miércoles. 24.04.2024

Transición a la democracia

Queremos una Jefatura del Estado que junto con su entorno sea ejemplar sin excepciones, y especialmente en lo que a la transparencia y rendición de cuentas se refiere.
leon cortes

Durante la Transición el silencio sobre cuestiones políticas clave quizás pudo estar justificado por los fines que se perseguían, e incluso pudo ser un acto de responsabilidad para unos o de patriotismo para otros. Pero hace muchos años que el silencio ya no tiene justificación posible, porque vivimos una época en la que la credibilidad de las instituciones exige un plus de ética y de integridad en quien las preside. Por eso, los acontecimientos que se van conociendo del Rey emérito -sin menoscabo de la presunción de inocencia que es una cuestión jurídica- han supuesto un fuerte varapalo para la ciudadanía: los hechos denunciados son calificables como escandalosos, y han hundido la confianza de la ciudadanía en algunas instituciones.

Los ciudadanos quieren ejercer su derecho a saber y es un imperativo ético realizar un esfuerzo de credibilidad. Porque la política informativa ha estado muy mediatizada para que nos enteremos a medias de lo ocurrido, y ello está contribuyendo a la pérdida de confianza también en los Medios: según el Digital News Report 2020 dos tercios de los internautas los consideran ya muy poco fiables. No hay Transparencia, lo que es un grave problema.

Cuando miramos hacia arriba, muchos de los que creímos en la Transición y apoyamos una salida pactada en nuestra Constitución nos sentimos traicionados

Confundimos muchas veces los límites de nuestro propio campo de visión con los límites del mundo. Schopenhauer avisó de esta perniciosa confusión: la realidad siempre es producto de la experiencia que vivimos y está soportada en un destino común que se construye con la solidaridad y la experiencia colectiva. La esencia es informar y el objetivo universal es enseñar. Es fortalecer una cultura que sea el sustento de cada generación para dar continuidad evolutiva a la humanidad.

Pero cuando en este proceso de construcción de un contexto común se introducen masivamente alteraciones como las fake news, hay una permanente difusión de pseudo realidades que construyen mundos y entornos falseados en los que fácilmente todos podemos vernos involucrados, y cuando llegamos a detectar sus signos ya no hay quien lo soporte sin verse afectado. Es como una fábrica de relatos inventados sobre todas las facetas de la vida que han conseguido hacerse fuertes desde lo virtual generando un imperio de lo falso. Los nuevos emperadores de ese reino virtual dominan las falsas estadísticas, las cuentas y la web, y con sus algoritmos nos conducen por un mundo de clics, que suponen ya más del 50% de la actividad total de internet. Max Read nos alerta de que este modelo de depredación humana ya ha llegado a nuestras vidas y no es sostenible ni económicamente ni políticamente.

Retrocediendo en el tiempo y situándonos en la época de la Transición de la Dictadura de Franco a la democracia, podríamos ver cómo de una forma diferente -pero con los mismos efectos- también se entremezclaron personalidades que trastocaron muchos conceptos. Y se hizo con los signos y figuras que desde el desprestigio se han quedado enquistados en el sistema democrático, perjudicándolo más que apoyándolo. Pasado el tiempo, hoy lo podemos calificar como una traición política, porque nos está impidiendo llegar a una democracia plena. Los grupos de presión de aquel momento se encargaron de abrirse paso mediante su control de los Medios para potenciar una sociedad democrática muy trastocada para dar cabida a un sistema no democrático en una Constitución naciente. Teníamos confianza en la naciente democracia y esperábamos con ilusión que podríamos conseguir los derechos plenos con el desarrollo de sus principios.

Cuando miramos hacia arriba, muchos de los que creímos en la Transición y apoyamos una salida pactada en nuestra Constitución nos sentimos traicionados. Hemos vivido con la ilusión de construir una sociedad democrática desde los cimientos de unas normas constitucionales, pero ahora constatamos que no se quieren desarrollar ni menos aún reformar. Nos hemos defendido de los miedos del golpismo de cualquier signo, pero a costa de caer en el inmovilismo.

La fe en la democracia no es incompatible con ese sentimiento que hoy podemos tener de una traición. Una traición que se ha hecho explícita en las noticias tan negativas sobre los comportamientos -muchos protegidos por una inviolabilidad incomprensible- de un exjefe de estado en un extraño exilio, por hechos aún no probados en sede judicial pero detallados por los Medios. Estamos viviendo lo que nunca hemos deseado. Contradicciones de la vida.

Lo dimos todo por una democracia parlamentaria y deseamos que desde el Parlamento se regule la vida social, económica, política, cultural, educativa, de salud pública y en general de todas aquellas cosas que nos afectan a personas e instituciones. Han pasado más de cuatro décadas y todavía no hemos encontrado el momento político parlamentario de poner orden a todas las instituciones, empezando desde arriba hacia abajo. Queremos una Jefatura del Estado que junto con su entorno sea ejemplar sin excepciones, y especialmente en lo que a la transparencia y rendición de cuentas se refiere. Y así escalón tras escalón hasta los niveles locales. Nuestra democracia no puede vivir en un falso mundo, porque si el sistema no se oxigena termina por faltarle vida. Si seguimos mirando fijamente arriba y no dejamos de exigir las reformas precisas terminaremos dando luz a una democracia que se está apagando.

Transición a la democracia