sábado. 20.04.2024

Marruecos, un país a dos velocidades

Muchas veces al aterrizar en Tánger y pasan algunos días (el tiempo justo para que cuerpo y mente se adapte al “nuevo” y a la vez viejo medio), me invade una sensación extraña al ponerme al día, escuchar las noticias, ver la televisión, oír las conversaciones de la gente, conocidos y desconocidos, ver las calles, oler el ambiente… En definitiva, me doy cuenta como van llegando los cambios (unos mejores que otros), que la

Muchas veces al aterrizar en Tánger y pasan algunos días (el tiempo justo para que cuerpo y mente se adapte al “nuevo” y a la vez viejo medio), me invade una sensación extraña al ponerme al día, escuchar las noticias, ver la televisión, oír las conversaciones de la gente, conocidos y desconocidos, ver las calles, oler el ambiente… En definitiva, me doy cuenta como van llegando los cambios (unos mejores que otros), que la ciudad va creciendo, las nuevas tecnologías van dominando, la forma de vestir va cambiando, las infraestructuras van mejorando, incluso la manera de pensar. Hemos pasado de tener que hacer largas colas en la administración a poder hacerlas vía online, desde nuestras casas. Hemos adoptado el carnet de conducir por puntos, nuestros jóvenes son los que lideran el uso de redes sociales en África (según encuestas), hemos construido trenes de alta velocidad, TRAM, hoteles de lujo que nada tienen que envidiar a Europa, festivales de música de renombre mundial, somos impulsores de fórums y conferencias de gran envergadura, tenemos think tanks relativamente influyentes, nuestra economía ha sido resistente frente a la crisis mundial (hemos mantenido el crecimiento interanual al 5%), hemos sido capaces de atraer y aumentar la inversión extranjera directa a pesar de la coyuntura económica mundial… Hemos podido evadir el contagio de las revueltas árabes, porque eso casi no iba con nosotros (según los medios de comunicación que por otra parte son los que crean mayoritariamente las realidades, somos “la excepción marroquí”). Hemos sido capaces de hacer reformas impulsadas por el propio poder político. Hemos instaurado amparándonos en una nueva constitución la democracia parlamentaria. Hemos creado puertos (Tanger-Med es el más grande de África), aeropuertos, centros de enseñanza superior especializados (tipo la Academia que preparara a los futuros diplomáticos de Marruecos en Rabat). Tiendas chic, cafés, macdonalds (seña de identidad de la globalización y del desarrollo) crecen, los centros comerciales también. La moda que antes se importaba desde fuera ahora se produce aquí. Resumiendo, hemos cogido el tren de la modernidad.

Sin embargo hemos olvidado que en ese tren no íbamos solos. Que teníamos a un viajero muy incomodo junto a nosotros, por mas que intentábamos rechazar su existencia.

Así pues, seguimos siendo un país con una alta tasa de analfabetismo (47% según medios extranjeros, 30% según datos oficiales de Marruecos), la pobreza aumenta año tras año sobre todo la pobreza extrema. Las personas sin hogar no disponen ni de medios ni respaldos para insertarse en la sociedad. Las leyes no amparan a los más desfavorecidos (acuérdense del código penal que se pone de lado del violador en caso de violación a una menor). Nuestra democracia no es de las mejores del mundo árabe, a pesar de ser la más estable (según el índice Freedom House 2012), nuestros servicios sociales son tercermundistas, especialmente la sanidad (el que haya podido entrar al Hospital público de Tánger sabrá de lo que hablo… suciedad, clientelismo… a pesar de tener algunos instrumentos médicos de alta tecnología y de calidad), la enseñanza deja mucho que desear (y sino que pregunten porqué el 40% de las personas que se lo pueden permitir mandan a sus hijos a estudiar al extranjero), los centros culturales y las bibliotecas públicas se pueden contar con los dedos de la mano (de hecho Tánger lleva años sin biblioteca pública). El nivel de corrupción aumenta cada año, lejos de mejorar… y este es uno de los más graves problemas a los que se enfrenta el país. A fecha de hoy ocupamos el puesto 88, por detrás de países como Burkina Faso, Túnez, Arabia Saudí o Bahrein (según el índice de Corrupción de Transparency International). Por más que se intente maquillar “mediáticamente hablando” hay un alto grado de desapego político, principalmente por parte de los jóvenes. Un desencanto generalizado. La política en Marruecos se ha convertido para muchos en un instrumento para alcanzar el poder, un negocio y pocos son los que velan por el interés general. Los partidos políticos no siguen una ideología bien estructurada siendo fiel a ella en todo momento, sino que manejan las velas dependiendo de como sople el viento. El sistema electoral favorece el auge del clientelismo institucionalizado, en un sistema que de por sí está fuertemente fragmentado (más de 30 partidos políticos). La mujer sigue estando discriminada, infravalorada tanto en las tomas de decisiones como a nivel de representación política (sí, a pesar de las reformas y de la Moudawana) y sino que le pregunten a Bassima, la única mujer ministra en el gobierno islamista de Benkirane.

En definitiva, un Marruecos que camina dos pasos para retroceder tres. Un Marruecos moderno, que avanza por buen camino creando infraestructuras, mejorando la calidad de vida de sus ciudadanos, velando por el ocio, la cultura y el bienestar. Pero también un Marruecos que desarrolla su subdesarrollo, que no invierte como es debido en las necesidades básicas y en los derechos de la mayoría. Un Marruecos, como dirían nuestros amigos los franceses “qui marche a deux vitesses”.

Personalmente no me posiciono en contra de esa modernidad en la encauza su destino Marruecos, todo lo contrario. Lo que me duele es que esa modernidad se olvide de que comparte vagón con un acompañante especial: el subdesarrollo.

Ojala algún día pueda aterrizar en Tánger, y sentir que todo ha cambiado. Ha cambiado, de verdad.

Marruecos, un país a dos velocidades
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