machismo sobre el que se sostenía la sociedad en la que vivieron sus autores.

No obstante, las recientes muertes de Sean Connery, Kobe Bryant, Maradona o, más de diez años atrás, de Michael Jackson aportan una nueva óptica, en la que incluso se aprecia la victoria de un machista y elitista capitalismo cultural.

No se trata de cancelar los logros de estas personas, sino de no olvidar, y denunciar, quiénes fueron en vida. En estos aspectos, la premisa de separar autor y obra no resulta, aparentemente, tan sencilla como en casos anteriores. Bécquer murió hace ciento cincuenta años, antes de que la mujer tuviese siquiera acceso al voto, pero Maradona o Connery murieron mientras las feministas se levantaban contra la violencia machista día sí y día también.

Además, se observa la colonización del lenguaje en los medios de comunicación; lo que no se nombra, no existe. Han conseguido que Trump o Abascal sean erigidos como serias amenazas para la democracia, pero pocos defendieron a Wade Robson o James Safechuck cuando denunciaron los abusos que sufrieron por parte de Michael Jackson, al que hoy se sigue llamando Rey del pop, y los políticos de este país han demostrado, de nuevo, que el fútbol prima sobre la violencia ejercida sobre las mujeres, ¡en el propio 25N!

Paradójicamente, los medios que sí han hecho mención alguna a los abusos de Maradona, lo han hecho de pasada, excusándolo incluso por sus orígenes humildes o por sus problemas con las drogas. Sin embargo, Amy Winehouse o Whitney Houston fueron casi responsabilizadas de sus muertes por tener adiciones tan tóxicas como las del argentino. Incluso se obvió que Whitney Houston fue víctima de malos tratos, que su marido la llevó a un prostíbulo en su noche de bodas y le echó ácido en la cara. Tal vez, estos sucesos tengan alguna relación con la drogodependencia que llevó a la cantante a la muerte. De nuevo, las víctimas son responsabilizadas de las agresiones que sufren.

El debate, largo, conlleva también cierto elitismo. Se discute sobre la importancia de la obra frente a las acciones de sus creadores porque estos fueron personas públicas, que entretuvieron a millones frente a un televisor o contribuyeron a la cultura universal con sus libros, músicas o pinturas. Pero, indudablemente, y menos mal, este debate no tendría cabida siquiera si los perpetuadores de tales crímenes hubieran sido hombres desconocidos, de profesiones más modestas, como taxistas o fontaneros. Un profesor, por ejemplo, en caso de ser un violador, no dejaría de serlo aunque sus enseñanzas sobre trigonometría sean excelentes en el aula. No entiendo por qué en otros casos ha de ser diferente. Aparentemente, si ganas un Nobel o si eres conocido como El barrilete cósmico puedes salir socialmente impune de tu misoginia.

Misóginos, pero admirados