jueves. 28.03.2024

Marcas blancas: el capitalismo al desnudo

No me gusta lo más mínimo aguar la fiesta a quienes piensan que el capitalismo vive  sus horas más bajas, pero, lamentablemente, pienso que de momento están en un error.

No me gusta lo más mínimo aguar la fiesta a quienes piensan que el capitalismo vive  sus horas más bajas, pero, lamentablemente, pienso que de momento están en un error. Indudablemente el capitalismo desaparecerá y será sustituido por un sistema mucho más justo a la medida del Ser Humano, pero eso sólo sucederá cuando nuestro nivel de educación, conciencia, cultura y fraternidad sea capaz de articular una respuesta adecuada a un modo de producción criminal que se alimenta de la destrucción de todo lo bueno que palpita en el interior de los hombres.

Marx y Engels analizaron el pasado dividiendo las etapas históricas según los modos de producción de cada tiempo. Indudablemente el análisis marxista sigue, al menos para quien esto escribe, totalmente vigente, sólo que hasta hoy todos los modos de producción habidos han sido el mismo: El capitalismo con distintos trajes, poderosos que de una forma o de otra viven a costa, por la fuerza, del trabajo y la pobreza de los demás. El capitalismo actual está en una de sus fases más esplendorosas, la desregulación de los mercados financieros, la libre circulación de capitales y las nuevas tecnologías permite a sus prebostes robar y explotar en todo el mundo a la velocidad de la luz sin que nadie rechiste porque la cantidad de atrocidades que cometen es de tal envergadura, intensidad y rapidez que el hombre actual no está preparado para digerirlas y dar una respuesta inmediata y contundente. El miedo vive en la casa del pobre o en la del que teme volver a serlo –la mayoría-, mientras que en la casa del rico se descorchan botellas de los licores más caros, mientras castañean las dentaduras blancas como la cal y falsas como el vellón. Eso que llamábamos pueblo, no existe, está anestesiado por los medios de comunicación de masas y por la basura que emiten cada día sin que hasta ahora hayamos encontrado el antídoto eficaz que paralice los efectos mortíferos de ese veneno.

Uno de los instrumentos más eficaces que ha encontrado el capitalismo en las últimas décadas han sido las marcas blancas. En España, que llegó tarde a lo que ya existía desde tiempo en Alemania y EEUU, ha sido la empresa de Juan Roig- Mercadona- la pionera en la implantación y explotación de ese tipo de mercancías que llevan inexorablemente al empobrecimiento y a la eliminación de todos los derechos sociales, económicos y, consecuentemente, políticos. Juan Roig se cree un tipo muy listo, de hecho si se mide la inteligencia por los ceros en la cuenta corriente debe serlo. Sin embargo, sólo es un individuo del pleistoceno, un tipo que ha encontrado en lo más terrible de la antigüedad  la forma más auténtica de modernidad. Según el catón del capitalismo, Juan Roig, al igual que Amancio Ortega, Steve Jobs, Bill Gates, Isidoro Álvarez y tantos otros benefactores de la humanidad, es uno de los más eficaces emprendedores del mundo, pues maneja como pocos los resortes de la explotación del hombre por el hombre. De momento…

La carrera que le ha llevado al santoral del capitalismo –también del catolicismo–, comenzó al transformar los negocios cárnicos de sus padres en la Pobla del Farnells en una red de pequeñas tiendas de ultramarinos que con el tiempo pasarían a llamarse Mercadona. Dueño absoluto de ese negocio que está en el corazón de buena parte de nuestras ciudades, ha llegado a convertirse en uno de los principales distribuidores alimentos y productos del hogar del país. Hace años, viendo lo que se hacía en países como Estados Unidos, ideó su marca blanca: Hacendado. Luego, el resto de las grandes y medianas superficies lo imitaron. Al principio hubo cierta resistencia al producto pero poco a poco se fue imponiendo por la diferencia de precio que había entre el producto original y el blanco. Perfecto.

Pero, ¿qué es una marca blanca? La marca blanca está fabricada, generalmente, por la misma empresa que elabora la otra o por pequeñas industrias que dependen en todo del distribuidor. El consumidor, a corto plazo, dada la precariedad y la pobreza, elige la marca blanca, creando un círculo vicioso que más o menos podría ser el siguiente: El gran distribuidor impone precios a la baja a las empresas suministradoras, éstas a su vez tienen que ajustar costes y lo hacen disminuyendo salarios, despidiendo trabajadores o buscándose formas distintas de hacer el producto que antes hacían maravillosamente. El trabajador, al ver disminuido su poder adquisitivo o caer en las garras del paro, compra cada vez más marcas blancas y el distribuidor aprieta de nuevo al suministrador para que le baje los precios so amenaza de buscarse otro que lo haga por menos. Es un mecanismo perfecto para el gran distribuidor, y algunos consumidores creen que también para ellos, pero esa carrera sólo tiene un final: La ruina general de la economía, porque la bajada de precios de productos agrícolas, pesqueros o de la industria alimentaria tiene un límite que llega cuando el fabricante, el agricultor o el pescador no tiene margen alguno de beneficio y termina por cerrar su negocio por asfixia. Luego, comprar marcas blancas es el camino más directo hacia el suicidio económico, hacia el colapso total de la economía. Todo el mundo comprenderá que no se pueden vender cuatro kilos de patatas por un euro porque el señor que dobla el espinazo peleándose con la tierra pierde dinero después de dejarse los riñones y la vida a azadonazos.

Por otra parte, estos señores tan listos del pleistoceno, están cavando su propia tumba, pues llegará el día, no muy lejano, que a fuerza de disminuir costes, salarios y trabajadores, no tendremos ni un euro para comprar en sus comercios y tendremos que acudir directamente al que lo produce, sin intermediarios de ningún tipo, al bancal, o quién sabe, si al trueque o al “aquí no paga nadie”…

Marcas blancas: el capitalismo al desnudo
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